Una niñera para papá

Capítulo 5. Labios rojos

Habbah

—Pasa, por favor. Toma asiento. ¿Quieres algo de tomar? 

—Me conformo con que me digas quien es la chica con la que venías. 

 —Erin. 

—¿Quién es Erin? 

Él sabe quien es, pero no la recuerda. 

—Recuerdas la otra noche en el bar. 

—Sí. Conociste una chica y…—parece comprender hacia dónde quiero llegar. —¿Es ella? 

—Las casualidades de la vida la trajeron hasta aquí. Resulta que es hermana de mi secretaria, me pidió que le diera trabajo y precisamente me quede sin niñera. 

—Uf, Habbab. Tienes una suerte que envidio. Esa pelirroja es fuego. 

—Si, y tiene una boca que no se guarda nada. 

—Así es como te gustan ¿No? 

No, pero Erin es muy activa y colorida. Su ropa es muy llamativa, el color de su pelo y el labial rojo que usa. Odie el labial rojo hasta que se lo vi a ella y noté que no le quedaba tan mal. 

—¿No me la piensas presentar? 

—No, por el momento. Está ordenando sus cosas. 

—¿Va a quedarse aquí? — murmura curioso. Sabe que ninguna niñera se solía quedar. Todas iban y venían. —Tu siempre resguardas la seguridad de tu hija. ¿Desde cuándo permites que se queden? 

—Es porque ella me inspira confianza. Es torpe pero Erin la aceptó enseguida, creo que ya se entienden. 

Ninguna niñera había sido paciente con mi hija, no se a qué clase de niños estaban acostumbradas pero mi hija no es una de ellos. 

Escucho pasos y luego tocan a la puerta. 

—¡Habbab! ¿Estás? 

—Es ella. 

Me levanto y abro la puerta. 

—¿Qué sucede? Tan rápido me extrañas. 

—Ay, por favor — se pavonea —Quería saber si puedo usar la cocina para hacerle galletas a Izel o es que tampoco puede comer nada que no sea saludable. 

—Tu misma lo acabas de decir. 

—Entonces las haré. 

—Bien. 

Se da media vuelta y se marcha por donde llegó. 

Tengo una bonita vista de su trasero. Esta mujer me va a volver loco, si antes no la podía sacar de mi cabeza ahora bajo el mismo techo y durmiendo en habitaciones casi juntas, peor. 

—Debiste presentarla. 

—Crees que no te conozco, Orson. Eres mi sobrino, y eres de los peores. 

—Si no la quieres tu, yo sí. 

—No, con Erin no voy a permitir que te metas. Las demás niñeras no me importaban, pero esta sí— afirmo a lo que él suelta una risa tajante. 

—No te había visto así por ninguna mujer desde que tu hija nació. Ni siquiera por Dacey. 

—No menciones a esa bruja. 

—Oye, por cierto. Adivina a quien me encontré hoy— por su manera no grata de decirlo, podría ser la familia de Dacey. 

—¿Quién? 

—La hermana de Dacey, preguntó por Izel. 

—¿Qué le dijiste? 

—Que no sabía nada de ustedes, tal parece que acaban de llegar al país. Recuerda que se habían marchado. 

—No quiero a nadie de esa familia cerca de mi hija. 

—Igual quédate pendiente. 

Lo estaré. No le quitaré los ojos de encima a mi hija. 

Mi sobrino se retira por lo tanto voy a la cocina por un vaso con agua, una tonta excusa para ver que hace Erin. 

La encuentro preparando la masa para galletas y mis empleadas solo la ven desde lejos. Ellas se sienten intimidadas por la plena confianza de esta mujer nueva. 

—¿Necesitas algo más? — me jacto. 

—No, gracias. — me da una manada al intentar robarle una pasa. —Deje ahí. 

—No te decides a hablarme de tu o de usted. 

—Con esa actitud de viejo amargado cualquiera se confunde. 

Gruño. 

—Sabia que esa boca era más útil para otras cosas —Cuchicheo. 

—¡Pervertido! — me lanza harina en la cara, hija de… 

—¿Estás demente? — cojo una servilleta y me limpio. Esto ha sido el colmo. —Te falta un par de tornillos. ¿No es así? 

—Y me los quite a drede — susurra amasando más enojada. 

—No quiero que le pegues esa locura a mi hija. 

—Tranquilo, no se pega. Se hereda. Y por lo visto, de ti solo tendrá amargura y frialdad. 

Se cree que tiene los suficientes cojones para hablarme de esa manera tan sucia. 

—Si estuviéramos en aquella habitación, sabes como te callaría ¿no?— deja de amasar y se pone roja, cuánto me divierte verla sonrojarse como una manzana. —Si, así como lo estás pensando. 

 Me retiro antes de que entre ambos estalle una bomba nuclear. 

Me gusta pero es insoportable. 

La dejo preparar sus tontas galletas para mi hija, dejare que hornee y luego le diré que Izel es alérgica a la harina. No puede comer algunas cosas o se infla como globo. 

—Habbab— me habla al rato. 

Y ahora qué quiere esta mujer. 

—Habbab— vuelve a llamarme. Toca con insistencia la puerta. 

—¿Qué quieres? Mujer. 

—Que pruebes mis galletas — me levanto y abro la puerta. Trae una bandeja con algunas galletas de chocolate, para ser sinceros se ven apetitosas. 

—Ah, es que se me olvidó decirte que Izel y yo somos alérgicos a la harina. No podemos ingerir eso. 

Por dentro siento una satisfacción tan grande. 

Su cara es un poema. 

—¿Y no pudiste decirlo antes? — habla entre dientes. 

—No preguntaste. 

—Okey—forza una sonrisa. Debe estar ardiendo por dentro. Se voltea y yo no puedo evitar no mirarla con ojos de hombre. —No pasa nada, todo esta bien, no pasa nada. 

Sale de mi oficina autoconvenciendose que todo esta bien. 
 

 

Erin

—¿Galletas? 

—Sí, ¿quieres? — digo aunque su papá me haya dicho que es alérgica. 

Solo Izel puede decirme si es verdad. 

Arruga la nariz y niega. Creo que va hacia su otra clase, no se ve cansada. 

—Soy alérgica — oh, así que es verdad –Mi papá también. 

—Eso es lo que acaba de decir. Pensé que estaba bromeando — murmuro molesta. —¿existe algo que no te haga daño? 

—Pregúntale a mi papá. Él sabe mejor que yo. 

No quiero volver al despacho de ese señor. Me intimida. Es alto y guapo, y ya tuvimos nuestro “encuentro” y que ahora estemos trabajando juntos es raro, me incomoda cuando me ve de esa forma tan perversa. Apuesto que sigue pensando en lo de aquella noche, si tan solo no hubiera tomado de más y visto a mi mejor amiga con mi novio, no habría cometido semejante locura. 



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Editado: 01.12.2023

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