Capítulo 9
Noah
Ese sábado Grace cenó en silencio. Hacía tiempo que Ethan le había pedido que cenara con nosotros, pero nunca se había mostrado tan incómoda. Se veía distraída, callada, todo el tiempo sonrojada y apenas probó bocado.
Yo sabía la causa.
Cuando salimos de la piscina esa tarde, me volví y vi lo que tal vez no debería haber visto, y apenas mi hermano entró a la casa, lo confronté.
—Debemos hablar.
Él me guió en silencio hasta su despacho, y tras cerrar la puerta solté:
—¡¿Qué fue eso, Ethan?!
—Perdí la cabeza –respondió, derrumbándose en un sillón.
—¡Eso es obvio! ¡¿Que no ves que es una muchacha decente?! ¡Puede haberse sentido insultada! ¡O acosada!
—¡Lo sé!
—¡¿Y si te denuncia por acoso laboral?! ¡Podría hacernos un boquete en la empresa! ¡Y estaría en su derecho!
—Todo eso lo sé –dijo con la cabeza entre las manos–, aunque es demasiado decente para aprovecharse de eso. Es más probable que me grite o me abofetee a que me pida dinero.
—¿Sabes qué? ¡Te merecerías que te hiciera todo eso junto! Estoy… estoy demasiado molesto contigo… y no sé si es porque te me adelantaste o porque la ofendiste. ¡O por las dos razones!
»¡¿Qué pasó por tu cabeza, Ethan?! ¡¿Qué pensaste?!
—No pensé.
—¡No, claro! Es evidente que ya no razonas.
—¡Te juro que lo intenté! –respondió él, sonando desesperado–. Traté de quitármela de la cabeza y cada vez se mete más. Ya no logro controlarme. Debería… debería tomarme unas largas vacaciones fuera del país. Podría instalarme en Argentina para iniciar la sucursal que proyectamos… O podría mudarme con Claire.
Lo observé en silencio, esperando que se diera cuenta de los disparates que estaba diciendo.
—Pero no puedo hacer nada de eso –dijo al fin, rendido–, porque están mis hijos, y todavía me necesitan.
»¿Por qué… –agregó tras una pausa– por qué no te apresuras a conquistarla tú? Eres más joven y agradable y yo me vería obligado a apartarme por eso de la fidelidad entre hermanos.
—¿Cómo era eso de la “subasta”? –le dije invocando sus propias palabras.
—Lo sé. Ninguno de nosotros debería meterse con ella, pero no ayuda que sea así… tan… tan…
—¿Tan encantadora? ¿Tan perfecta? ¿Tan… “diferente”?
—¡Sí!, ¿verdad? Ella es distinta de todas las mujeres de nuestro círculo.
—Lo es.
—Tiene una hermosa combinación de belleza e inteligencia –agregó Ethan después de un breve silencio, hablando como para sí–, una dignidad propia de la nobleza y una humildad característica de los espíritus simples. A veces parece débil y vulnerable y otras es una fiera.
La conversación no nos estaba llevando a buen puerto; enumerar las virtudes de la niñera nos hundía cada vez más en un laberinto sin salida.
Pensamos que lo mejor sería despedirla para sacarla de la casa y de nuestras vidas, pero ese planteo carecía de toda lógica. Ella no tenía la culpa de ser como era y además las niñas la amaban.
La única conclusión a la que a duras penas logramos llegar, era que, como hombres adultos que éramos, debíamos controlar nuestros impulsos. Al fin y al cabo se suponía que éramos seres racionales y no unos salvajes.
Esto último lo dijimos con poca convicción, pero creyéndonos capaces de lo imposible.
En ese estado de cosas fuimos a cenar. En vano traté de iniciar una conversación. Salvo Aaron o las niñas, que me seguían a medias ya que se veían cansados, los otros dos permanecieron en silencio, y apenas las pequeñas terminaron el postre, Grace se retiró con ellas y no volvimos a verla hasta el lunes.
* * *
Grace
Fue la cena más incómoda de toda mi vida.
No había tenido tiempo de recomponerme del impacto de ese beso, ya que debí asistir a las niñas con su baño y acompañarlas a cenar, sin siquiera tomarme unos minutos para mí, al menos para pensar y ensayar una actitud relajada.
Durante la cena me fue imposible manejar mis emociones; estuve nerviosa, avergonzada, inquieta y distraída.
Apenas las niñas terminaron el postre, agradecí que se mostraran cansadas así me dieron la excusa de llevarlas de inmediato a su cuarto y, como se durmieron apenas apoyaron la cabeza en la almohada, me escabullí rápidamente a mi alcoba antes de que el señor Beckett viniera a saludarlas.
También me fue imposible dormirme, al menos hasta bien avanzada la madrugada.
Mil interrogantes se gestaban en mi cabeza. «¿Qué debería sentir ante lo que sucedió esa tarde?» «¿Debería sentirme humillada o halagada?» «¿Me consideraba él un objeto de placer que tarde o temprano debía ser descartado?» «¿Habría decidido jugar conmigo por puro aburrimiento? O, en el infinitamente mejor de los casos, ¿habría algo de sentimiento en ese gesto?»