Una niñera diferente

Capitulo 9

El amanecer apenas había despuntado cuando Liam Torres cerró suavemente la maciza puerta de la mansión. El cielo estaba teñido de un gris perlado, y una neblina ligera y fría cubría los inmensos jardines. Sentía el peso del silencio, el mismo que gobernaba esa casa desde hacía años.

Su chofer, vestido de riguroso negro, lo esperaba con el motor encendido. Liam ajustó el cuello de su abrigo de lana, dio una última mirada hacia la ventana del piso superior —la de la habitación de Matías— y subió al auto sin decir palabra.

Durante el trayecto, su mente se negaba a concentrarse en los pendientes. En cambio, la imagen de Elena se le imponía, vívida: su expresión de sorpresa al recibir el contrato, la duda en su voz cuando le propuso vivir allí, y ese "buenas noches" que le había quedado resonando como un eco suave y persistente.
Se recostó contra el asiento, cerrando los ojos por un momento. Había dormido poco. No por estrés laboral, sino por una inquietud que no sabía nombrar del todo.

La torre de cristal de la empresa Torres Group se alzaba como un símbolo de perfección y control absoluto. Liam atravesó el vestíbulo con su habitual paso firme. Todo era orden, eficiencia, y un silencio elegante.
Cuando llegó al piso ejecutivo, su asistente lo recibió con una carpeta en mano y una expresión tensa.

—Buenos días, señor Torres. El señor Álvarez ya lo espera en la sala de juntas.

—Perfecto —Liam asintió sin detenerse. El eco de sus pasos se perdió entre los pasillos alfombrados.

Abrió la puerta de la sala y encontró a su amigo y socio de años, Gabriel Álvarez, sentado junto a la mesa de cristal, hojeando un informe con el ceño fruncido.

—Llegas temprano. Eso sí que es un hito para un hombre que no duerme —bromeó Gabriel, levantando la vista.

—Y tú sigues sin aprender a no invadir mi agenda —replicó Liam, con una media sonrisa que apenas duró un segundo.

Se dieron un apretón de manos. Gabriel, su amigo más cercano, tenía un carácter más relajado, una forma de mirar las cosas que a veces lograba desarmar la coraza de Liam.

—¿Café? Es de la edición especial que sé que te gusta —ofreció Gabriel, levantando una taza.

—Por supuesto.

El aroma intenso llenó la habitación. Liam tomó el primer sorbo, aún caliente, y se apoyó en el respaldo de la silla. Pero su mirada estaba lejos, en otro sitio.

—Te noto distinto —dijo Gabriel, observándolo con una intensidad incómoda—. Más suave, Torres. O, si quieres un término peor: domesticado.
Liam arqueó una ceja.

—¿Domesticado?

—Sí. Antes apenas parabas en la ciudad y ahora... casi no te dejas ver por la empresa. Tus reuniones son más cortas, tus llamadas, más escuetas. —Apoyó los codos sobre la mesa con una sonrisa curiosa—. ¿Qué sucede, Liam? ¿La fundación de caridad te absorbe tanto?
Liam lo miró, cortante.

—Nada. Solo... estoy intentando pasar más tiempo con Matías.

—¿Con Matías? —Gabriel frunció el ceño, genuinamente sorprendido—. Desde que te quedaste con Matías, la palabra "casa" era un mero sitio para dormir para ti.

El silencio se hizo pesado. Liam bajó la mirada hacia el café. El recuerdo de su esposa —de su ausencia— seguía siendo un lugar al que no quería volver.

—Está creciendo rápido —respondió con tono neutro—. Y... tiene días complicados.

—Ah, ya entiendo —dijo Gabriel, apoyándose hacia atrás con una sonrisa pícara—. Entonces por eso has estado tan "en casa". Necesitas supervisión parental.

Liam lo miró con una mezcla de advertencia y cansancio.

—No empieces, Gabriel.

—Vamos, no me digas que no es extraño —continuó su amigo, divertido—. El gran Liam Torres, de pronto, se vuelve el padre más presente del año. Admítelo.
Hay algo más.

Liam soltó un suspiro breve y giró la mirada hacia la ventana. Afuera, el cielo se había despejado un poco, tiñendo de dorado las torres vecinas.

—Solo contraté una nueva niñera. Una de planta —dijo con calma.
Gabriel levantó una ceja, intrigado.

—¿Una niñera de planta? En serio, ¿para qué? ¿Para qué no se escape?

—Sí —El tono de Liam fue seco, casi defensivo—. Es joven, competente, y Matías parece... cómodo. Pero ya sabes cómo soy. Me gusta vigilar que las cosas se hagan correctamente.

—¿Vigilar? —repitió Gabriel, reprimiendo una sonrisa—. Desde cuándo el señor Torres necesita "vigilar" a sus empleados. ¿No tienes cámaras para eso?

Liam se tensó.

—Es mi hijo. No confío fácilmente en nadie.

Gabriel lo observó en silencio, luego su sonrisa se ensanchó apenas.

—No será que la niñera está muy... agradable a la vista, ¿verdad?
Liam alzó la vista de golpe, con una expresión de pura incredulidad.

—No digas estupideces.

—Solo pregunto —replicó Gabriel, encogiéndose de hombros—. Pero por la forma en que te alteras, casi parece que di en el clavo.

—Gabriel. —La voz de Liam sonó más baja, controlada, pero con un filo evidente de molestia—. No tiene absolutamente nada que ver con eso.

—Claro, claro... —Gabriel levantó las manos, en tono conciliador—. Olvida que lo dije.

Un silencio tenso se instaló entre ambos. Liam volvió a tomar el café, ahora casi frío, y clavó la mirada en los informes. Pero no leyó una sola palabra.
En su pecho, algo incómodo se agitaba. No le gustaba mentir, pero la verdad era inconfesable: la presencia de Elena lo había sacado de su eje. La forma en que su voz, tranquila y firme, llenaba los pasillos, cómo sonreía, y el brillo honesto de sus ojos al jugar con Matías.

Todo en ella era un desorden inesperado que se había instalado en el centro de su perfecta y fría vida.
Una huella que lo confundía y, peor, lo distraía.



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En el texto hay: niñera y ceo, niño travieso

Editado: 03.11.2025

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