Una niñera para papá

Capítulo 4. Lengua larga

Erin

¡De niñera! Nada mal. Sarcasmo. 

Mi hermana me tuvo que haber dicho que el trabajo era para niñera. 

Todo esta mal. 

Quería un empleo en una empresa. No me mate estudiando años en la universidad para terminar cuidando a una niña berrinchuda de tres años que le corta el cabello a sus niñeras para que se larguen. 

—¿Mi papá te contrato? 

—Si, no estaría aquí de gratis. 

—Lo supuse. Todas las niñeras se van— susurra —Ninguna me soporta. 

—Supuse que tú eras el problema y no tu papá. 

Para las niñeras debió ser el mejor problema de todos tener de jefe al señor este que olvide como se llama. 

¿Lo olvidas ahora? La noche que estuvieron juntos repetías su nombre una y otra vez. 

—¿Por qué te sonrojas? — me mira curiosa. 

—No es nada. ¿Quieres jugar con las muñecas? 

—Sí. 

—Enséñame donde las tienes. 

En la sala de juegos habían muñecas pero nada más conte cinco, y evidentemente una niña millonaria cómo está no va a tener solo cinco barbies. 

La única que tenía cinco era yo, y una no contaba porque le corté la cabeza para ponerle una de muñeco. Y era mi favorita hasta que el vecino de mi perro se la comió. 

Llore como por una semana y luego mamá me compro otra. 

—¿No quieres quitarte eso? – señala mis zapatos. 

—No traje más. 

—La otra niñera olvidó sus zapatillas. Creo que te quedan —está siendo amable conmigo, ese ya es un paso —Sígueme. 

—La casa es muy grande para ustedes dos. ¿No crees? 

—A papá le gusta aquí. 

No sé si fue mi impresión o imaginación, pero no vi una buena relación entre estos dos. Habbab le habla como si estuviera con una niña desconocida y ella responde fríamente. 

He visto animales más cariñosos con sus hijos que el témpano de hielo con el que me vine a topar. 

—Aquí están — señala las zapatillas. 

—Oh, son perfectas. 

—Casi las tiraban a la basura. 

Genial. 

Me quito los tacones, mis pies sienten una enorme satisfacción. Esto es tan relajante. 

—Ahora si, podemos ir a jugar — digo. 

—Olvide que es la hora de mis clases. 

—¿Cuáles clases? Yo a tu edad comía tierra y lodo. 

Me mira con su carita de princesa sorprendida. Es una muñeca en carne y hueso, lo juro. Su cabello es rubio como el de ricitos de oro, y también rizado. Sus ojos color agua son súper expresivos y su carita redonda y tierna emboba a cualquiera. 

Es del tamaño de mi brazo, pero es muy elocuente para tener tres años. 

—¿Por qué comías tierra? — dice asqueada. 

—Mis papás no tenían para pagarme clases especiales. Mi hermana y yo pasábamos el mayor tiempo jugando en el patio de mi casa. 

—¿Y no te daba dolor de estómago? 

—A la larga te acostumbras. 

Ella suelta una risita contagiosa. 

—Tengo clases de francés a las dos de la tarde, clases de piano a las tres y clases de ballet a las cinco. 

Demonios, ella si conseguirá empleo con veinte años y diez de experiencia. 

—Eres una niña muy inteligente. Yo llevaba cinco materias en mi escuela y apenas pasaba 1. 

—¿Eras tan mala? 

—Terrible. Pero a tu edad deberías aprender a jugar, a explorar, a aprender, no a tener tantas clases en un día. Es agotador. 

—Mi papá dice que lo hace para que en las noches pueda dormir bien. 

Ah, que buen papá es. Nótese mi sarcasmo. 

La mantiene exhausta para que en la noche no moleste, es una buena idea pero me parece de mal gusto. Igual es su hija y no me importa lo que haga con ella. 

—Tu papá te quiere mucho. 

—Llévame a mi salón de clases — saca dos patines eléctricos de un armario y me ofrece uno. —¿sabes andar en patín? 

—¡Ah! Siempre quise uno de estos. 

—Te lo prestó pero no lo molestes. Mi papá lo descontará de tu sueldo. 

—Okey, nunca he andado en uno, espérame…— ella se va en su patín dejándome sola. 

No sé cómo se usa, presiono el botón que supongo lo enciende y el patín sale volando solo a golpearse contra un mueble y en el acto, un reloj de pared se cae y se rompe. 

Estoy más salada que el mar. 

—¡Date prisa! 

Tomo el patín de nuevo y ahora si logro utilizarlo. 

Izel me espera en el pie de las gradas, obviamente estas si las bajo

con mis propios pies. 

—¿Dónde está tu salón de clases? 

—A la izquierda — señala a su derecha, o es zurda o no sabe cuál es la izquierda y la derecha, yo lo aprendí a los veinte años así que no puedo criticarla. 

—Esa es tu derecha — le informo. 

—Entonces por allá — señala el otro lado. Ambos pasillos son iguales, da un poco de miedo esta casa porque tiene tantas puertas que fácilmente terminas en Narnia. —No me puedes acompañar, Erin. Debo entrar sola. 

—¿Y tu maestra ya está aquí? 

—Si, está esperándome. 

Comprendo que debo dejarla entrar sola para no desconcentrarla. 

—Erin— me llaman. Recupero la conciencia y volteo. 

—¿Me harás firmar otro contrato? 

—Creeme, pero no lo que piensas — murmura. Eso me sonó a doble sentido. —La habitación está lista. Puedes esperar arriba mientras mi hija termina sus clases. 

—¿Por qué no puedo entrar con ella? 

—Es privado. 

—Su catedrática es profesional, por supuesto que es seguro. 

—Bien, entonces debo ir a mi casa por mis cosas. ¿Cuántos días a la semana tengo de descanso?  

—No tienes ni un día de trabajo y ya  quieres descanso— suspira frustrado —Y así quieren tener experiencia laboral. 

—Conozco mis derechos, joven. 

—No uses ese tonito  conmigo —se acerca dando un paso. —Yo mismo te llevaré a tu casa por tus cosas. 

—No, gracias —me volteo —Prefiero que me lleve el anciano. 

—No tienes opción, camina. 

Me satisface sacarlo de sus casillas. Es un tipo finolis, elegante y serio. Quien sabe lo que ha pasado para ser así, si no le muestra amor a su hija, que puedo esperar de él. 



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En el texto hay: magnate, humor amor, niñera y ceo

Editado: 01.12.2023

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