Una navidad real

Capítulo 9

Todos los ojos están clavados en mí, a la espera de una respuesta a la pregunta del príncipe. 

Trago saliva con dificultad, le dedico una sonrisa a todos y asiento con la cabeza, incapaz de poder pronunciar alguna palabra. 

Jean Pierre me dedica una sonrisa seductora, se lleva mis manos a la boca y me deja un beso en el dorso. 

Mis padres están emocionados y la reina parece que también. Puedo ver una lágrima rezagada caer por su rolliza mejilla. 

—Entonces, deberías empezar a practicar —me dice la reina enjugando la lágrima con disimulo. 

—No sabes tirar con arco, ¿verdad? —inquiere el príncipe, expectante. 

—¿Tiro con arco? ¿Para qué necesito saber eso? —quiero saber con extrañeza. 

—Es tradición que el futuro rey y su futura reina enciendan la llama del amor con dos flechas de fuego. Si la encienden, el matrimonio será próspero, si no la encienden, el matrimonio no llegará a ser real —contesta la reina dando un sorbo a su té.

—¿Futura reina? Espera, ¿que me hayas pedido ser tu pareja en la coronación significa que me has pedido matrimonio? —los interrumpo confundida. 

—Más o menos. Si vas como mi pareja, para los invitados serás mi prometida, pero para mí no es una propuesta de matrimonio como tal. Soy más romántico como para hacerte esta proposición tan cutre —responde Jean Pierre casi indignado. 

—Supongo que tendré que aprender a tirar con arco. ¿Cuándo empezamos? —pregunto con una sonrisa para quitarle importancia al asunto, aunque por dentro tengo los nervios a flor de piel. 

***

La noche ha pasado sin ningún contratiempo y mis ojos se abren cuando el primer rayo de sol entra por la cristalera del balcón. 

Me estiro en la comodísima cama y me quedo, durante unos minutos, acurrucada entre las sábanas y el edredón, mirando por los ventanales del balcón cómo el bosque cobra más vida. 

Los pájaros salen de sus nidos y vuelan por el cielo azul, disfrutando del calorcito de los rayos del sol. 

Me levanto despacio, me atavío con las zapatillas y entro en el baño anexo para prepararme. Jean Pierre no tardará en venir para que empiece a practicar el tiro con arco.

Estoy cepillando mi largo y negro cabello cuando alguien llama a la puerta. Me agarro la cola de caballo con una mano y abro con la otra para dejar paso al príncipe. 

—¿Estás lista? —me pregunta mirando mi cuerpo embutido en un chándal negro. 

—Termino de peinarme y nos vamos. 

Me sujeto la cola con una gomilla, me echo un poco de agua en las sienes para ocultar los pequeños pelos que se quedan como antenas y me acerco a él con una sonrisa. Me lleva la mano a la frente para hacerle un saludo militar, me agarra la mano con una sonrisa y me guía hasta el patio hexagonal, hacia la parte de césped donde puedo ver dos dianas a lo lejos. 

Jean Pierre coge uno de los arcos que descansan en el césped, el carcaj para sacar una flecha y la prepara para lanzarla hacia la diana con maestría. 

El proyectil da en el mismo centro y el chico me mira con orgullo.

—¿Preparada para tu clase de tiro con arco? —me interroga dejando su arma en la hierba. 

—Supongo que sí —contesto con la garganta atascada por los nervios. 

—Relájate, te aseguro que no es muy difícil. Con la práctica lo dominarás al instante. 

Me hace coger el otro arco con el carcaj, me prepara la flecha y me da unas leves y sencillas instrucciones para que la suelte. 

El proyectil se queda clavado a unos pocos centímetros de mis pies y el príncipe se echa a reír delante de mis narices. 

—¡No te rías! Es mi primera vez con esta cosa —lo regaño con un leve empujoncito, enfadada. 

—De acuerdo, lo siento. Tensa un poco más la cuerda, baja el codo para que esté a la misma altura que tus ojos y tómate el tiempo que sea necesario para marcar tu objetivo. 

Resoplo con fastidio y cargo de nuevo el arco. 

El príncipe se acerca a mí para ponerse a mi espalda. Me da nuevas indicaciones, haciendo que abra un poco más mis piernas, relaje la cadera con un pequeño toque de su mano y me susurra:

—No seas impaciente. Tienes todo el tiempo que necesites. 

Los vellos de mi nuca se erizan y un escalofrío recorre mi cuerpo de la cabeza a los pies. «¿Cómo quiere que me relaje con él tocándome y susurrando de esa manera?», me pregunto respirando hondo para intentar que los nervios se disipen. 

Asiento para hacerle ver que lo he comprendido y lo pongo en práctica. 

La flecha vuela hasta el árbol y se clava en la diana. No es el centro, pero algo es algo.

 



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En el texto hay: navidad, amor, realeza

Editado: 29.12.2023

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