Una navidad real

Capítulo 6

Nos bajamos del taxi del amigo y compañero de mi padre, cogemos las maletas del maletero y corremos a todo lo que dan nuestras piernas y pulmones hasta el interior del aeropuerto.

Busco con la mirada la puerta de embarque y mis ojos se clavan en alguien conocido. 

El hombre me dedica una sonrisa y mueve la mano para que nos acerquemos a él con premura. 

Apremio a mis padres y nos dirigimos hacia el hombre sin aire en los pulmones por la carrera.

—No llegamos tarde, ¿verdad? —le pregunto con temor.

—No se preocupen, los está esperando en el avión —contesta el chófer de Jean Pierre sin dejar de caminar hacia la pista de aterrizaje y despegue del aeropuerto.

Caminamos con grandes zancadas hacia un pájaro de metal blanco, azul y amarillo, unos pocos metros más corto que un avión de pasajeros, y unas mujeres vestidas de azafata nos saludan con una sonrisa amable antes de quitar de nuestras manos las maletas.

—Suban, por favor —nos pide el chófer al dejar pasar a las azafatas.

Doy un paso hacia la escalera para seguir al hombre cuando siento que mis padres me agarran de los brazos para detenerme.

—Cariño, ¿a qué se dedica Jean Pierre? —quiere saber mi progenitor con la voz llena de temor y desconfianza.

—Tranquilos, no es nada ilegal. Vamos o nos dejan en tierra —los apremio con emoción.

—Tal vez eso sea lo mejor —le murmura mi madre a mi padre al seguirme.

Nos sentamos en los asientos después de saludar a Jean Pierre, nos abrochamos los cinturones de seguridad cuando el chófer cierra la puerta del avión y las ruedas se ponen en marcha para coger velocidad y despegar.

***

El avión se estabiliza y podemos quitarnos los cinturones para andar por la cabina y estirar las piernas.

Mis padres están pegados a las ventanas de sus asientos. Una gran sonrisa de oreja a oreja se dibuja en sus labios mientras sus ojos brillan como dos estrellas.

Sé que en ese momento son felices y yo aún más al ver que Jean Pierre no ha apartado sus ojos de mí desde que me vio entrar.

—¿Tengo algo en la cara? —le pregunto con miedo de estar haciendo el ridículo.

—Tienes dos ojos preciosos, una pequeña nariz encantadora y una pecaminosa boca —contesta con una sonrisa seductora que me derrite al instante. 

—No tenía ni idea de que era poseedora de todas esas cosas.

—Posees muchas más, pero aún no lo sabes.

—¿Y cuándo lo sabré?

—Todo a su debido tiempo —por dos segundos su mirada se desvía hacia mis padres y sonríe complacido—. Veo que lo están pasando bomba.

—Es su primer viaje en avión y, encima, en un avión privado —me inclino un poco hacia él y susurro—: Están alucinando y creen que eres un traficante o algo así.

—Tenéis una percepción muy mala sobre mí. ¿Siempre pensáis lo mismo cuando veis a una persona con dinero?

—No, porque no estamos acostumbrados a tratar con gente rica.

—Me alegro de ser el primero. ¿Quieres tomar algo? —me pregunta alzando el brazo para llamar a una de las azafatas.

—Un refresco, por favor.

***

El vuelo se me está haciendo corto mientras Jean Pierre y yo conversamos sobre todo lo que veremos y nos mostrará en Aldenia.

Ambos estamos riendo cuando mis padres se sorprenden y me llaman con apremio y los ojos abiertos de par en par.

—Cariño, es el castillo del Rey de Aldenia —me dice mi padre fascinado por las vistas.

Me acerco a ellos, me siento en el reposabrazos del asiento y echo un vistazo.

«Madre mía, es precioso», pienso al ver el enorme castillo con forma hexagonal, de piedra grisácea con enredadera trepadora hasta la mitad de todas sus paredes exteriores.

Desde esta altura puedo divisar la piscina en medio del patio hexagonal, el laberinto de setos en el jardín que lleva hacia un invernadero, a los establos y, un poco más alejado, un lago con una pequeña cascada.

—Daría lo que me pidieran por pasar solo una noche entre sus paredes —comenta mi madre con fascinación.

El avión gira con suavidad por encima del bosque que flanquea la parte Este del castillo y la azafata me aconseja que me siente y me abroche el cinturón de seguridad.

Obedezco y veo que el pájaro de metal se aproxima a una edificación metálica a poco más de tres kilómetros del castillo. 

«Eso no puede ser el aeropuerto», me digo extrañada.

—Es un aeropuerto muy pequeño, ¿no? —inquiero mirando a Jean Pierre que no deja de sonreírme.

—No lo es. Ese es un hangar privado de la monarquía de Aldenia —responde sin darle importancia.

—¿Hangar privado de la monarquía? ¿Conoces a los reyes de Aldenia tan bien como para poder aterrizar en su hangar? —estoy sorprendida por este descubrimiento.



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En el texto hay: navidad, amor, realeza

Editado: 29.12.2023

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