Erín.
—Nadie quiere contratarme.
—Es porque eres joven e inexperta, Erín. Las empresas buscan una persona que tenga experiencia, ya sabes.
—Debi empezar a trabajar desde que estaba en el vientre de mi madre, supongo. — cuchicheo.
Mi hermana se ríe y me da un zape.
—Tampoco digas babosadas.
—Anda, consígueme trabajó con tu jefe.
—El señor Habbab es un poco difícil de convencer. No lo calienta ni el sol desde que su mujer lo abandonó.
—Tal vez yo lo pueda calentar — cuchicheo.
Mamá me mira molesta por mi comentario de doble sentido.
—Era broma, no me mires así. Me asustas.
—No juegues con eso, Erín.
—Anda, mamá. Dile que me consiga trabajo en la empresa de autos, por favor.
—Lo intentaré pero no prometo nada. Solo soy su secretaria; no su amiga personal.
—Gracias, hermanita.
Al fin dejare de ser la "buena para nada" como decía mi papá cuando era pequeña.
Mi hermana siempre fue la inteligente, la niña estrella de todo el salón de clases y la que aunque no estudiara siempre tenía buenas notas, a diferencia de mí que siempre ganaba por suerte.
Eso no fue impedimento para graduarme en la universidad. El problema es que no encuentro trabajo, no tengo experiencia y a todos los sitios que he mandado CV me dicen que necesito mínimo un año de experiencia.
—Erín, ve por las cosas que te pedí para terminar el traje de tu hermana, por favor. Solo tengo dos días.
—Bien pediste pedírselo a ella, mamá.
Me mira bajo esas feas gafas, bien, lo haré solo porque ella me conseguirá empleo.
Habbab.
—Buenos días, señor Habbab.
—Buen día, Zenaida. ¿Tenemos algo para hoy?
—No, de hecho yo estaba aquí por otro asunto. Verá, mi hermana esta buscando empleo, le dije que preguntaría si usted tiene una plaza disponible para ella. No tiene experiencia pero le juro que es muy buena en su trabajo, no le fallará.
No necesito a nadie ahora mismo.
—Todos los puestos están ocupados, Zenaida. A menos que tengas suerte y alguien renuencie, pero por el momento no... dame un segundo.
Tengo una llamada desde mi casa.
Esto es más importante que lo otro, llaman cada vez que mi hija se enferma o cosas así.
—Dime, Carl.
—¡Renunció! — chilla —La niñera que contrató hace dos semanas acaba de renunciar.
No puede ser, el país se quedará sin niñeras si sigo contratando una cada dos semanas.
—¿Por qué? ¿Qué hizo mi hija ahora?
—No lo sé, ella conmigo es un encanto. No tienen paciencia para cuidar una niña de tres años, es la verdad.
—Joder, Carl. ¿De donde carajos me saco a una niñera ahora?
Veo a Zenaida esperando mi respuesta.
—Creo que ya tengo una. Estaré ahí en media hora.
Corto la llamada y me dirijo a ella.
—¿Tu hermana querrá un empleo en mi casa?
—Oh, claro señor. Usted trabaja desde su casa, supongo que sí. A ella no le molestaría.
Esperemos que no le moleste hacerlo.
—Dile que sí, la espero esta misma tarde. Dile que mi chofer la llegara a buscar, ah, y no puede usar objetos corto punzantes.
—Si, señor. Le diré. Muchas gracias por la oportunidad , le juro que no le va a fallar.
A menos que le gusten los niños, no creo que lo haga.
Todas las niñeras que he contratado se van a las dos semanas, ninguna ha durado más de ese tiempo. Mi hija debe tener un especié de don para correrlas tan rápido. Las mañas de esa niña me están sacando muchísimas canas verdes. Siempre encuentra la forma en que ellas renuncien, una pequeña de tres años puede más un adulto...
—¿Cómo me dijiste que se llama tu hermana?
—Erin, señor. Se llama Erin.
Su nombre me suena pero no recuerdo haberlo escuchado en alguna otra parte.