Una Niñera para Tres

CAPÍTULO 13

Capítulo 13

Grace

—Voy a Sedona. ¿Te llevo?

No respondí de inmediato. Me sorprendió ver a Noah, al volante de su Audi color arena aparcado frente a la mansión, dirigiéndose a mí con una sonrisa.

—P… pedí un taxi.

—No hay problema por eso –dijo descendiendo de su carro, justo cuando el taxi aparcaba detrás.

Noah se acercó al conductor, le pagó por el viaje, y cuando el taxista se marchó, él vino a mí -que seguía de pie en el primer escalón de la entrada y sin entender lo que sucedía-, tomó mi maleta y la cargó en el maletero de su coche. A continuación me abrió la portezuela del acompañante, sin perder la sonrisa.

—¿Subes? ¿O sólo llevo tu maleta a Sedona?

Subí inmediatamente sin chistar, y recién cuando arrancó pregunté.

—Es que no comprendo. ¿Usted va a Sedona?

—Sí. Me quedaré una semana allí.

—¡Ah! Es una sorpresa. No me comentó nada anoche. ¿Va por negocios?

—No. Voy por descanso. Lo decidí después de hablar contigo.

—¿Y con quién pasará la Navidad? Disculpe –agregué de inmediato al darme cuenta de mi indiscreción.

—¡No hay problema! –dijo riendo–. La pasaré contigo y tu madre, si me invitan.

—¡Por supuesto! –fue mi respuesta inmediata.

Tenía en claro que nadie debía estar solo en Navidad, y si él no tenía planes de pasarla con algún interés romántico o con amigos, estaba segura de que mamá no tendría problema en invitarlo. Aún así me pareció extraño que él decidiera tomarse un descanso justo en esa semana y sin planes de reunirse con afectos, mas no seguí indagando para no invadir su privacidad.

Durante la hora que duró el viaje, hablamos mucho. Él preguntó más sobre mí que yo sobre él. Aún así, me fue contando cosas de su familia.

Supe que la empresa Beckett Developments había sido fundada por su abuelo, que en sus comienzos era una empresa de Desarrollo Inmobiliario y que su padre la expandió al área de Construcción, y que esa fue la razón por la que su hermano estudió Arquitectura y él Administración de empresas, carrera que también estaba estudiando Aaron, todos en miras de hacer crecer la empresa familiar.

También me contó que estaban buscando expandirse a otros países, como Argentina, por ejemplo, en la zona de las Cataratas del río Iguazú, o la Riviera Maya en México, como así también en otros lugares turísticos de nuestro país.

Supe también que la mansión fue heredada de su padre, y como es lo suficientemente grande como para que vivan dos o tres familias sin molestarse, los hermanos decidieron conservarla y vivir juntos en ella. Además, que fueron criados con un fuerte apego a la familia y a la vida sencilla, al espíritu de sacrificio y al trabajo.

Todo lo que Noah me contó en ese viaje les fue dando sentido a muchas conductas que yo había observado en esa familia. El respeto por el personal de servicio de la casa, las exigencias en el estudio de los hijos y en sus obligaciones, el valor que le daban al tiempo compartido en familia.

Todo de ellos me gustaba, y tomé conciencia de que precisamente allí residía el peligro. No era mi lugar. No eran mis iguales. Y sin embargo, ¡qué a gusto me sentía entre ellos!

* * *

En poco más de una hora llegamos a mi pueblo natal. A medida que ingresábamos a la ciudad, la vista de las prominentes formaciones de roca roja y los bosques de pinos nevados arrancó un “¡Wow!” de Noah e instaló un emocionado silencio en mí. Hacía casi un año que no veía ese amado paisaje de mi infancia, y las añoranzas de un tiempo feliz y sin preocupaciones volvieron a invadirme.

Mi vida con mi madre había sido fácil. No para ella, que hizo todo sola desde que yo era pequeña, pero sí para mí. Crecí con exceso de amor y cuidados, y eso se lo debía exclusivamente a ella. No podía amar más a ese lugar donde había tenido una infancia y una adolescencia tan felices.

A media mañana llegamos a la casa. A pesar de que era domingo, la tienda de mamá estaba abierta ya que, por la temporada, ella aprovechaba el incremento de las ventas. Al entrar la encontramos tras el mostrador atendiendo a unos turistas.

Cuando al fin reparó en nosotros, su sonrisa se hizo más grande y cariñosa, si cabía, ya que ella siempre sonreía y era toda amabilidad.

—¡¡¡Grace!!! ¡¡¡Mi niña!!! –exclamó mientras rodeaba el mostrador y venía a mí con los brazos abiertos.

Al fundirnos en un largo y apretado abrazo, caí en la cuenta de cuánto había estado necesitando a mi madre en todo este tiempo de incertidumbre, y qué acogedor resultaba siempre su abrazo.

—¿Vienes acompañada, cariño? –dijo al fin, al soltarnos y reparar recién entonces en Noah.

—Sí, mamá. Él es Noah Beckett. Tuvo la gentileza de traerme hasta aquí. Él es…

—Un amigo –se adelantó él, salvandome de explicaciones por el momento, y tendiéndole la mano a mi madre con una sonrisa encantadora.

—Hola –respondió ella–. Es un placer. Soy Margaret.

—El placer es mío.



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En el texto hay: romance, amor, diferencia de edad

Editado: 26.11.2025

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