Capítulo 02.
Nunca Más
A la mañana siguiente, Gemma se puso en marcha de regreso a Seattle a primera hora, sin plantearse ni un poco la posibilidad de quedarse siquiera un día más. Anhelaba de sobremanera esas casi seis horas de vuelo, imaginando cómo cada una ponía más distancia entre ella y su hermana.
Su última conversación con Tricia la noche anterior, comenzó con ésta prácticamente lanzando sobre la mesa, delante de Gemma, la caja sin abrir del PurrPetual Petz. Una vez que se fueron los invitados, y los ojos de Allen y los niños estuvieron lejos, Tricia dejó salir al fin su verdadero rostro; ese que Gemma conocía muy bien que surgía cuando estaban sólo las dos… y que aún después de tantos años, la paralizaba un poco en cuanto se aparecía ante ella.
—Esther no va a tener ninguna tableta —indicó Tricia con tosquedad—. Así que mejor llévate tu horrible juguetito de mal gusto contigo cuando te vayas. Y ni se te ocurra volver a cuestionar la forma en que crío a mi hija de nuevo, y menos frente a las personas.
Gemma parpadeó, confundida. ¿A qué venía eso? ¿Por el comentario de los dispositivos? Si era así, le resultaba bastante exagerado, incluso viniendo de ella.
—Eso no es lo que quería hacer —masculló Gemma, dubitativa, parándose lentamente de su silla, como si temiera que un movimiento brusco pudiera alterarla aún más—. Sólo quería ayudar. Sé que esto debe ser muy difícil para ustedes…
—No, no lo sabes —le cortó Tricia de forma tajante—. Tú no sabes ni un carajo por lo que estoy pasando aquí, o por lo que pasé estos cuatro años.
—¿Y de quién es la culpa, Tricia? Prácticamente me alejaste de aquí cuando…
Sus palabras se cortaron de nuevo, pero esta vez a causa de una bofetada tan fuerte de parte de su hermana, que casi la hizo caer contra la mesa, sino fuera porque su cuerpo reaccionó interponiendo sus manos.
Gemma se quedó congelada, sintiendo como el ardor de su mejilla le quemaba la piel. Su mente tardó un poco en poder entender lo que había ocurrido, y más en ser capaz de reponerse y girarse a ver a su hermana sobre su hombro. Ésta la observó con su habitual expresión fría y dura, mientras se acomodaba tranquilamente los mechones de su cabello, como si nada hubiera ocurrido.
—No sé para qué viniste aquí en realidad —masculló con una anormal calma, que resultaba más perturbadora que si le estuviera gritando—. Ambas somos mucho más felices dejando las cosas justo como son: yo con mi vida aquí, con mi esposo y mis hijos, y tú allá con tus juguetitos. No sé para qué te empeñas en querer cambiarlo.
Los puños de Gemma se apretaron con tanta fuerza mientras la escuchaba, que sintió que sus uñas se le clavaban en la palma. Sentía tantas ganas de lanzarle un buen puñetazo en esa cara falsa de piedra que tenía… pero no lo hizo. Odiaba muchísimo como se comportaba ante Tricia; odiaba que no pudiera mantenerse serena en su presencia; odiaba el miedo que le causaba, como si aún fueran unas niñas pequeñas.
Pero ya no más; nunca más.
—No te preocupes por eso —declaró con la mayor firmeza que pudo, parándose derecha de nuevo—. Nunca más lo volveré a hacer. Nunca.
Y lanzada su ferviente declaración, caminó presurosa para salir de la habitación, en dirección al cuarto de huéspedes.
—Espero que sea cierto esta vez —masculló Tricia con indiferencia cuando pasó a su lado, pero Gemma no se detuvo a mirarla siquiera, y siguió de largo.
A la mañana siguiente se fue lo más temprano que pudo, cuando casi toda la familia dormía. Del único que se pudo despedir fue de Allen, que le preparó un café y se ofreció a llevarla, pero ella lo rechazó educadamente. Allen tampoco le cuestionó mucho sobre por qué se iba tan pronto; en el fondo él sabía que la relación de ambas hermanas era complicada, en el mejor de los casos, pero Gemma estaba convencida de que no conocía ni la punta del iceberg de lo que realmente ocurría ahí. Quizás en realidad no quería verlo; quería vivir la fantasía de la familia perfecta tanto como Tricia, y terminaba dejándole el terreno libre a su esposa para que hiciera lo le diera en gana.
Y por eso también lo odiaba un poco, por más irracional que le resultara.
Y así tan pronto como se fue a Connecticut, así mismo volvió a Seattle, con la promesa y anhelo en su corazón de nunca jamás volver ahí, y nunca jamás volver a ver a su hermana o a su “perfecta” familia.
Sólo unos pocos días después, descubriría para su pesar que tendría que volver a Connecticut muchísimo más pronto de lo que hubiera querido. Pero, por otro lado, su deseo de no volver a su madre se haría realidad… pero no cómo ella lo esperaba.
La llamada la tomó por sorpresa una noche en su taller bajo las oficinas de su trabajo, luego de quizás la demostración más desastrosa que hubiera hecho en toda su carrera.
En cuanto volvió a Seattle, Gemma estaba tan alterada que se fijó por completo en su trabajo para intentar olvidar el mal trago. Pero en lugar de enfocarse al 100% en la entrega del nuevo prototipo de PurrPetual Petz que David tanto esperaba, dividió su tiempo entre eso y su “proyecto” personal; ese que hacía en las instalaciones de la compañía, con dinero de la compañía, y con el tiempo de la compañía. El mismo que David le había pedido (o más bien ordenado) que lo dejara indefinidamente, hasta que tuviera el “maldito” nuevo prototipo.
Editado: 13.04.2025