Erin.
—Pasará su chofer por ti en cinco minutos.
Pongo el grito en el cielo, no literalmente. Es la mejor noticia que me ha podido dar en toda mi vida.
—Gracias, hermanita. Te debo una.
—Me debes varias, Erin. Por favor, compórtate que el señor es muy delicado. Controla tu lengua, él es una persona importante, de clase. ¡Ah! Y más te vale no echarle los perros.
—¿Por qué? ¿Es joven? — digo curiosa.
—Tiene treinta y tres años y se conserva demasiado bien, si supieras cuántas han pasado por su cama...— suspira —en fin, ya te advertí.
—Okey, ya entendí.
—No hagas que me corran de mi trabajo.
—Lo dices como si fuera lo peor. Que poca fe me tienes.
—Casi me corren por tu culpa la otra vez.
Es verda pero no era para tanto.
—Iré a arreglarme.
Abandono mi celular en la cama para iré directo a la ducha.
¡Tengo empleo! Gracias a mi hermanita. Le debo una, varias, pero esta es la única que le voy a pagar. Quien sabe y conozca un chico que se lo pueda presentar, la pobre se lleno de dolor y tristeza desde que su novio con quien iba a casarse murió una semana antes de la boda.
Por lo menos no le pusieron los cuernos, como a mí. Mi exnovio y mi exmejor amiga, cuando se conocieron se cayeron de la patada y una semana después estaban revolcándose en su cama. De solo recordarme me arde la sangre.
—¿Para donde tan guapa? Cielo.
—Mi hermana me consiguió empleo, mamá. El chofer del señor pasará por mí en pocos minutos.
Escuchamos el sonido de un claxon en la entrada de mi casa.
Debe ser él.
—Deséame suerte.
—Suerte y bendiciones, cariño. Que te vaya muy bien.
Salgo de mi casa, el auto afuera es bonito y reluciente. No se mucho de marcas pero este tiene la imagen de valer un ojo de la cara.
—Hola, señor. Un gusto, soy Erin.
—Un gusto señorita Erin. — me mira por el espejo—¿Lista?
—Sí, ya podemos irnos a mi nuevo empleo — digo emocionada. Me parece que él observa mi vestimenta de manera curiosa.
—Me parece que no necesitará usar tacones. Acabara con los pies adoloridos.
Todas las asistentes, secretarias, o lo que sea que somos, usamos tacones. A mí por ejemplo, me ayudan a verme más alta porque no mido lo suficiente como para verme profesional.
—¿Por qué?
—No me haga caso, señorita. En cinco minutos estaremos en la casa del señor.
—¿Por qué el señor trabaja desde su casa? ¿Es impedido o algo por el estilo?
El señor se ríe, no dije nada gracioso.
—No, no lo es. Él trabaja desde casa porque se le hace más fácil.
—¿Por qué?
—Él es quien debe decírselo.
—Oh, sí. Disculpe.
El auto entra a un especie de vecindario, con una sola casa y un jardín del tamaño de toda mi casa.
Rosas rojas y blancas adornan el jardín, hermosos ventanales que le dan un toque único a la casa, y su arquitectura es impresionante. Debe sentirse muy bien vivir aquí.
—Es una casa muy antigua.
—Eso veo, es hermosa. Me imagino que su valor aumenta cada día.
—El señor nunca vendería esta casa.
—¿Por qué no?
—Porque es una reliquia de su familia.
Yo tampoco vendería una reliquia de mi familia, pero si vendería mis riñones si me hiciera falta.
Bajamos del auto, él me pide que lo acompañe. Es un anciano dulce y platicon. Siempre he tenido la suerte de llevarme bien con las personas mayores. Ellos tienen tantas experiencias vividas que aprender de ellos no está nada mal.
—El señor la está esperando en su despacho, pase adelante por favor.
Me guía por un pasillo oscuro y de alfombra.
Siento que camino por el mismísimo palacio de los reyes de Inglaterra.
—Señor, la joven esta aquí.
—¿Trae objetos punzo cortantes?
—No, señor. —me mira —¿Traes?
—No... ¿debía?
—No.
—Entonces no, lo único que tengo encima son mis pendientes.
Abre la puerta y me invita a pasar.
Mis manos están temblando, este parece el castillo de la bestia. Yo no quiero ser Bella.
—Buenas tardes, señor.
Paso saliva al ver un hombre súper alto y fortachón, de espaldas a mí, me parece que enciende un puro, su cabello está debidamente peinado y él luce pulcro.
Ay, virgencita de las trabajadoras primerizas, ayúdame a no hacerme en los calzones.
—Siéntese, por favor.
—Gracias— tartamudeó.
Quiero darme una bofetada, me siento tan nerviosa que me avergüenzo.
—Su hermana me hablo muy bien de usted, señorita Erin. —habla fuerte y claro. Logra intimidarme.
—No se va a arrepentir de contratarme.
—No soy yo el que la va a aprobar.
—¿No es usted el jefe de mi hermana?
—Supongo que su hermana no le dijo para que puesto era el empleo. ¿Me equivocó?
—De hecho, no se equivoca.
—El puesto es para ser niñera de mi hija de tres años. —¡¿qué, qué!? —¿Aún le interesa?
Voltea a verme y mi expresión debe ser de horror, no veo nada reflejado en esos ojos tan claros como el agua.
—¿Usted? — casi me caigo de la silla. Ay, santo cielo bendito.
—Tu...— achica los ojos —Mira nada más donde viniste a parar.
Su sonrisa de lado me hace temblar las piernas.
—Yo... creo que es mejor que me vaya. Si hubiera sabido que cuidar a un escuincle era el puesto, jamás pongo un pie aquí.
—No es un escuincle, muchachita.
—Será el sereno.
—Si cruzas esa puerta también tu hermana lo hará pero en la empresa y para siempre.
Ay, que cabrón.
Me aguanto las ganas de tirarle una sarta de groserías, pero mi mamá no me educo de esa manera.
—¿Qué? — escupo—Ni siquiera nos conocemos. Fue solo una noche.
Mis deslices y sus consecuencias.
Primera y última vez que me voy de fiesta y termino acostándome con un desconocido y para mi suerte pelotuda, es este hombre.