Capítulo 8
Grace
—¡Mira! ¡Mira, Gace, cómo nado! –gritaba Lycia moviéndose como una sirenita en el sector para niños de la piscina de la mansión.
—¡Mírame a mí! –reclamaba Alice mostrando los movimientos aprendidos en su clase de natación.
La velocidad de mi mirada no era suficiente para abarcar a las dos niñas, pero me estaba divirtiendo, y ellas se veían felices demandando mi atención, como ya se les había hecho costumbre en todo lo que hacían en los últimos meses.
Y esa demanda me encantaba.
Era sábado y el verano estaba en su apogeo. Las niñas sólo debían asistir a sus clases de equitación y de natación, por lo que el resto de la semana disfrutaban de la piscina. Y yo con ellas.
Si bien debía permanecer en el sector poco profundo, con las pequeñas, de todos modos me resultaba divertido y relajante.
Los hombres de la familia jamás se metían al agua, ya que siempre estaban en la empresa, incluso Aaron, a quien su padre ya lo estaba familiarizando con el trabajo.
Aún así, yo me había comprado un traje de baño enterizo, bien cubierto, por si acaso.
Había ido sola a elegirlo. Era de lycra mate color azul petróleo, con escote redondo alto y tirantes anchos cruzados en la espalda, y con la parte inferior de cobertura completa modelo años 50.
Mientras hacía la compra, en una de las salidas matutinas para llevar a las niñas a sus clases de verano, pensaba en mis amigas y reía imaginando sus protestas. Ellas jamás me habrían permitido comprar un traje de baño tan cubierto. Pero así era exactamente como yo lo quería para mi lugar de trabajo. La idea era mostrar la menor cantidad de piel posible, por si alguno de los hombres de la casa decidía compartir la piscina en algún momento. Y de ninguna manera quería complicaciones.
Sin embargo, en la mansión de los Beckett, las complicaciones me perseguían.
Fue precisamente éso lo que sucedió ese sábado.
Estábamos jugando y riendo con las niñas en el agua, cuando de pronto comencé a escuchar las voces que se acercaban conversando animadamente.
Al voltear, los vi a los tres en traje de baño, dejando sus toallas en las reposeras, dispuestos a meterse en la piscina.
El primero en zambullirse fue Noah, quien de inmediato se acercó a nosotras.
—Vamos niñas –les dijo a sus sobrinas con una sonrisa encantadora–. Dejemos que Grace disfrute un rato de la piscina grande.
—¡No! ¡No hace falta! Me quedo acá con las niñas –dije desesperada por mantenerme apartada de ellos.
Él me ignoró, tomó los flotadores del borde de la piscina, se los colocó a sus sobrinas y las llevó a la parte profunda.
El señor Beckett, ya en el agua, y su hermano comenzaron a jugar con Alice, y Aaron llevaba de lado a lado a Lycia en su flotador.
Al observar la escena, dejé de sentirme intimidada para comenzar a sentirme una intrusa. El cuadro familiar era perfecto, sólo yo sobraba. Y, para no llamar la atención, me quedé a un costado de la enorme piscina, sumergida hasta los hombros
—¡Ven, Grace! –me llamó, de pronto, Alice–. ¡El tío y papá podrán con las dos!
La pequeña se refería al juego que ambos estaban haciendo, tirando de ella y deslizándola en el agua simulando una carrera.
¡Como si yo estuviera dispuesta a jugar con ellos!
Tan sólo la invitación de la niña me produjo tal vergüenza que ni siquiera el frío del agua pudo evitar que mis mejillas se encendieran.
Noah, evidentemente notándolo, sonrió divertido e, ignorando mi vergüenza, me tomó de la mano y me acercó a ellos para que me sumara al juego.
—¿Por qué no con la pelota? –sugerí casi desesperada.
Y como Alice celebró la idea, ellos cambiaron el juego por uno menos vergonzoso para mí.
De inmediato se sumaron Aaron y Lycia, y estuvimos jugando a la pelota y riendo por más de una hora, tiempo en el que, paulatinamente, me fui relajando y sintiéndome más integrada al grupo.
A decir verdad, o Hazel estaba equivocada, o estos ricos eran la excepción de la regla.
Ellos eran personas sencillas, de sentimientos simples y de alma generosa. Todo el esfuerzo que pusieron en hacerme sentir incluida en su familia hablaba sobradamente de la generosidad de sus corazones.
Aunque mis amigas, al día siguiente, analizando esta situación me aseguraran que no todo era mérito suyo, sino que yo tenía algo que ver en su actitud, yo no estaba segura de que así fuera. Por el contrario, estaba convencida de que ellos se comportarían de la misma manera con cualquier persona, sobre todo observando el trato respetuoso y afable que brindaban a todo el personal que trabajaba en la mansión.
Sin embargo, eso no fue lo más trascendental que ocurrió ese sábado en la piscina. Faltaba “la cerecita del postre”.
Eso llegó poco tiempo después.
Cuando la señora Hensley se acercó para informar que la cena estaría lista en media hora, ocurrió lo impensado.