Una Navidad Que Olvidar

Una Navidad Para Siempre

DOUGLAS HAMILTON

Despierto al lado de Bruna, ella duerme con una galleta bajo su brazo mientras que las otras están dispersas por la cama. Miro el reloj de la mesita y veo que son las nueve de la mañana, me levanto y busco el baño porque por eso me he despertado. Vuelvo y Bruna sigue dormida, la miro y pienso en qué es lo que tiene ella cómo para hacerme venir a su departamento por voluntad propia.

—Deja de verme —dice aun con los ojos cerrados—. Es el poder de la mirada.

—Claro.

—¿Ya te vas?

—¿Me estás echando?

—No, pero es que te levantaste y me miras así cómo todos los que han venido sólo por unas horas.

No quiero ni pensar en lo que hay de tras fondo en esas palabras, pero al parecer a ella no le interesan esas personas porque su tono de voz sigue siendo neutro o confiado se podría decir.

—¿Desayunamos?

—No tengo nada para cocinar, me olvidé de hacer las compras.

—Pero en mi casa hay, te espero en treinta minutos, si no llegas te vengo a buscar.

—Ni se te ocurra poner tiempo límite porque sabes que no lo voy a tomar en serio.

—Bueno, entonces te espero allá.

Por fin, se sienta en la cama y restriega sus ojos antes de mirarme, asiente con la cabeza y yo sonrío antes de dar la vuelta para salir de su departamento. Tiene todo desordenado, de verdad, ella necesita pasar tiempo con Jill o con Hades, quienes se han vuelto maniáticos con respecto al orden de las cosas, pero es cómo obvio que serás así cuando tengas hijos.

Llego a mi departamento y me llevo una sorpresa cuando una chica pelinegra, está en medio de mi sala. Va tan bien vestida cómo siempre, y en lugar de sentir esa presión de añoranza en el pecho, en lugar de rogar para que vuelva conmigo, sólo sonrío y llamo su atención.

—Hola, desconocida.

—Desconocido ¿Dónde estabas?

—¿Y qué con los fantasmas? —enarco una ceja y beso su mejilla antes de ir a la cocina.

—Estás bien —afirma casi confundida, al parecer esperaba encontrarme como en otros años.

—Sí —apoyo los codos en el granito de la barra de desayuno—. Tenías razón, tenemos que avanzar, pero ya no juntos.

—¿Me superaste?

—Tienes razón, yo tampoco creí que lo haría. Pero esta navidad fue diferente, me hizo creer, y el regalo de este año de verdad se lo agradezco a Santa.

—¿Cómo se llama? —entrecierra los ojos con curiosidad, la conozco demasiado, con el tiempo aprendí a conocerla. 

Fue diferente con Bruna, a ella siento conocerla desde siempre, pero es por el hecho de que nos parecemos.

—¿Quien? —me hago el desentendido.

—La que te quitó lo grich.

—Una grinch peor que yo, una buena amiga —digo sonriendo sin poder evitarlo, en casa siempre me molestan porque sonrío todo el tiempo.

—Yo fui una amiga.

—Pero a ti te amé desde que te conocí, siempre te quise como algo más que amiga. 

—¿Ahora?

—Ahora es distinto, Leigh —murmuro casi con dificultad.

—Me alegro de saber que estás bien. Ya me puedo ir tranquila.

—¿Te vas? —antes no quería aceptarlo, pero ella necesita marcharse.

—Sí, le prometí a tu papá que no me iría a Australia hasta que estuvieras bien.

—Lamento que hayas tenido que hacer eso —de verdad lo hago, no la he dejado continuar ni con eso.

—Robert hace lo que sea por verlos a ustedes felices —eso no lo dudo, nosotros igual lo ayudamos cuando se trata de uno de nuestros hermanos—. Deberías pasar el año nuevo con él.

—Lo voy a pensar.

—Mas te vale que lo hagas, Doggi.

Sonrío y la abrazo antes de acompañarla a la salida, en la puerta me entrega una caja roja con un moño plateado. Abre la puerta y veo a Bruna apoyada en la pared, se debatía si llamar o no, yo ayer hice lo mismo en su puerta por alrededor de quince minutos.

—Hola —dice frunciendo el ceño, es su expresión favorita—. Perdón.

—Descuida, Leigh ya se iba.

—Sí, de hecho —dice la pelinegra viendo a la chica frente a nosotros, con cara de pocos amigos, como siempre—. Adiós, Douglas, me saludas a tu familia cuando los veas en año nuevo.

—No dije que iría, dije que lo iba a pensar.

—Cómo sea, atiende a tu invitada —me ordena y sonríe viéndome a mí ahora, se siente orgullosa.

—Cuando te vayas —deja un beso en mi mejilla y la vemos alejarse.

—Es muy guapa.

—Lo sé.

—¿Y la dejaste?

—El universo me tiene a alguien más, al parecer. Además demasiada discusión arruina una relación, eso dicen y lo confirmo.

—Que asco me das —dice volviendo a mirarme, yo ya la observaba desde hace mucho—. Vamos, tengo hambre.

—No preparé nada, pero seré tu salvación —con solo su mirar se que quiere sacarme los ojos, le fastidia que hable así, entre líneas con doble sentido.

—Douglas Hamilton —advierte y sonrío inocente antes de hacerme a un lado y dejarlo pasar.

—Pasa —ella eleva una ceja e igual pasa—. ¿Por qué no llevas pijama?

—Porque me duché, eso es obvio.

Asiento con la cabeza y la guio a la cocina, donde comienzo a buscar qué preparar.

—¿Chocolate caliente?

—Me leiste la mente —dice sonriendo y se sienta en un taburete.

Se remueve y sé cuál es el tema que quiere sacar a conversación, su duda es tan clara que me dan ganas de reír, pero no digo nada mientras preparo los pancakes porque no soy muy bueno para cocinar y hablar al mismo tiempo no puedo. Me distraigo de todo demasiado fácil, no entiendo cómo viví la universidad sin problema.

—Te estoy hablando —miro a Bruna que se quiere reír de mí.

—¿Qué pasa?

—Estás muy callado.

—Es que no puedo hacer dos cosas a la vez —digo con pesar y ella se ríe—. Pero tú igual estás muy callada ¿No quieres preguntar sobre Leigh?

 

BRUNA DE OLIVEIRA




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