JOSEPH
—Cariño. ¿Cuándo me vas a llamar?. Joseph por favor, amor.
—No me llames así.
—¿Me vas a llamar?. ¡Di que sí!, Di que si, por favor…
—En una semana, tengo varios negocios pero yo te llamo. Recuerda, yo te llamo, no me llames.
Respiro hondo cuando Iris sale de la oficina, con rostro desencajado y un beso en mis labios haciéndome jurar por todos los santos que no conozco que la llamaré pero lo importante es que se va. A estas alturas y conociéndome como lo hace, no entiendo porque sigue esperando tanto de mí, sin embargo, la dejo ser.
Yo no tengo compromisos, las mujeres que me acompañan cada que lo necesito lo saben, a ninguna le he hecho promesas de amor. La única prioridad en mi vida es seguir sacando a flote la empresa de la familia y no hay nada ni nadie que me saque de ese foco.
—Buenas tardes señor. Las acciones han crecido en un cuarenta por ciento, los dividendos han funcionado muy bien.
—Pero…— veo a Maty, mi secretaria con sus canas pronunciadas y ceño fruncido que me juzga como siempre— ¡Diablos! ¿Qué haces?.
La actitud respetuosa y formal de jefe y secretaria se acaba cuando me voy de espaldas en el sillón de cuero y acabo en el suelo pidiendo ayuda como cucaracha a la que expresamente están matando.
Mis piernas largas se extienden y buscó la forma de ponerme de pie pero ella no me deja. Maty me ve en el piso y me rocía el spray sin contemplaciones haciendo que me ahogue mientras suplico piedad pero a ella le importan tres pepinos.
—¡Te voy a despedir!.
—Hágalo, muchachito malcriado— me trago esa cosa que no se que es pero seguro es mortal— ¡Inmoral, grosero, sátiro!.
—¿Estás loca?— Si no fuera una eminencia en la empresa ya la hubiese sacado hace tiempo— ¡Basta!, Maty… ¿qué te pasa?. ¡Me voy a morir. !¡Ya basta!.
Mi drama o más bien intento de sobrevivir no le es suficiente hasta que se acaba todo el pote de esa cosa que me tiene oliendo a insecto desparramado.
El traje Armani está hecho un desastre y no puedo creer que deba aguantar estas faltas de respeto solo porque ella estaba en la empresa antes de que yo naciera.
—¿Va a seguir haciendo estas cosas en la oficina?— me arrastró al escritorio con miedo de sacar mi cabeza— que diría su madre si supiera que por esta oficina desfilan más mujeres que tazas de café.
—!¡Te voy a demandar!— grito histérico pero me escondo cuando veo el bote de insecticida otra vez— está bien, no te voy a demandar, pero baja eso por favor. No soy ningún parásito.
Me tiende un pañuelo como si nada pero no baja esa arma en forma de insecticida y tampoco sus ojos que destellan prejuicios y juicio como si fuera un adolescente y no lo soy.
Tengo veintisiete años, soy un hombre adinerado, importante, maduro y que no tenga un compromiso no me hace un niño malcriado como ella dice.
—¡Eres mala conmigo!— cruzó mis brazos y cubro como puedo cuando la veo acercarse pero es para limpiarme la cara— no tiene nada de malo que tenga citas.
—No son citas, bien sabe que es un mujeriego malgeniado y deje de traer amiguitas a la oficina. Esto no es un hotel y algún día— me hala el cabello cuando me quejo así que mejor me muerdo la lengua— algún día la vida le va a dar una lección.
La miró sin poder decir ni pío, despeinado, preguntándome en qué momento deje de ser un empresario firme y exitoso, pero claro cuando se trata de ella. Ella siempre gana.
—Yo sé lo que hago— me arreglo pero estoy hecho un desastre y ella me mira muy feo— te aseguro que jamás he tenido ni tendré ningún problema y mucho menos algún descuido.
Le guiño el ojo seguro de que este spray está vacío, pero sin contar con la buena puntería de la cascarrabias. El bote terminó en mi cabeza y resopló fastidiado. Si esto es un lunes normal, no quiero imaginar que sigue.
—Tenga— me da otro traje de mala gana que me cae en la cara— tiene cita a las cuatro de la tarde con los europeos— agradezco la ducha que hay en la oficina y su odiosa eficiencia— y no lo quiero ver sonriéndole a la rubia esa patas de alicate.
Es una grosería pero mejor no la refutó, aunque la francesa con la que voy a cerrar el trato tiene las piernas delgadas tampoco tiene patas. Al parecer Maty tiene un profundo odio por los insectos y yo unas ganas enorme de oler un buen perfume parisino.
Me baño y perfumo no sé cuantas veces intentando quitar el horrible olor a insecticida, yo no sé cómo no me he muerto ante ese atentado pero ya está.
Traje gris dolce, corbata oscura, ojos azules muy abiertos, cabello rubio bien peinado, reloj suizo y la hora ha llegado.
—No soy una cucaracha— me miro al espejo— soy un galán.
Se lo que tengo y con eso me reuno, los europeos quieren invertir pero me da risa porque creen que obtendrán descuentos si me mandan a la rubia francesa que ya tengo frente a mi. Una tentación, pero no acostumbro a dormirme en mis laureles por ninguna mujer.
La reunión se hace cómo se debe, el contrato es ideal pero no tanto como su coqueteo al que accedo sin problemas porque una cosa no tiene que ver con la otra y Maty no está aquí con su spray maligno.
—Entonces. Es verdad que Joseph Morgan no es sólo un guapo y joven magnate sino también un excelente empresario— se peina el cabello una y otra vez mientras soba mi mano— espero que lo de soltero siga siendo real.
—Tan real como tu belleza— coqueteo sin prejuicios— eres una mujer hermosa y yo un hombre soltero y sin ninguna responsabilidad más que yo mismo. El hombre perfecto.
Su coqueteo se hace más evidente, tanto que se pone de pie dejando que vea su linda figura, se posa frente a mí con delicadeza, sin embargo, la puerta se abre y ante mis ojos, la rubia de piernas largas tiene otra cara.
—¿Qué pasa?— la hago a un lado y me pongo de pie como resorte— ¿Maty, que significa esto?.
—¿Esto?— no se porque esta mujer tiene una sonrisa tan maliciosa— esto se llama Emily… su hija.