Una Niñera para Tres

CAPÍTULO 4

Capítulo 4

Grace

Al día siguiente, después de llevar a las niñas a la escuela, me apresuré a ordenar los cuartos de juegos y de estudio -ya que no quería dejar de lado mis obligaciones por las que me pagarían un salario-, para luego ir a estudiar con Aaron.

La idea no me convencía del todo. No estaba segura si el señor Beckett estaría de acuerdo con que yo ocupara mi tiempo de trabajo estudiando con su hijo, después de que le dijera que me ocuparía de mis estudios por la noche. Por otra parte, Aaron se veía tan feliz que temí que nuestras reuniones se prestaran a confusión.

Y no es que yo pensara que alguno de ellos podría considerarme a mí otra cosa que no fuera una empleada más de la mansión, pero, conociendo a los hombres, no podía dejar de desconfiar.

Así que, a regañadientes, marché a cumplir con lo que había prometido.

La biblioteca era magnífica: una sala espaciosa con ventanas muy altas por las que entraba mucha luz natural, con una vista espectacular del bosque que se extendía desde los límites del patio de la mansión.

En un rincón había mullidos sillones, probablemente como rincón de lectura, en el centro, un escritorio, y a la derecha dos mesas independientes con sillas.

Fascinada, me acerqué a la pared del fondo, cubierta de lado a lado con estanterías repletas de libros: de arquitectura, de ingeniería, de administración de empresas, y un sector exclusivo con novelas, en su mayoría históricas.

Aaron me esperaba con una sonrisa, sentado a una de las mesas, en la que había desplegado hojas cuadriculadas, un cuaderno, lápices, reglas y una calculadora.

Me senté frente a él al momento que le preguntaba:

—¿Qué tema veremos hoy?

—No sé tú, pero seno y coseno me tiene mortificado, me cuesta muchísimo.

—De acuerdo, podemos comenzar con eso.

Y eso hicimos. Tenía que reconocer que para muchos jóvenes el tema resultaba difícil, pero como yo ya lo había aprobado con A, lo tenía claro.

—Empezamos entonces con las proporciones matemáticas que relacionan los lados y ángulos de los triángulos rectángulos –dije tomando la regla y las hojas para trazar las figuras geométricas, y comencé a explicarle a Aaron.

—Si este es el eje “x”, la pendiente sería la inclinación de la recta, ¿verdad?

Él asintió, apoyando un codo sobre la mesa.

Al cabo de varias figuras trazadas y su respectiva explicación, creí ver por el rabillo del ojo que Aaron no miraba la hoja, sino a mí, y eso me puso nerviosa.

Éste chiquillo me traería problemas.

—¿Y qué pasa si dos líneas se cruzan? –continué, ansiosa por terminar pronto.

—Depende del punto en que lo hagan —respondió él, despacio, sugerente—. Algunas sólo se tocan una vez y siguen su camino. Otras… se quedan entrelazadas para siempre.

Lo miré con el ceño fruncido, molesta por el rumbo que había tomado nuestra “clase”.

—Yo prefiero las líneas paralelas, Aaron —dije seria.

De pronto, él miró detrás de mí con una sonrisa.

* * *

Aaron

Grace era hermosa.

Ahora que estaba tan cerca podía ver mejor el color de sus ojos y su mirada humilde, absolutamente carente de altanería o presunción.

Su pelo castaño claro tenía reflejos dorados y rojizos. Su piel parecía suave. Sus rasgos, perfectos.

¡Y su voz! Era tan dulce y a la vez tan segura al adoptar su rol de maestra, que me distrajo.

Hice un gran esfuerzo por concentrarme en lo que ella tan amablemente me estaba explicando, pero su proximidad, su voz y su perfume me envolvieron y me dejé llevar por el placer de sentirla tan cerca.

Hasta que hizo la pregunta.

“¿Qué pasa si dos líneas se cruzan?”

Entonces cometí el error de hacerme el enigmático y responderle sugerente, porque fue evidente que se molestó, y su respuesta me dejó muy en claro que no estaba interesada en tener una relación con nadie.

Fue entonces cuando lo vi, de pie cerca de la puerta, observando la escena en silencio y con gesto severo.

* * *

Grace

—¡Papá! –exclamó Aaron de pronto– ¡No te vimos! Acá estamos con Grace estudiando matemáticas.

Volví a quedarme sin aire. La presencia del señor Beckett siempre impactaba en mi sistema respiratorio. Cuando él aparecía, yo trataba de pasar desapercibida y me empeñaba en que no se me escuchara ni respirar.

—¿No tienes examen mañana? –preguntó el hombre con brusquedad, a mis espaldas.

—Sí –respondió su hijo–. Ya tengo todo estudiado.

—Señorita Whitmore, quiero verla en mi despacho.

Cuando lo escuché salir, recién entonces pude volver a respirar con normalidad, aunque al parecer la lividez había ganado mi rostro, porque Aaron intentó calmarme tomando mi mano.



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En el texto hay: romance, amor, diferencia de edad

Editado: 05.11.2025

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