Una Niñera para Tres

PREFACIO

PREFACIO

Grace

—¡Dinos, Grace! ¿Es guapo? ¿Es joven? ¿O es un viejo cascarrabias?

—¿Y su mujer? ¿Por qué no te buscó ella?

Mis amigas disparaban una pregunta tras otra sin darme tiempo para responder.

—¡Grace! ¡No te veo! –exclamó Hazel con impaciencia, desde el recuadro izquierdo de la pantalla de mi móvil.

Ajusté el cinturón de mi bata y reacomodé el aparato en la encimera del cuarto de baño, para comenzar a peinar mi cabello mojado mientras hablaba con mis amigas.

—Es guapo, pero intimidante. Bastante gruñón y exigente. Mira con desconfianza y gesto asesino. ¡Un poco más y me pregunta hasta el color de mis bragas! –les relaté, provocando las carcajadas de ambas–. No vi a su mujer, aunque creo que hay un retrato de ella en la sala, junto a dos niñas pequeñas. Las tres perfectas, como modelos de revista. Todo muy intimidante.

—Tú también lucirías perfecta si te compraras la ropa adecuada, Grace, lástima que te niegas a dejarme elegir por ti.

—¡June tiene razón! –agregó Hazel–. Eres una chica guapa, sólo te falta hacérselo notar a los hombres.

Reí de buena gana. Mis amigas eran maravillosas, almas gentiles y generosas, y nos amábamos como si fuéramos familia. Aunque las tres éramos muy diferentes, nos aceptábamos y nos respetábamos tal como éramos. Tal vez por eso, desde la preparatoria, nuestra amistad siempre había funcionado. Y ahora que había terminado una relación de años, ellas insistían en verme de nuevo en una imaginando que sólo así volvería a estar bien.

—No me interesa que ningún hombre me “note”. ¿Recuerdan eso de “un botón basta de muestra”? –les dije tomando el móvil para dirigirme a mi cuarto a buscar el pijama.

—Sí, pero no lo aceptamos, ¿verdad, June?

—¡Claro que no! –respondió ésta–. No todos los hombres son tan idiotas como Eric. Y créeme: pronto volverá arrastrándose a tus pies y pidiéndote perdón. Una mujer que se mete con un sujeto con novia, lo dejará en cuanto éste la haya perdido. Siempre es así –aseguró muy convencida–. Sólo les interesa quitarle el hombre a otra mujer, después pierden su encanto, y cuando los idiotas se dan cuenta quieren volver.

—Y ahí estaremos nosotras para ayudarte a darle una patada en el trasero –agregó Hazel–. Ahora tienes que darte otra oportunidad.

—No tengo apuro. Y si tuviera, no sería con mi jefe antipático y creído. Todo lo que sale de su boca es para ofenderme. Lo único que me preocupa ahora es no estar preparada para este trabajo. ¿Y si son niñas difíciles? ¿Y si no llego a completar lo que se espera de mí? Tengo terror de que ese hombre se enoje. Imagino que si llegara a alzar la voz temblaría toda la casa.

—Exageras –dijo Hazel–. Los ricos no gritan. Ni lloran ni se ríen. Son de piedra fría.

—Ya habló el corazón roto. Tú ignórala, Grace. Recuerda que si tiene plata y es viudo, podrías no trabajar el resto de tu vida.

Volví a reír. Ellas eran increíbles.

—Bueno, el mensaje decía que fuera a “platicar”. No es seguro que vaya a darme el trabajo. Pero mañana les cuento.

—Sí sí. Descansa bien así mañana te ves radiante.



#95 en Otros
#58 en Humor
#401 en Novela romántica
#173 en Chick lit

En el texto hay: romance, amor, diferencia de edad

Editado: 05.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.