Una Navidad Para Valentino

VALENTINO

17 de Diciembre

Caminando una fría noche de diciembre, conocí, a la bajada del centro comercial, a Valentino, él era un niño que estaba sentado en la helada acera de aquel sendero mientras vendía en una pequeña caja chocolates y otras golosinas. Lo que llamó mi atención al momento de verlo, no fueron las cosas que el vendía, ni que simplemente estaba sentado allí esperando -como muchos otros- que la gente se le acerca para con suerte, comprarle algo, más por el contrario, fue la forma curiosa con las que él promocionaba -a viva voz y con frases graciosas- sus chocolates, los cuales, al oírlo, te producía una pequeña carcajada.

Decidí sentarme a su lado y comprarle una de las barras de chocolate, allí le pregunté cuál era su nombre, de dónde había venido, cuál era la historia de su vida y que es lo que hacía en este lugar; él me contó, que su nombre era Valentino y que su historia era como la de muchos otros niños de los andes peruanos, que suelen venir por estas fechas a la ciudad, con la esperanza -y el apoyo de sus padres-, de conseguir algunos obsequios, que la mayoría de empresas e instituciones de la ciudad, suelen repartir a los niños de bajos recursos por esta época.

Su familia era de Pitumarca, un pueblecito pintoresco ubicado en la provincia de Canchis, perteneciente al departamento del Cusco, cercana a la ya famosa "Montaña de Colores", una formación montañosa teñida de varias tonalidades rocosas producidas por la compleja combinacion de minerales, y que junto a "Machu Picchu”, se han convertido en uno de los lugares más visitados de la región, ganando gran popularidad entre los visitantes -nacionales y extranjeros-.

Yo había conocido ese lugar años atrás, cuando trabajé allí por varios meses para una ONG y sabía, -por experiencia propia- de las condiciones y carencias por las que los pobladores de esa zona solían pasar. Mientras Valentino seguía ofreciendo sus barras de chocolate a todas aquellas personas que pasaban por aquel sendero, yo le iba preguntando sobre el resto de su familia. él me decía que sus padres tenían una pequeña chacra cerca al pueblo, la cual trabajaban arduamente durante los meses de sembrío y cosecha que tenían, me contó también que tenía cuatro hermanos (Angélica, Mariano, Manuel y Javier) los cuales eran cuidados por él y por su madre, y que, aunque las cosas en casa no iban tan bien como ellos habrían querido, sus padres siempre se las arreglaban para que a sus hijos no les faltará casi nada.

Caminando juntos hacia el paradero de autobuses, Valentino me dijo que fue muy difícil para él y su familia, tomar un bus en medio de la autopista interprovincial y llegar a Cusco por la noche, junto a sus cuatro hermanos y su madre, mientras que su padre se quedaba en Pitumarca, sembrando y cuidando los cultivos que deberían ser cosechados el próximo año. Llegaron a la casa de una tía lejana -prima de su madre-, la cual les brindo una pequeña habitación, un par de frazadas de lana tejidas a mano y algunos cueros viejos de cordero, con los cuales tendrían que improvisar una inmensa e incómoda cama y tratar de acomodarse todos juntos para cobijarse por las noches. Nos despedimos con un leve apretón de manos y subió al bus que lo llevaría a casa.

22 de Diciembre

A la mañana siguiente, la familia de Valentino se despertó muy temprano, pues debían ir todos juntos a la ya concurrida y popular Av. Ejército, que por estas fechas, suele estar plagada de ambulantes, los cuales suelen acomodarse a lo largo y ancho de esa fría acera para, con un poco de suerte, vender los diferentes artículos que tienen; podías encontrar desde los Panetones más baratos hasta los más coloridos juguetes de plástico, licores de diferentes marcas, adornos navideños y un sin fin de artículos acordes a estas fiestas. Ellos debían comprar un par de cajas de chocolate y de una que otra golosina, con las cuales se pondrían a vender en las diferentes calles y avenidas de esta ciudad, para cubrir en parte, los gastos de su estadía.

Su madre preparó ponche de habas en una pequeña olla, les dio un pequeño trozo de pan a cada uno y todos empezaron a disfrutar del desayuno. Salieron de casa divididos en tres pequeños grupos -no muy alejados entre sí, por supuesto- y así comenzaron con su larga jornada, aunque no la tendrían nada fácil, pues ellos no eran la única familia que venían de provincia, con la misma finalidad, pero Valentino -que hacía equipo con Manuel, su cuarto hermano aquel día- se decía a sí mismo, que la suerte estaba siempre de su lado y que terminaba de vender al menos, una o dos cajitas de chocolates al día.

Habían pasado ya casi una semana desde que lo había conocido, y aquella noche, volví a verlo en el mismo lugar de siempre; se nos había hecho costumbre sentarnos en aquella acera y comprarle una o dos barras de chocolate, romper las envolturas y compartirlas mientras él me contaba su día a día. Le compré las últimas dos barras de D’Onofrio que le quedaban y me dijo sonriendo, -que se iría esa noche a casa rápido, pues él y sus hermanos, tenían que acostarse muy temprano para que, al día siguiente, empezarán a recorrer los diferentes eventos y actividades, que la mayoría de empresas comenzaban a realizar, y que, con un poco de suerte, conseguiría el carro tanque que tanto había deseado.




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