Capítulo 05.
M3GAN
Ese siguiente viernes, muy temprano por la mañana, Gemma ya estaba lista para su presentación de ese día. Había sido una semana extenuante para su equipo y ella para tener listo el modelo de su proyecto, pero el trabajo había dado frutos.
El software funcionaba, el hardware funcionaba, las pruebas piloto habían salido exitosas… Claro, tendrían que hacer muchas más en el futuro, pues prácticamente habían reducido su periodo de pruebas sustancialmente para tenerlo listo a tiempo. Pero lo primero era salir vivos de esa próxima presentación; lo demás, ya lo verían después.
Aunque sí había un pequeño elemento faltante para su presentación, y uno muy importante para que David viera de primera mano todo el potencial de su proyecto. Por suerte, tenía ese elemento ideal justo ahí, en su casa.
Gemma abrió con cuidado la puerta del cuarto de Esther, y se asomó hacia el interior de éste. Divisó de inmediato a la pequeña recostada en la cama sobre su costado derecho, plácidamente dormida. Se aproximó casi de puntillas hacia la cama, se puso de cuclillas un lado, y extendió una mano hacia ella para tocarle el hombro.
Antes de hacerlo, sin embargo, se detuvo un instante cuando la luz que entraba por la puerta tocó ligeramente el cuello de la niña, iluminando las marcas claramente visibles sobre su piel. Gemma ya sabía que estaban ahí, pero verlas de forma tan directa las hacía mucho más reales…
En verdad alguien la había lastimado de esa forma tan horrible. ¿Por qué hacerle eso a una niña tan pequeña e inocente? Gemma nunca lo entendería… Y además de todo, pasar por eso para luego perder a toda tu familia.
Tardó un momento para sobreponerse a la impresión y continuar con lo que había ido a hacer.
—Hey, hey, Esther —susurró con suavidad mientras la agitaba delicadamente de su hombro—. Despierta, pequeña.
Esther se agitó un poco, dejó escapar un quejido y giró hasta recostarse sobre su espalda. Abrió sus ojos lentamente, y los enfocó poco a poco en su tía.
—¿Qué? ¿Qué pasa…? —masculló adormilada, seguida después por un largo bostezo.
De pronto, algo pareció recorrerle el cuerpo entero de punta a punta, como una sacudida eléctrica. Sus ojos se abrieron bien grandes, y la somnolencia fue desterrada enteramente de su rostro.
Alzó su mano derecha y la dirigió rápidamente a su propio cuello, instintivamente buscando su gargantilla de listón, que claramente no estaba ahí. Y no sólo eso, pues al momento de alzar la mano de esa forma, dejó también a la vista de Gemma su muñeca, que también tenía marcas muy parecidas a la de su cuello. Esto igualmente causó un pequeño impacto en su tía.
—¡No me veas! —gritó Esther de pronto, sonando furiosa al hacerlo. Extendió entonces rápidamente su mano hacia la mesa de noche a su lado, buscando con desesperación su gargantilla y brazaletes.
—Lo siento, lo siento —pronunció Gemma, apenada y un poco asustada. Retrocedió rápidamente, dándose media vuelta para darle la espalda.
—¡No entres a mi cuarto así!
—Está bien, lo entiendo. Prometo no hacerlo otra vez. Perdóname.
Siguió un silencio. Gemma continuó sin mirar, pero supuso que se estaba colocando rápido sus listones, en su intento por cubrirse lo más pronto posible.
—Ya puedes mirar —indicó Esther tras un rato. Al girarse de nuevo, Gemma la vio ya de pie a un lado de la cama, con su cuello y muñecas ocultas una vez más—. Lamento haberte gritado —pronunció la niña, agachando la cabeza apenada.
—Descuida —se apresuró a responderle Gemma—. Pero, Esther… esas cicatrices…
—No quiero hablar de eso —exclamó Esther rápidamente de forma tajante, dejando entrever de nuevo un dejo de enojo al hacerlo.
—Te entiendo, está bien —respondió Gemma, dibujando después una sonrisa despreocupada, aunque no tuvo claro si acaso era correcto que sonriera o no.
Esa era la primera vez que la veía reaccionar de una forma tan adversa. La primera vez que veía con sus propios ojos que Esther no estaba tan “bien” como le había dicho a Lydia luego de su visita. La primera vez que echaba un vistazo a eso que Esther había vivido durante sus cuatro años de secuestro y de lo que aún no estaba dispuesta a hablar…
Pero las cosas mejorarían para ella a partir de ese día. Su proyecto se encargaría de hacer que la vida de la pequeña Esther fuera mejor. Eso es algo que podía hacer por ella.
—Perdón que te despierte tan temprano —masculló Gemma, intentando dejar el tema de las cicatrices por la paz—. Pero te tengo una sorpresa.
El rostro de Esther reflejó genuino interés.
—¿Qué sorpresa?
—Vístete rápido —indicó Gemma—. Hoy me acompañarás a mi trabajo.
—¿Esa es la sorpresa?
—No, la sorpresa te la mostraré allá. Anda, prometo que te gustará.
Esther pareció suspicaz, pero al final hizo lo que le indicó.
Gemma la dejó sola en la habitación para que se cambiara y arreglara, y aguardó paciente en la sala hasta que la niña salió ya lista, luciendo un bonito vestido verde y un suéter blanco sobre éste, mallas negras, con su cabello suelto, adornado únicamente con una diadema. Y por supuesto, los listones de su cuello y muñecas siempre presentes.
Editado: 30.07.2025