Capítulo 10
Grace
—Tranquila, cariño, pronto estarás mejor –le dije suavemente a Alice, que se removía inquieta en mi cama, mientras ponía paños fríos en su frente.
—¿Aún no baja? –sonó a mi lado la voz ronca y preocupada del señor Beckett.
No lo había oído entrar, pero era lógico ya que se movía como un suspiro entre el cuarto de las niñas, donde Lycia dormía sola, y mi cuarto, donde había traído a Alice para que no contagiara a su hermanita.
—Ha bajado un poco –le respondí quedo, arrodillada al lado de la cama–. Entre el jarabe y los paños fríos en poco tiempo se dormirá tranquila.
»Vaya a descansar, señor. Lycia dormirá toda la noche y a Alice ya le está bajando la fiebre, por lo que pronto me acostaré a su lado.
—Te haré compañía un rato –dijo él mientras se sentaba en el sillón que estaba próximo a mi cama.
No insistí, porque era evidente que estaba decidido a quedarse, aunque yo me habría sentido mucho más cómoda si me dejaba sola.
Y no es que no me agradara su compañía. El problema era que me agradaba demasiado.
La calidez de su voz, su perfume, su sola presencia, ejercían un hechizo en mi mente que terminaba impactando en mi voluntad.
Y esa noche de principios de otoño, que se quedara observando no ayudaba en absoluto, ya que yo necesitaba mi mente despejada para controlar la evolución de la fiebre de la pequeña Alice.
—Gracias –musitó a mis espaldas.
—Cualquiera haría esto –respondí bajo.
—Pero no como tú.
No respondí a eso. No estaba dispuesta a llevar esa conversación. En realidad, en los últimos meses, desde aquel día mágico de la piscina, huía de toda conversación con mi jefe.
Permanecimos en silencio por aproximadamente una hora, hasta que, al medir nuevamente la fiebre a la pequeña Alice, comprobé que había bajado.
—Vaya a descansar, señor Beckett. Ya que al fin ha bajado la fiebre me acostaré junto a Alice.
Y eso hice: me acosté vestida al lado de la niña y fingí dormirme casi enseguida. A los pocos minutos, escuché los pasos del señor Beckett que se aproximaban a mi closet, lo sentí cubrirme con una manta y luego salir silenciosamente del cuarto.
A los pocos minutos, me sorprendió la vocecita aguda de Lycia.
—Gace –dijo lo niña con voz somnolienta–, tengo miedo.
Salté de la cama, procurando no despertar a Alice, y fui hacia la pequeña que estaba parada a la puerta de mi cuarto.
—Ven, cariño –le dije alzándola en brazos–, te acompaño a tu cama.
—¿Por qué no está Alice?
—Ella está enferma, cariño, pero muy pronto se pondrá bien.
De repente volví a sentir la presencia del señor Beckett.
—Yo la llevo –dijo cargándola en sus brazos–. Tú ve y descansa.
Llevó a su hija a su cuarto y se recostó a su lado, en tanto yo, devolviéndole el gesto, busqué una manta y los cubrí a ambos, antes de regresar a mi cama.
* * *
Un rayo de sol que se filtró por las cortinas me despertó a la mañana siguiente.
Toqué la frente de Alice y noté que la fiebre no había regresado y que la pequeña aún dormía plácidamente.
A continuación miré la hora y, asustada, salté de la cama de inmediato. Me había quedado dormida y debía llevar a Lycia a la escuela.
Al menos había dormido vestida, lo que me permitiría ser más rápida, así que corrí al cuarto de Lycia para despertarla.
Apenas abrí la puerta, vi al señor Beckett arrodillado frente a su hija ajustando la corbatita de su uniforme.
—Buen día, Grace –saludó él con una sonrisa, saludo que su hija repitió de la misma manera–. ¿Descansó?
—Sí, señor. Mil disculpas. Me quedé dormida.
—No hay problema –respondió él–, estaba cansada. Lycia ya desayunó y está lista para ir a la escuela.
—Me lavo la cara y la llevo, señor –dije avergonzada, no sólo porque él había hecho mi trabajo, sino porque me había presentado ante él sin siquiera peinarme.
Después de dejar a Lycia en la escuela, regresé a la mansión y fui directo a mi cuarto a ver a Alice. La pequeña ya estaba despierta
—Tengo hambre –me dijo desde mi cama.
Era buena señal, el virus de la faringitis había perdido fuerza, por lo que, tras darle el beso de los buenos días, la alcé en andas y juntas fuimos a la cocina para que desayunara.
Allí estaba el señor Beckett, con la misma ropa del día anterior y las marcas en su rostro de una noche agitada, desayunando a su vez.
Tras servirle el cereal a Alice, le dije a la pequeña:
—Mientras desayunas tomaré una ducha rápida, cariño. Pronto estaré contigo de vuelta.
Me fui a mi cuarto y, habiendo olvidado cerrar la puerta, comencé a buscar ropa limpia en el closet.