Agnes Durand
Las puertas automáticas del hospital se cerraron a mis espaldas, y el aire frío del pasillo me envolvió como una advertencia silenciosa. Caminé en automático hacia el área de oncología, mi mente vagando entre el presente y los recuerdos. Cada paso me pesaba más, sabiendo que al final de ese camino encontraría a Adelyn, más frágil de lo que nunca había querido imaginar.
El hospital olía a desinfectante, un aroma que siempre me hacía sentir pequeña y vulnerable. Mi mente no dejaba de repetir las palabras del médico por teléfono, pero aún no podía creerlo. Adelyn, siempre tan fuerte, estaba en una cama, frágil, luchando por cada respiro.
Me limpie las lagrimas con el dorso de mi mano, pasar el nudo atorado en mi garganta ha sido el peor esfuerzo que he hecho en a vida, con cada latido de mi corazón perdía minutos de buenos recuerdos junto a la mujer que sacrifico su felicidad por cuidarme.
Me acerqué al mostrador de la enfermería, con la garganta seca y las manos temblorosas. Una enfermera de rostro amable levantó la vista.
—¿Agnès Durand? —preguntó, con una voz baja que ya parecía cargada de condolencias no dichas.
—Sí, soy yo —logré decir, aunque mi voz sonaba tan ajena como el entorno que me rodeaba.
—El doctor García la espera en su oficina —dijo señalando una puerta al final del pasillo. Asentí y avancé, sin detenerme a pensar en lo que vendría.
Respire hondo antes de tocar la puerta. Un hombre de mirada cansada y bata blanca me invitó a entrar. Era el doctor García, quien había estado siguiendo el caso de mi tía desde que le diagnosticaron cáncer de pulmón. Cuando me vio entrar, esbozó una leve sonrisa, pero sus ojos ya me decían lo que no quería escuchar.
—Señorita Durand —comenzó mientras me indicaba que tomara asiento—. Gracias por venir tan rápido.
—¿Cómo está mi tía? —corté de inmediato, sin rodeos. No tenía fuerzas para preámbulos.
El doctor tomó un respiro profundo, apoyando sus manos sobre el escritorio.
—Adelyn ha sido muy fuerte durante todo este proceso, pero el cáncer ha avanzado más rápido de lo que esperábamos. El desmayo que sufrió esta mañana es una señal clara de que su cuerpo está comenzando a ceder. Los médicos están haciendo todo lo posible para mantenerla estable, pero… —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—, no le queda mucho tiempo.
Mi pecho se contrajo, como si el aire me faltara de repente. Sabía que este día llegaría, pero eso no hacía que el golpe doliera menos.
—Puedo verla, ¿verdad? —mi voz era un susurro ahora, apenas audible.
—Por supuesto. Está consciente, pero muy débil. Te sugiero que aproveches este tiempo con ella —dijo con la amabilidad de quien ha tenido que decir estas palabras demasiadas veces.
Me levanté, agradeciéndole con un movimiento de cabeza, y salí de la oficina sin más palabras. Mis pies me llevaron hacia su habitación, pero mi mente estaba muy lejos. Estaba en aquel jardín donde ella y yo pasábamos tardes enteras cultivando rosas, riendo y hablando de sueños que parecían lejanos, pero siempre alcanzables.
Cuando finalmente abrí la puerta de su habitación, la vi. Adelyn estaba acostada en la cama, rodeada por un sinfín de máquinas que parpadeaban y emitían sonidos rítmicos. Pero sus ojos, esos ojos que siempre brillaban con sabiduría y ternura, se abrieron cuando me vio entrar.
Le dedique una sonrisa, recordando cuando era niña y terca mareaba a mi tía con el mismo cuento del por que nuestros ojos eran tan distintos los míos marrones y los de ellas azules como el mismo cielo, siempre, me acariciaba el cabello y me decía que no todas las rosas del campo eran iguales.
—Agnes… —su voz era débil, pero, aun así, lograba transmitir el mismo amor de siempre.
Me acerqué rápidamente, tomando su mano entre las mías. Estaba tan fría, tan frágil.
—Estoy aquí, tía —murmuré, mi garganta apretada con el peso de las emociones que amenazaban con desbordarse—. No te preocupes.
—¿Qué estas haciendo aquí? Según recuerdo nuestra charla por la mañana fue para contarme que tendrías que cubrí un evento el día de hoy— la tos impide que continúe hablando me acerco para ayudarle a incorporarse, pero niega con ca cabeza, demostrando que a pesar de todo es fuerte.
—Annette se está haciendo cargo de eso, ahora tengo que estar aquí, me necesitas— murmure, acercándome, acaricio su mano mientras trato de mil maneras evitar las lágrimas.
—Muchacha testaruda, hasta cuando vas a dejar de preocuparte por mí.
Adelyn se sonrojó suavemente, como si la fuerza para ese simple gesto le costara un mundo, pero su mirada seguía siendo la misma. Aquella que me decía que todo iba a estar bien, aunque ambas sabíamos que no lo estaría.
—Recuerdas… ¿las rosas? —preguntó de repente, como si el pasado fuera lo único que importara en ese momento.
Sonreí, aunque las lágrimas amenazaban con escaparse.
— ¿Cómo podría olvidarlas? —respondí, apretando su mano suavemente—. Pasábamos horas en el jardín, cuidándolas como si fueran tesoros. Siempre decías que las flores eran como la vida misma, hermosas pero delicadas.
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Editado: 17.11.2024