Capítulo 1
Esa mañana
Grace
Cuando el ama de llaves me hizo pasar al despacho de su jefe, me encontré con un rubio imponente de rasgos perfectos, de unos 40 años, sentado tras un sólido escritorio de madera oscura. Sus ojos azul-cielo estaban fijos en la pantalla de su ordenador de escritorio y su ceño fruncido tenía una expresión de intriga.
Al cabo de unos minutos, decidió que podía percatarse de mi presencia y se puso de pie para saludarme.
Sus dos metros de perfección me intimidaron, no sólo por lo extremadamente apuesto que era, sino porque su gesto no se suavizó, ni siquiera intentó una sonrisa amable cuando me miró de arriba a abajo, me tendió la mano y me invitó a sentarme frente a él.
—Me confunde usted, señorita… ¿Whitmore?... Acá dice que tiene 23 años –dijo volviendo a fijar sus ojos en la pantalla–, pero parece bastante menor –completó, sin mirarme.
—No tengo porqué mentir mi edad, señor –le dije temerosa e incómoda.
Volvió a mirarme por unos segundos, como escrutando mi mente, y luego continuó, volviendo a apartar la vista.
—También dice que su única experiencia como niñera es por pocas horas en horarios nocturnos.
››¿Qué la hace pensar que podría hacerse cargo de dos niñas bien despiertas durante seis días a la semana?
—Puedo hacerlo, señor –respondí levantando la barbilla, ofendida por su desconfianza–. Además puedo ayudarlas con sus tareas escolares, estoy preparada para eso.
—Sí, ya veo. Usted es maestra para enseñanza primaria… y está estudiando… matemáticas para enseñanza media.
››¿Cómo haría con sus estudios si trabaja seis días completos por semana?
—Estudiaría de noche.
—¿Y por qué una aspirante a maestra de matemáticas, querría trabajar como niñera?
—Porque no todos, y mucho menos una niñera ocasional, tenemos nuestra propia casa, señor. Algunos tenemos que pagar la renta.
—Mmm… Tiene respuestas rápidas, señorita Whitmore, espero que también las tenga para resolver conflictos cotidianos, sobre todo con dos niñas pequeñas.
Hizo una pausa continuando con su escrutinio de mi expediente, y luego agregó:
—No es lo que pedí a la agencia, pero la ofrecieron como la mejor opción…
››Debo analizarlo más exhaustivamente y me comunicaré con usted esta tarde, ya sea por sí o por no.
Esa tarde me envió un mensaje por WhatsApp, convocándome para las 6.30 de la mañana del día siguiente, a mantener una “plática” sobre las condiciones del trabajo y cerrar trato si llegábamos a un acuerdo.
* * *
Al día siguiente
Esa mañana, entré al despacho del señor Beckett decidida a no dejarme intimidar por su desconfianza y su gesto severo. Sin embargo, nada más verlo, todo mi propósito se desmoronó y sólo pude articular un “buenos días” apenas audible.
—Buenos días, señorita Whitmore –saludó él invitándome a sentarme, esta vez sin ponerse de pie y sin tenderme la mano.
››Como le dije por WhatsApp, necesitamos platicar sobre las condiciones del trabajo, en caso de que lleguemos a un acuerdo.
››Para comenzar, trabajaría esta semana a prueba, para ver si se entiende con mis hijas. El trabajo sería “live in” de lunes a sábados y tendría los domingos libres; el salario, por el momento, sería de 1.500 dólares por semana.
››Tengo que agregar que no permito visitas de novios o parejas, ni amigos. Nada relacionado con su vida privada durante los seis días de trabajo.
Si bien yo no le llamaría a eso “platicar”, ya que el hombre soltó sus condiciones de manera unilateral, no encontré nada que objetar a su propuesta, y mucho menos al salario, ya que con una semana de trabajo pagaría la renta de mi apartamento, y el resto podría repartirlo entre mi madre y mis ahorros. Por otra parte, ya no tenía pareja y a mis amigas las vería los domingos. La propuesta sonaba de maravilla.
Él me miró levantando las cejas, aguardando una respuesta de mi parte.
—Estoy de acuerdo, señor –logré articular.
—Perfecto –concluyó–. Demás está decirle que espero su mayor esfuerzo porque no es conveniente que las niñas vean desfilar por sus vidas una niñera tras otra.
—Ése es mi propósito, señor, y le agradezco la oportunidad de probarle que puedo hacerlo –le dije de puro coraje, porque en realidad no me sentía tan segura ante las exigencias de ese hombre–. Antes de comenzar, necesito saber los nombres de las niñas y otros datos como su edad, por ejemplo, qué año de educación primaria cursan, su relación con su madre.
El gesto del señor Becket se endureció de pronto.
—¡Usted no necesita saber nada de su madre!
—Disculpe, señor, pero… ¿está bien si les digo “vayan a darle el beso de los buenos días a mamá y luego les prepararé el desayuno”?
—¡No! ¡Lo único que debe saber es que no tienen mamá! ¡Y no comience con las preguntas o pediré otra niñera!