Una niñera diferente

Capitulo 6

La noche se apoderó de la ciudad, y una llovizna tenue cubría las calles con ese brillo húmedo que hacía que todo pareciera más silencioso. Elena bajó del autobús con los zapatos empapados y el abrigo colgando de su brazo, sintiendo el peso agradable del cansancio. Las luces anaranjadas de los faroles dibujaban reflejos en los charcos.

Subió los escalones del edificio, suspirando con alivio cuando escuchó el sonido familiar de su puerta al abrirse.

—¡Por fin! —exclamó una voz desde adentro.

Lara, su amiga y compañera de piso, estaba sentada en el sofá con una taza de chocolate caliente y una manta sobre las piernas. Tenía el cabello recogido en un moño desordenado y la mirada curiosa de quien llevaba horas esperando una historia.

—Pensé que te habían secuestrado esos millonarios del anuncio —bromeó—. ¿Y bien? ¿Cómo fue el primer día con tu pequeño demonio rubio?

Elena soltó una risa suave, dejando el bolso sobre la mesa y dejándose caer en el sillón frente a ella.

—Digamos que… sobreviví —respondió con una sonrisa cansada.

—Eso no me dice nada, mujer. Quiero detalles —insistió Lara, estirándose para servirle una taza. El aroma del cacao con canela llenó el aire—. Vamos, cuéntame todo antes de que me consuma la curiosidad.

Elena tomó la taza entre sus manos, disfrutando del calor que le devolvía la vida a sus dedos fríos.

—Matías es… indescriptible —dijo finalmente—. Tiene una energía que parece venir de otro planeta. Esta mañana todo empezó bien, pero luego… bueno, decidió que su pez necesitaba “libertad artística”.

Lara arqueó una ceja.

—¿Libertad artística?

—Le echó pintura azul a la pecera —confesó Elena, cubriéndose el rostro con las manos mientras reía—. Cuando lo encontré, estaba empapado, con una brocha en la mano y una sonrisa que podría haber desarmado al mismo demonio.

Lara soltó una carcajada tan fuerte que casi derramó el chocolate.

—¡No! ¡No puede ser! —dijo entre risas—. ¿Y el pez?

—Vivo, aunque un poco confundido. —Elena sonrió con ternura—. Terminamos los dos llenos de pintura, así que tuve que bañarlo, y… no sé, Lara. En medio de todo ese caos, sentí algo. Ese niño tiene un corazón enorme.

Lara la observó en silencio por un momento, con una expresión que mezclaba diversión y cariño.

—Sabía que algo así te pasaría —dijo al fin—. Desde que vi ese anuncio, tuve la sensación de que no era un trabajo cualquiera.

—¿Destino? —preguntó Elena, alzando una ceja con una sonrisa incrédula.

—Sí, destino —respondió Lara sin dudar—. A veces la vida te lleva justo a los lugares donde más necesitas estar.

Elena bajó la mirada hacia su taza, removiendo el chocolate con la cucharita. La lluvia golpeaba los cristales con un ritmo suave.

—Quizás tengas razón —susurró—. Hace mucho no me sentía útil. Ni tan viva. Ese niño… te obliga a reír, aunque no quieras.

Lara sonrió con ternura y se acomodó la manta.

—Y el padre… ¿Cómo es? —preguntó con picardía, alargando las palabras.

Elena levantó la vista, fingiendo indiferencia.

—Serio. Muy correcto. De esos hombres que parece que todo lo tienen bajo control.

—¿Y? —insistió Lara, arqueando una ceja—. ¿Guapo?

Elena soltó una risita nerviosa.

—Demasiado. Pero no es eso. Es… raro. Creí que sería más mandón.

—Ajá, ajá… eso suena a que ya te empezó a intrigar.

—No digas tonterías —replicó Elena entre risas—. Solo fue mi primer día. Bastante tuve con la pintura, el baño y la cena.

Lara asintió, pero su sonrisa decía otra cosa.

Elena, sin embargo, miró por la ventana, siguiendo el recorrido de las gotas sobre el vidrio, y por primera vez pensó que, quizás, ese trabajo no había llegado por casualidad.

En la mansión Torres, la noche también avanzaba con calma.
Liam estaba sentado en su estudio, la chaqueta colgada en el respaldo de la silla, y una copa de vino reposando sobre el escritorio. Frente a él, los documentos del día estaban apilados, pero su mente estaba en otra parte.

Pensaba en ella.
En la manera en que se reía a pesar del desastre, en su voz paciente, en sus manos cubiertas de pintura mientras hablaba con su hijo como si el caos fuera algo hermoso.

Era absurdo. Apenas la conocía. Pero había algo en Elena que lo descolocaba. No era su sonrisa ni su aspecto, aunque ambos resultaban difíciles de ignorar.
Era su forma de estar.
Esa calma suave, ese modo de mirar a Matías con ternura genuina, como si el mundo no fuera un lugar tan cruel como él lo recordaba.

Apoyó los codos sobre el escritorio y se llevó una mano a la nuca, exhalando despacio.

—No puede ser —murmuró para sí, negando con la cabeza.

Pero sí lo era. Hacía mucho que alguien no lograba entrar tan fácilmente en su pensamiento.

Recordó cómo la vio reírse cuando Matías la salpicó de agua.
Cómo le habló al niño con paciencia, sin alzar la voz ni mostrar fastidio. Y esa manera tan natural en la que dijo “fue un buen día”, como si realmente lo hubiera sido, a pesar del caos.

Quizá —pensó mientras el vino le dejaba un rastro amargo en los labios—, lo que le atraía tanto era precisamente eso: Elena era diferente.

Ella no lo miraba como los demás.

No esperaba nada de él.
No buscaba complacerlo, ni impresionarlo, ni entrar en su mundo perfecto. Solo estaba ahí, auténtica, risueña, sencilla.

Liam se levantó y caminó hasta la ventana. Las luces del jardín brillaban entre la lluvia, y el reflejo de su propio rostro le devolvió una expresión que no recordaba haber visto en mucho tiempo.

—Esto no puede ser una buena idea… —susurró.

Pero sonrió. Porque, por primera vez en años, no podía dejar de pensar en algo que no fuera trabajo. Y todo había empezado con una niñera diferente, dispuesta a permanecer entre el caos de su hijo.



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En el texto hay: niñera y ceo, niño travieso

Editado: 03.11.2025

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