Bastián Capeto
El sonido de mis pasos resonaba con fuerza en los pasillos del castillo, un eco que reflejaba parecía el caos en mi mente. Lucille, mi hija, mi tesoro más preciado y al mismo tiempo la causa de mis mayores frustraciones, estaba esperando en su habitación, seguramente con los brazos cruzados y la mandíbula apretada en esa forma tan suya que anunciaba una tormenta inminente.
Habíamos pasado por tres niñeras en los últimos meses, y la última, la pobre señora Dubois, acababa de abandonar el castillo, casi entre lágrimas, luego de que Lucille decidiera, en un arranque de rebeldía, que no necesitaba más lecciones ni disciplina. Fue la gota que colmó el vaso para la institutriz, y no la culpaba. Mi hija tenía una habilidad sobrenatural para llevar a cualquier adulto al límite de la paciencia.
—¿Otra más? —me había preguntado la institutriz, Alizee quien fue la mejor amiga de mi esposa, con ese tono que ya no disimulaba su desaprobación—. Su Majestad, si seguimos por este camino, no habrá quien quiera trabajar aquí— Sabía a la perfección lo que me está diciendo, en estos últimos días me ha costado más de lo natural encontrar a alguien para que se haga cargo de mi hija.
Alizee siempre fue amiga de mi difunta esposa, motivo por el cual se ha quedado a mi lado para ayudarme a educar a Lucilla, la compadezco, es quien debe soportar todo los desplantes y berrinches que mi hija hace, estar en sus zapatos no es fácil.
No respondí a su comentario entonces, pero la verdad es que empezaba a dudar de si habría alguien capaz de manejar a Lucille. Mi hija no era simplemente obstinada; era inteligente, astuta, a veces, cruelmente directa. No aceptaba autoridad de nadie que no fuera yo… siendo sincero tiene episodios donde me reprocha y no acepta las reprimendas que van de mi parte, todo el tiempo saca a relucir la pérdida de su madre. Un tema que aún me cuesta dialogar.
Recordar a Lucille, la reina más joven de la actualidad, dejó huellas en mi corazón, su muerte me marcó para siempre. Le hice una promesa el día que visite sus cenizas, nunca volvería a enamorarme de nadie y se lo he cumplido.
Al llegar a su habitación, me detuve un segundo frente a la puerta antes de girar el pomo. Sabía que iba a ser una conversación difícil, como todas las que había tenido con ella últimamente. Ingresé, encontrándola exactamente como la había imaginado: sentada en el borde de su cama, con la barbilla levantada y los ojos encendidos de desafío.
—¿Qué ha hecho esta vez, Lucille? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta. Mi voz sonaba más severa de lo que pretendía, pero estaba cansado. Cansado de los problemas constantes, cansado de ver cómo se alejaba cada día más del bebe dulce que había sido.
—Ella lo merecía, papá —respondió con frialdad, sin siquiera titubear—. No soportaba que me tratara como si fuera un bebé. No soy una niña pequeña.
Cerré la puerta detrás de mí y avancé hasta el centro de la habitación, observando cómo me miraba con esa mezcla de arrogancia y desdén que tanto detestaba. ¿En qué momento habíamos llegado a esto? Antes podía calmarla con unas pocas palabras, pero ahora…
—No eres un bebé, pero tampoco eres una adulta, Lucille —respondí, cruzándome de brazos frente a ella—. La señora Dubois estaba aquí para ayudarle, no para controlarle.
—Eso no es verdad. —Se levantó, dando un paso hacia mí—. Todas quieren lo mismo, imponer reglas, decirme qué hacer y cómo comportarme. ¡Estoy harta!
Su voz se alzaba más y más, pero la miré fijamente, dejando que el silencio después de su arrebato fuera suficiente para calmar la marea. Siempre había sido así con Lucille. Decía lo que pensaba sin filtro, sin miedo a las consecuencias. Una parte de mí admiraba esa fuerza, esa valentía; pero la otra parte, la que era su padre y su rey, sabía que debía aprender a canalizar esa energía.
—Esta es la tercera niñera que despedimos en lo que va del año, Lucille —dije, mi tono firme, aunque con un toque de cansancio que no pude ocultar—. No puedo seguir permitiendo que eches a todo el que te moleste. El castillo no gira en torno a tus caprichos.
Lucille me lanzó una mirada que casi me hizo retroceder. Era una mezcla de desafío y dolor, una que hacía eco en mi pecho de una manera que no esperaba.
—No necesito una niñera. Ya soy lo suficiente mayor para cuidarme sola —insistió, cruzándose de brazos como si eso cerrará la discusión.
Suspiré, llevándome una mano a la frente. Este era un tema recurrente entre nosotros. Desde la muerte de su madre, las cosas cambiaron, era un bebe. Yo nunca tenía tiempo para estar con ella, el castillo consumía toda mi atención, aun lo hace, la deje en manos de Alizee su institutriz y las niñeras. Me siento culpable en ocasiones por su mal comportamiento.
—Entiendo que te sientas así —dije, suavizando un poco mi tono—. Pero necesitas a alguien que esté contigo, que te guíe y te apoye. No puedes manejar todo solo, no todavía.
Mi hija apartó la mirada, su mandíbula apretándose de nuevo. Sabía que había tocado un punto sensible. Para Lucille, admitir que necesitaba a alguien era igual a admitir debilidad, y eso era algo que no estaba dispuesta a aceptar.
—Si sigues así, nadie querrá quedarse contigo —añadí—. Y no es porque no te quieren, Lucille, sino porque no les das la oportunidad.
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rey cruel, matrimonio por contrato y esposa virgen, niñera y rey
Editado: 17.11.2024