Una navidad real

Capítulo 7

El avión aterrizó en el hangar y bajamos para encontrarnos con un carrito de golf. El chófer y las azafatas llevan las maletas al vehículo y el primero se sienta al volante. 

Jean Pierre, mis padres y yo nos sentamos en los asientos libres y el hombre sale del hangar rumbo hacia no sé donde.

El paisaje que pasa ante nuestros ojos es precioso con todos esos tonos de verdes, amarillos, naranjas y algún que otro rojizo.

Atravesamos el bosque que sobrevolamos solo un os minutos antes y observo cómo algunos ciervos pasean y se alimentan con sus crías pisándole los talones.

Estoy asombrada y emocionada al verlos tan de cerca.

Salimos del bosque y vemos el castillo delante de nuestra visión. Es más grande de lo que parece desde el cielo y mucho más bonito.

—No me digas que también te dejan hospedarte en el castillo —le digo cuando el chófer frena delante de una cristalera, en el interior del patio hexagonal rodeado por la edificación.

—Se podría decir así —contesta Jean Pierre mientras se apea y rodea el carrito para ofrecerme su mano y ayudarme.

—Bienvenido de nuevo, alteza —nos saluda un joven vestido con un traje negro de chaqueta y una pajarita alrededor de su cuello.

—Gracias, Atanasio. ¿Cómo está mi madre? —le inquiere Jean Pierre caminando hacia el joven conmigo de la mano.

Mis ojos están abiertos de par en par y aún más cuando el mayordomo responde:

—La reina ha recuperado un poco de color en sus mejillas en estos días. Su dama de compañía está haciendo un gran trabajo.

—Me alegro. He traído a unos invitados. Espero que no te importe que te informe de ello tan tarde. Asignáles las mejores habitaciones del castillo con las mejores vistas —continúa el chico sin soltar mi mano cuando entramos en la vivienda, en la biblioteca para ser más exactos.

—Por supuesto que no, alteza. Síganme, por favor —nos dice el mayordomo al coger algunas maletas que el chófer ha dejado en el suelo de la estancia. 

Los cuatro seguimos a Atanasio y nos indica las dos habitaciones que ocuparemos mis padres y yo durante nuestra estancia en Aldenia.

Jean Pierre me aprieta la mano con suavidad y me informa:

—La primera puerta del pasillo sur es mi habitación. Si necesitáis algo, ya sabéis donde encontrarme. Voy a darme una ducha y en media hora nos vemos en el salón para que conozcáis a mi madre… —se queda callado durante cinco segundos que aprovecha para observar nuestros rostros sorprendidos—. ¿Qué ocurre?

Trago saliva con dificultad, parpadeo para poder salir de la perplejidad en la que me he sumergido desde la primera vez que he escuchado la palabra “alteza” y contesto:

—¿Eres… el príncipe de Aldenia? —él asiente y yo prosigo—. ¿Por qué no me lo has dicho antes? Hubiera ido de compras para estar más presentable delante de tu madre.

Jean Pierre se echa a reír y veo que Atanasio lo mira con los ojos vidriosos y una leve sonrisa.

—No te preocupes por eso. Ni mi madre ni yo somos tan protocolarios. Poneos cómodos —nos anuncia con su sonrisa encantadora en los labios.

Atanasio lo sigue con la mirada hasta que desaparece en el interior de su alcoba, regresa su atención a nosotros, más concretamente a mí, me dedica una sonrisa llena de agradecimiento y añade:

—Le agradezco que haya conseguido que vuelva a casa.

—¿Por qué?

—No ha sido un año y medio muy bueno para ninguno de los dos —susurra el mayordomo para que nadie más pueda escucharlo.

—¿Qué ha ocurrido? —quiere saber mi madre con curiosidad ante el misterio con el que el joven lo está diciendo.

Atanasio mira a un lado y a otro para cerciorarse de que nadie puede escucharlo y contesta en otro susurro:

—Hace quince meses, el heredero al trono, el hermano mayor del príncipe, murió en un accidente de coche en Mónaco. Era un apasionado de los rallies y participaba en la carrera cuando su coche se salió de la pista y… Bueno, fue un. Momento duro para todos en el castillo. La reina se sumió en una depresión, el rey enfermó de cáncer y el príncipe se tuvo que hacer cargo de los temas de la corona. 

»Creímos que el rey se recuperaría pronto, pero poco antes de las navidades pasadas, el monarca no aguantó más y murió. La reina lloró noche sí y noche también. El príncipe estaba llevando todo el peso del dolor y de la corona. Decidió que necesitaba darse un respiro y ha viajado durante dos semanas para afrontar la coronación y el reinado con la mente más despejada y el corazón más sano.

»Hace un momento, cuando se ha reido con su comentario, me ha dado ganas de llorar. Hacía mucho tiempo que no reía con tantas ganas y me he alegrado por ello.

—No sabía nada de todo eso. Ni siquiera sabía que es el futuro rey de Aldenia —le digo asombrada y preocupada, con la congoja atascada en la garganta por todo lo que nos ha contado.

—Supongo que estar en el anonimato era parte de sus vacaciones. En fin, acomódense en sus habitaciones y bajen al salón cuando estén listos.



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En el texto hay: navidad, amor, realeza

Editado: 29.12.2023

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