Mi habitación es alucinante y preciosa.
El color de la media pared que no está revestida de madera blanca, es muy relajante y agradable.
El balcón da hacia el bosque. Puedo oír el trinar de los pájaros que viven en las copas de los árboles y sentir la brisa que llega desde el acantilado donde la arboleda termina.
Respiro hondo cuando el viento frío azota mi rostro y sonrío. Por raro que parezca, en este balcón me siento libre y feliz.
Alguien llama a la puerta y entro para darles paso a mis padres que no pueden disimular su fascinación por cada rincón que ven del castillo.
—Se nos hará tarde si no nos ponemos en camino hacia el salón —anuncia mi padre al entrar después de echarle un vistazo al balcón.
Me calzo con los tacones negros más elegantes que he podido meter en mi maleta y salimos al pasillo para pon er rumbo hacia las escaleras con forma de semicírculo. Bajamos y giramos a la izquierda para atravesar otro pasillo largo lleno de grandes cuadros con países de todo el mundo. Abro la doble puerta con cuidado, echo una ojeada en el interior y veo a una mujer de pelo rubio con canas en varios mechones, sentada en el sillón que descansa al lado de la chimenea.
La fémina está leyendo un libro y alza la mirada hacia mí, sorprendida de encontrar a una desconocida en la estancia.
—Buenas noches —la saludo con educación y amabilidad.
—Entren, por favor. Ustedes son los invitados de mi hijo, ¿verdad? —quiere saber la mujer al levantarse para recibirnos.
—Sí, majestad. Es un. Honor poder estar en su palacio y conocerla —le digo con una reverencia.
—No, por favor, eso no es necesario. Entren y siéntense, por favor. ¿Qué les ha parecido sus habitaciones?
—Son preciosas. ¿Puedo peguntar qué estaba leyendo? —inquiero unos segundos antes de sentarme en el sofá, al lado del sillón.
—Una novela romántica. Me he aficionado a ellas. Atanasio me ha comentado lo que ha conseguido. Le estoy agradecida por poder disfrutar de nuevo de la risa de mi hijo. No han sido unos meses muy alegres…
—No es necesario que me agradezca nada. Ha sido algo muy natural que ha surgido, no he sido yo la responsable de ello, se lo aseguro.
—Sea como fuere, ha traído a mi hijo de vuelta, tanto física como mentalmente.
No estoy de acuerdo con su razonamiento, pero si pensar eso le hace bien, ¿quién soy yo para negarle nada a la reina de Aldenia?
***
Solo hace quince minutos que mis padres y yo estamos en el salón en compañía de la reina cuando el príncipe hace acto de presencia.
Me dedica su sonrisa encantadora que hace que mi cuerpo tiemble de la cabeza a los pies, se encamina hacia su madre y le deja un beso en la frente antes de sentarse a mi lado.
La reina lo observa con atención y abre sus ojos con sorpresa cuando el chico agarra mi mano con demasiada familiaridad.
—Veo que habéis llegado bien al salón —nos comenta jugando con mis dedos.
—Hemos tenido una ayudita, pero sí, no nos hemos perdido —contesto con una sonrisa de oreja a oreja en mis labios, algo que no pasa desapercibido a la reina.
Sus ojos celestes no se han apartado de nosotros y puedo ver que sus comisuras se elevan levemente.
—Creo que sé el motivo de haberlos invitado. Mi pregunta es: ¿lo saben ellos? —quiere saber la reina con la mirada fija en su hijo.
—Aún no están al tanto. ¿Hay alguna objeción por tu parte, madre? —responde Jean Pierre bajo la atenta mirada de mis padres y mía.
—Sabes que nunca me opondría a tu felicidad. Si tu felicidad es ella, no tengo ninguna objeción. Sin embargo, me gustaría saber qué piensa la susodicha. ¿Está de acuerdo o aún no sabe nada sobre tus intenciones?
Mis padres y yo parece que estamos viendo un partido de tenis. Nuestros ojos saltan de uno a otra sin ninguna idea de lo que están hablando.
—Estaba esperando el momento idóneo para ponerla al tanto de mis intenciones, pero ya que sacas el tema, se lo diré ahora.
—Una gran idea. Todavía puede salir corriendo antes de que sea demasiado tarde.
Jean Pierre regresa su atención a mí, me agarra la mano para esconderla entre las suyas y me pregunta:
—Anabella, ¿te gustaría ser mi pareja en la coronación?
Mi boca se ha quedado abierta. «¿He oído bien o es solo lo que mis oídos quieren oír?», me pregunto sin poder pronunciar palabra alguna.
—Cariño, no dejes a un príncipe sin su respuesta —me dice mi madre haciendo que baje de las nubes.
—¿Quieres que te repita la pregunta? —me inquiere el chico con su sonrisa encantadora que me hechiza y mata a partes iguales. Asiento con la cabeza despacio y él repite—: ¿Quieres ser mi pareja en la coronación?
«Pues sí, había oído bien. ¡Madre mía! ¿Cómo he llegado a este momento sin darme siquiera cuenta?».