Una niñera diferente

Capitulo 11

El mes se había deslizado con una naturalidad asombrosa. Elena lo pensaba y aún sentía el eco de aquellos nervios temblándole en el pecho, la mañana que cruzó el umbral de la mansión. Temía ser un error, una pieza disonante en un mundo de reglas de cristal. Sin embargo, la rutina, lejos de encadenarla, se había vuelto un extraño refugio.

Ahora, su día a día tenía una banda sonora: el pitido exacto del despertador a las seis; el denso aroma a café recién molido que flotaba desde la cocina y, como estallido de sol, la risa de Matías rompiendo el silencio del amanecer.

Matías era su pequeño, adorable huracán. Lo quería, lo adoraba, aunque su energía inagotable la dejara al borde de la desesperación. Con paciencia de orfebre, le enseñó a organizar sus legos, a pedir con la voz firme y dulce, a usar los cubiertos como si fueran una extensión de la mano. El niño protestaba, claro, pero acababa cediendo, con una sonrisa que era la pura travesura.

—Eres una tiranosaurio rex, Elena —bromeaba el niño, con ese aire de sabiondo, mientras ella le servía el jugo en vaso de plástico.

—Y tú un terremoto con corbata, Matías —le revolvía el cabello con una mezcla de cariño y reproche—. Pero aunque patalees, hoy sí haces la tarea antes de tocar un balón.

El puchero duraba dos segundos antes de disolverse en una carcajada limpia. En el fondo, Matías la quería. Ella llenaba la casa de un eco nuevo, de una vitalidad que no existía antes.
Liam también lo notaba. Se sorprendía a sí mismo escuchando, desde el silencio monacal de su despacho, las explosiones de risa que venían del jardín. Intentaba reconcentrarse en los balances financieros, pero algo en su interior se suavizaba, se dilataba. Se descubría mirando por la ventana, observando a Elena correr tras el niño, o limpiarle el rostro con un pañuelo, la paciencia grabada en cada gesto.
“Se llevan bien… demasiado bien”, pensaba, y sentía un nudo inesperado. Al instante, desviaba la mirada, incómodo con la punzada en el pecho que no sabía descifrar.

El día del “aniversario” de Elena como niñera comenzó con una calma perfecta.
El cielo estaba de un azul impecable; el aroma embriagador de los jazmines se colaba con el viento por las ventanas abiertas. Elena estaba en la cocina, doblando servilletas y charlando con la cocinera. Matías, mientras, jugaba en el césped.

—Hoy cumples un mes. ¡El tiempo vuela cuando te diviertes! —dijo la cocinera con una sonrisa cómplice.

—Ni me lo recuerde. Se me ha ido en un suspiro —respondió Elena, riendo.

Matías, invisible tras el marco de la puerta, escuchó la palabra clave. Sus ojos se iluminaron con una idea audaz.
“Un regalo de aniversario”, pensó. Corrió escaleras arriba en busca de su posesión más preciada: una rana de goma verde fosforescente que había rescatado de una caja de juguetes olvidados.
Él sabía el secreto de Elena. Una semana antes, viendo una película animada, una simple rana en pantalla la había hecho soltar un chillido tan agudo que Matías se había reído hasta el dolor de estómago.
Así que esperó. Paciente, con su rana, aguardó la hora del almuerzo.
Elena colocaba con cuidado los cubiertos sobre el mantel cuando un sutil “croac” sonó a sus espaldas.
El corazón se le encogió. El frío le subió por la espalda.

—¿Qué… qué fue eso? —susurró, con la voz apenas audible, girando la cabeza.
Otro “croac”. Más cerca.
Y entonces la vio: la pequeña silueta verde, fea y brillante, dando un salto hacia ella.

—¡NO, NO, NO! —El grito fue instintivo. Los cubiertos cayeron con un estrépito metálico.

Matías irrumpió detrás, muerto de la risa.

—¡Feliz aniversario, Elena! —anunció, triunfante.

Elena soltó un alarido gutural, se dio media vuelta y echó a correr.

—¡Matías, quita esa cosa de aquí! ¡Ya!
El niño, desternillándose, la persiguió con la rana en alto.

—¡Es de mentira! ¡Solo mírala!

—¡No voy a mirarla! — grito histérica de terror, esquivando muebles y girando esquinas a ciegas.

El sonido de su persecución llenó el aire de la casa. Pero el destino tenía una emboscada preparada.
Justo en ese instante, Liam cruzaba el umbral, el maletín en la mano y la mirada pegada a su reloj. Apenas levantó la vista.
Y entonces, un blur. Un choque.
Elena, corriendo sin mirar, se lo llevó por delante. Los dos cayeron al suelo con un golpe que hizo vibrar el piso.
El silencio fue absoluto.

Elena quedó tendida sobre él, sus manos instintivamente apoyadas en la dureza de su pecho. Estaban tan cerca que podía sentir el aire cálido de su aliento en su barbilla.

El tiempo se fracturó.

Los ojos de Liam, grises y sorprendentemente serenos, la miraron con una mezcla de shock. Podría jurar que escuchaba los latidos acelerados de él contra su palma.
Elena tragó saliva. Sus mejillas ardiendo.

—Yo… lo siento, señor. No lo vi. Mil disculpas.

Liam se aclaró la garganta, sintiendo cómo se le escapaba la compostura.

—No… no es nada —su voz era más grave y baja de lo normal—. Pero… ¿Qué demonios estaban haciendo…?

No pudo terminar la frase. Matías llegó como un misil, sin la rana, y se lanzó sobre ambos.

—¡Te atrapé, Elena! —gritó, aterrizando sobre el torso de su padre.

Elena soltó una carcajada ahogada, aplastada por el pequeño y la masa firme de Liam bajo ella.

—¡Matías, ya! ¡Bájate! —dijo, intentando quitarlo.

Liam exhaló, luchando por mantener la seriedad, aunque una sonrisa apenas contenida le curvaba la boca. Finalmente, se incorporó con el niño en brazos.

—Matías —dijo con autoridad fingida, porque el brillo en sus ojos lo delataba—, eso no estuvo bien.

—Pero era un regalo de aniversario —protestó el niño, cruzando los brazos.

—¿Un regalo? —Elena fingió indignación, recuperando el aire.

—Sí, por tu primer mes aquí.

Liam la miró. Una sonrisa real, pequeña y cálida, se dibujó en sus labios.



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En el texto hay: niñera y ceo, niño travieso

Editado: 03.11.2025

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