Capítulo 7
Ethan
Descalzo y en pijama, tomé una manta, me serví un vaso de whisky y salí al patio a disfrutar del fresco y la soledad de la noche de los primeros días de primavera.
Al salir la vi, sentada en un banco, apenas iluminada por las farolas del jardín.
Allí me dirigí y me senté a su lado.
—¿Se siente bien? –le pregunté quedo, para no romper la paz que la envolvía.
—Sí –respondió suave–. Sólo quería disfrutar de la noche un rato, antes de irme a la cama. Los aromas en primavera son especiales.
Era la primera mujer de esta casa que me hablaba de “los aromas de la primavera”.
Se estaba haciendo habitual que fuera la primera mujer en muchas cosas.
—¿Cómo van sus estudios?
—Los tengo un poco abandonados. Aún no me acomodo con los horarios.
—Puede volver a estudiar con Aaron si lo necesita. Prometo no volver a comportarme como un salvaje.
Ella rió bajito.
—Gracias, pero es mejor que no.
No insistí. Tal vez ella veía lo mismo que yo y prefería evitar a mi hijo.
De pronto, una brisa nos llegó y ella cruzó los brazos sobre su pecho, frotándose como sintiendo frío.
Sin pensarlo me quité la manta y la envolví con ella, rozando en el hecho, y sin proponérmelo, sus manos frías. Y juro que la vi sonrojarse bajo la tenue luz de las farolas.
Yo, a la vez, sentí con ese roce una fuerte descarga que me recorrió el cuerpo, y que pretendí ignorar sabiendo que se guardaría en mi subconsciente y asomaría más tarde cuando me quedara solo.
Para que entrara en calor le ofrecí un sorbo de mi vaso de whisky.
—No, gracias, señor –me dijo suave–. No bebo whisky.
Guardé silencio, rebuscando en mi mente, que había quedado en blanco, algún tema para platicar y recuperar la compostura.
—Aaron es un chico bueno –dije al cabo, en un intento desatinado de cambiar el punto de atención, sin lograr en realidad alejarlo mucho de nosotros.
—Lo sé –musitó ella–. Tanto él como las niñas son personas maravillosas.
Hizo una pausa larga que ninguno de los dos interrumpió.
—Usted ha hecho un buen trabajo con ellos –continuó al cabo–. Ha sido y sigue siendo un padre excelente, siempre presente, siempre esforzándose por escucharlos y enseñarles valores.
—¿Qué pasó con su padre, Grace? –me atreví a preguntar, a sabiendas de que me estaba metiendo en su vida privada y a riesgo de que no quisiera responderme.
Pero lo hizo.
—Nos abandonó a mamá y a mí cuando yo era pequeña, y jamás volvió a aparecer en mi vida. ¿Sabe por qué? –agregó con un gesto de burla–. “¡Se enamoró!”
—También mi esposa “se enamoró”... y abandonó a sus hijos.
Ella me miró atentamente y en silencio.
—El empresario de Phoenix era más rico que yo –aclaré riendo, aunque no pude evitar que la risa sonara amarga.
—¿Aún la ama? –se atrevió a preguntar ella.
—No. Hace mucho tiempo que pasé de eso. Pero amo a los hijos que me dejó, no cambiaría mi vida sólo por ellos.
»Cuando conocí a Aaron, era un pequeño de 5 años criado por su abuela, sin afecto y sin educación, culpado constantemente por los errores de su madre.
»En cuanto lo vi, despertó en mí este sentimiento de protección que nunca más me dejó. Y lo convertí en mi hijo.
Ella continuaba mirándome y yo continuaba abriendo mi corazón como si fuera mi psicóloga.
—Al parecer nací para eso. Me casé enseguida y adopté a Aaron, convirtiéndome en padre a mis 25 años.
»Disculpe –le dije con una sonrisa–. La estoy aburriendo con mi historia. Cuénteme algo sobre usted.
—No me aburre, señor, todo lo contrario –dijo quedo–. Usted me hace volver a confiar en que no todos los hombres son tan egoístas como mi padre ni tan idiotas como mi ex.
El silencio de la noche, que hasta el momento habíamos intentado no perturbar hablando quedo, fue interrumpido por mi risa.
—¿Así que tuvo un ex idiota, Grace?
—Así es. Infiel por costumbre e irrespetuoso por idiota.
—Disculpe mi risa. No pretendo burlarme de su mala experiencia. Es sólo que nunca la imaginé usando esa palabra.
—¿“Idiota”? Es que no hay otra.
»Le aceptaría un sorbo de su whisky si pudiéramos brindar, pero con un solo vaso…
Me sentí encantado de que quisiera brindar conmigo, por lo que le tendí el vaso y cerré el puño para chocarlo con él.
Ella dio un pequeño sorbo y tosió al instante.
—¡Es horrible! –dijo aún tosiendo– Pero comprendo que nos distraiga de los problemas. ¡Sabe tan feo!
Volvió a hacerme reír, aunque esta vez tuve cuidado de no ser tan ruidoso.