Una niñera diferente

Capitulo 10

La noche había envuelto la mansión en un silencio solemne.
El reloj del vestíbulo marcó las diez y media. La única luz encendida, la lámpara del salón principal, bañaba con un brillo cálido el sofá. Allí esperaba Elena, con las piernas recogidas y un libro en el regazo. No leía. Desde hacía más de una hora, su mirada estaba fija en la puerta, atenta al menor ruido que anunciara a Liam.

El cansancio le pesó en los párpados. Cerró el libro, apoyó la cabeza en el respaldo y, sin darse cuenta, el sueño la fue venciendo.
Liam llegó pasada las once. La mansión estaba en silencio, las luces del pasillo apagadas, el mármol devolviendo el eco de sus pasos. Dejó el abrigo en el perchero, suspiró y se pasó una mano por el cabello, aún húmedo por la llovizna.

Se detuvo al entrar al salón.
Allí estaba Elena, dormida en el sofá, envuelta en la luz cálida. El libro, caído a un lado; una mano sobre el abdomen y la otra cerca del rostro. El cabello se le había soltado, dejando mechones libres sobre las mejillas.
Por primera vez en mucho tiempo, Liam sintió cómo algo dentro de él se relajaba. Una calma extraña, una ternura que lo tomó desprevenido.
Caminó despacio. Se detuvo a pocos pasos y la observó: el leve movimiento de su respiración, la línea suave de su boca, el gesto apacible que rara vez veía en ella despierta. Y sintió ese cosquilleo, una sensación que no recordaba desde hacía años. Cuando su mirada se posó en los labios de ella, algo en su interior se desordenó.
Frunció el ceño y se apartó, como si necesitara distancia de esa emoción. Aclaró la garganta, intentando disimular.
El sonido bastó. Elena se movió y abrió los ojos, confusa.

—¿Señor Torres? —murmuró, incorporándose—. Lo siento, me quedé dormida esperándolo.

Liam parpadeó, intentando recomponerse.

—No es problema —dijo, la voz más grave de lo que pretendía. Se aclaró la garganta otra vez y añadió—: No esperaba encontrarla aquí a esta hora.

Elena bajó la mirada, avergonzada.

—Quería hablar con usted. No quise irme sin darle mi decisión.

Liam se cruzó de brazos, su corazón aún latía con fuerza.

—¿Su decisión? —repitió con calma.

—Sí. —Elena respiró hondo y lo miró con determinación—. He pensado en su propuesta y… he decidido aceptar. Me quedaré a vivir aquí para cuidar mejor de Matías.

El silencio que siguió fue largo, solo roto por el chisporroteo del fuego y la lluvia en los cristales.
Liam asintió despacio. Una sonrisa imperceptible se formó en sus labios por un segundo antes de que su expresión volviera a la seriedad.

—Bien —dijo finalmente—. Me alegra escucharlo.

Elena notó el brillo fugaz en su mirada antes de que él lo ocultara.

—Mañana enviaré al chofer para que la ayude con la mudanza —añadió—. La recogerá a las nueve.

—Perfecto —respondió ella, forzando la calma, aunque el corazón le palpitaba con fuerza.

—Agradezco que confíe en mi propuesta. —Su tono era firme, pero un matiz suave lo cruzó—. Matías estará encantado.

Elena sonrió con ternura.

—Eso espero.

Hubo un instante incómodo, el silencio suspendido. Liam desvió la mirada, como si la cercanía lo sofocara.

—Permítame que el chofer la lleve a su casa —dijo con formalidad—. No regresará sola a estas horas.

—No es necesario, de verdad… —empezó ella, pero él la interrumpió con leve firmeza.

—Lo es.

Elena no tuvo argumentos, solo asintió.
Él tomó su teléfono y marcó. Mientras hablaba con voz baja, Elena lo observó: su postura erguida, el reflejo del fuego delineando su perfil. Había algo hipnótico en su presencia, una mezcla de control y vulnerabilidad difícil de descifrar.

Cuando colgó, Liam se giró hacia ella.

—El auto está listo. —Hizo una pequeña pausa y, más suave, añadió—: Descanse, señorita Marceau.

—Gracias, señor Torres. —Elena tomó su bolso—. Buenas noches.

—Buenas noches.

Ella caminó hacia la puerta. Liam se quedó, mirándola irse, escuchando el leve sonido de sus pasos. Cuando la puerta se cerró, soltó el aliento que había estado conteniendo.
Se pasó una mano por el rostro, intentando recuperar el control. Pero la imagen de Elena dormida seguía allí, persistente.

El auto negro se detuvo frente al edificio de Elena poco después de medianoche. Lara esperaba en la entrada, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Al ver el vehículo, suspiró aliviada.
El chofer bajó para abrir la puerta. Elena salió, envuelta en su abrigo.

—¡Gracias! —le dijo al hombre, que asintió con discreción antes de marcharse.

Lara la recibió con una mezcla de alivio y curiosidad.

—¿De quién era ese coche? —preguntó, alzando una ceja.

—Del señor Torres —respondió Elena mientras abría la puerta del apartamento.

—¿Del jefe? —Lara arqueó las cejas—. ¿Y te trajo a esta hora? ¡Eso suena a novela!

—No empieces —dijo Elena, riendo con cansancio—. Solo me ofreció el transporte porque era tarde.

Entraron. Lara se acomodó en el sofá mientras Elena dejaba el bolso en la mesa.

—Bueno… —dijo su amiga, con la sonrisa pícara—. Cuéntame todo.

Elena suspiró y se sentó.

—Lo esperé para hablar con él. Acepté mudarme a la mansión.

Lara se enderezó, abriendo los ojos.

—¿Se emocionó?

—¡No! —Elena se mordió el labio—. Es un cambio enorme.

—Lo sé, pero es una oportunidad. —Lara sonrió—. Además, ¿Estarás muy cerca de ese hombre?

—Lara por favor.

—Vamos, no me digas que no te emociona ese hombre. —bromeó ella, riendo.

Elena negó con una risa incrédula.

—Lara, es mi jefe. Apenas me conoce.

—Eso no le impide mirarte, estoy segura de que ya cayó en tus encantos. Eres naturalmente hermosa.

—Eres imposible.

—Y tú muy ingenua —replicó su amiga, sonriendo—. Pero está bien, no te presionaré… todavía.

Ambas rieron. Luego, como si el cansancio cayera de golpe, se miraron y suspiraron al mismo tiempo.



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En el texto hay: niñera y ceo, niño travieso

Editado: 03.11.2025

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