Una Niñera para Tres

CAPÍTULO 11

Capítulo 11

Grace

La señora Hensley entró presurosa al comedor y se acercó al señor Beckett con gesto alarmado.

—Señor –musitó–, la… la señora…

—¿Qué ocurre, Edith? –inquirió el señor Beckett, al ver que el ama de llaves no continuaba.

—La señora Mildred está llegando, señor.

Si bien la señora Hensley había hablado bajo, todos en el comedor la oímos, excepto las niñas que, afortunadamente, comían su cereal medio dormidas aún.

El rostro del señor Becket se ensombreció y salió de prisa abandonando su desayuno, mientras Aaron y Noah se dirigieron miradas de alarma.

Un nudo en el estómago me impidió continuar desayunando, y rogué que las niñas terminaran pronto para desaparecer.

Si era lo que imaginaba, y la esposa del señor Beckett había regresado para quedarse, me sería imposible seguir disimulando la vergüenza. Y, como para torturarme con la culpa, reviví de súbito el roce de los labios de mi jefe, el sabor de su beso, y las sensaciones que ese beso volvió a provocarme, y me fue imposible recobrar la compostura. Me sentí expuesta, como si de pronto hubiera aparecido en mi frente la marca de la culpa y la vergüenza que revelaba a todos los que me veían, lo que había hecho el día anterior.

Esa mañana, tras dejar a las pequeñas en la escuela, no regresé de inmediato a la mansión, sino que conduje hacia Picture Canyon. De los parques de la ciudad era el menos concurrido, justo lo que necesitaba para estar sola y liberar todo ese torbellino de sensaciones que se habían acumulado en mi pecho y estaban a punto de estallar.

* * *

Ethan

—¿Dónde está Grace? ¿Por qué no ha regresado todavía? –le pregunté a Noah, quien al parecer había decidido no ir a la empresa esa mañana.

—No lo sé. Llevó a las niñas a la escuela y no ha regresado.

—¡Y no responde el teléfono! –exclamé preocupado, volviendo a marcar su número en mi móvil–. Es como que… ¿está en un lugar sin señal? No creo que lo tenga apagado.

La desesperación me estaba ganando, y estaba seguro de que más que preocupación era culpa.

—¿Qué hiciste, Ethan? ¿Volviste a besarla?

No le respondí. Era como si no decirlo con palabras amortiguara mi imprudencia.

—Ay hermano, no pareces tú. Has perdido la cabeza. ¿Y qué pasó con la loca de tu mujer? ¿Qué buscaba?

—Se queda, por ahora.

—¡¿Cómo que se queda?!

—Tuvo problemas con su pareja. Y no voy a tirar a la calle a la madre de mis hijos.

—Pues deberías. Discúlpame, pero esa mujer alterará la paz de esta casa y te arruinará la vida. ¿Que no piensas en tus hijos?

—Lo hago por ellos.

—No, hermano, lo haces por ti, por tu orgullo herido. ¿Crees que la presencia de esa mujer le hará algún bien a Aaron, siendo que jamás se portó como una madre con él? ¿Acaso crees que les hará algún bien a las niñas, que ni siquiera la conocen? ¡Esa mujer no es capaz de amar a nadie que no sea a ella misma, y tú sabes que tengo razón!

»Y no vuelvas a meterte con Grace –agregó Noah bajando la voz– ella no lo merece… y ahora estoy pensando que tampoco tú te la mereces a ella.

Evidentemente alterado, Noah se marchó dejándome de pie en la puerta de mi despacho, con el estómago hecho un nudo que se apretaba cada vez más fuerte por el caos que comenzaba a desatarse en nuestra casa.

* * *

Grace

Salí del parque, liberada, en busca de mi coche. Había llorado todo lo que necesitaba llorar, y al fin, cuando me hube liberado de todo el dolor y toda la culpa, comencé a sentir el frío que me calaba los huesos.

Había comenzado a nevar nuevamente, y los senderos del parque comenzaban a ponerse resbaladizos, por lo que caminé con cuidado y recién cuando llegué al coche encendí mi móvil.

Encontré muchos mensajes y llamadas del señor Beckett, pero decidí no responder ninguno, ya que de todos modos en pocos minutos estaría de regreso en la mansión.

Y ya no lloraría. No sólo porque no me quedaban lágrimas, sino porque ese tiempo a solas me había fortalecido.

Ya me había quedado claro que el señor Beckett se había sentido confundido conmigo, sobre todo porque no tenía mujer en casa que cumpliera el rol de esposa y madre que él necesitaba.

Era sólo eso: confusión.

Ahora, con el regreso de su mujer, encauzaría su vida y me dejaría en paz.

Y lo que yo había comenzado a sentir por él no tenía importancia. Había muchos hombres en el mundo para enamorarse, y era mejor que no se me diera por el momento.

Recordé aquel verso de una canción latina: “las mujeres ya no lloran…”, y me dije a mí misma que era momento de aprender que ningún hombre merecía una sola lágrima de ninguna mujer, porque si era capaz de hacerla llorar, era porque no valía la pena.



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En el texto hay: romance, amor, diferencia de edad

Editado: 05.11.2025

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