Capítulo 15
Ethan
Llamar a Noah resultó peor que la incertidumbre. ¿Qué hacía en Sedona? ¿Qué bicho le había picado para irse con ella? ¿Acaso no sabía que necesitaba un descanso, tomar distancia, recuperarse? Que mi hermano estuviera a su lado lo que menos le daría a Grace sería descanso.
Era consciente de que yo mismo lo había instado a conquistarla para quitármela de la cabeza, pero ante la concreción de la idea, el dolor se hizo visceral y me arrepentí profundamente por haberlo sugerido.
Afortunadamente ya había comprado los obsequios navideños, porque a partir de esa llamada me ganó la inquietud y me resultó imposible volver a enfocarme.
Ese lunes, Ruth me consultó sobre el menú navideño pero no fui capaz de elegir, así que lo dejé a su criterio y sólo le pedí que tuviera en cuenta los gustos de las niñas.
Tenía que tomar decisiones urgentes, y aunque era consciente de que con ese estado de ánimo seguramente me equivocaría, ya no podía seguir esperando.
Para comenzar, llamé a Daniel para que apurara el trámite de divorcio.
—Tengo todo listo para ser firmado –me dijo al otro lado de la línea–. Lo apuré como me habías pedido, sólo me falta saber quién es el abogado de ella para ponernos en contacto.
—Lo averiguo y vuelvo a llamarte.
Colgué y llamé a Mildred a mi despacho.
—Necesito el nombre de tu abogado de divorcios. El mío ya tiene el expediente listo, sólo falta conversarlo con el tuyo. Quiero que sea rápido, así que dime y él se ocupa de ponerse en contacto.
Ella me miró con suficiencia y se tomó unos minutos para responderme.
—No busqué abogado aún.
Mi ira amenazó con salirse de control. Era un tema que habíamos hablado inmediatamente tras su regreso y aún no se había molestado en resolverlo.
—Me obligas a pedir un Divorcio por Default, Mildred. Después de la sentencia ya no podrás establecer tus condiciones, pero si así de poco te importan tus derechos, ya no seguiré esperando, le daremos curso al divorcio en esos términos.
—¿Cuál es tu apuro? –dijo despectiva–. ¿Acaso tu mujercita tiene pretensiones? ¿Que no ves que entre tú y tu hermano le conviene él? No es estúpida. Él viene sin paquete.
Que sólo pensara en Grace me llenaba de furia, pero que hablara de ella de esa manera me desbordó.
—Límpiate la boca antes de nombrarla, sobre todo tú que viviendo en esta casa, bajo el mismo techo que tus hijos, intentaste meterte en la cama de mi hermano. No tienes autoridad moral para hablar ni de la más miserable de las prostitutas.
Mildred me miró con odio y roja de ira soltó su insulto:
—Sería que tu “asunto” no me satisfacía.
—Parece que a ti no te satisface el “asunto” de nadie porque continúas probando, “cariño” –le respondí, despectivo.
»Una cosa más –agregué con impaciencia–, quiero que te mudes apenas pase la Navidad. Supongo que ya habrás encontrado casa.
Ella, cambiando radicalmente de actitud, se acercó lentamente a mí contoneando sus caderas, rodeó el escritorio, giró mi sillón y se sentó en mi regazo.
—¿Por qué no lo intentamos de nuevo? –musitó cerca de mi boca–. Podría hacerte cosas que nadie más…
La tomé de la cintura y la alejé de mí con brusquedad.
—Vete, Mildred. Lo único bueno que trajiste a mi vida han sido mis tres hijos, y digo “mis” porque tú nunca quisiste ser su madre y justamente por eso perdiste todo mi respeto. Ahora te quiero fuera de esta casa y de nuestras vidas. Tienes dos días.
Ella volvió a mirarme con rencor y salió de mi despacho dando un portazo.
De inmediato volví a llamar a Daniel.
—Avanza con el Divorcio por Default.
Una parte de mi vida comenzaba a moverse. Una que ya había demorado demasiado y necesitaba resolver si quería avanzar hacia otra mejor, en la que tal vez podía permitirme ser feliz.
Sin embargo, la inquietud que me había asaltado tras la llamada a Noah no me abandonaba, y no encontraba la solución para quitármela de encima.
La noche siguiente, nuestra cena de Nochebuena pareció más un funeral que una celebración. Las niñas se veían tristes y calladas y Aaron parecía incómodo ante la presencia de su madre, sentada a nuestra mesa y absorta en su móvil. Mis hijos extrañaban a su tío y yo, por mi parte, albergaba sentimientos violentos contra mi hermano imaginándolo junto a ella.
Fue en ese momento en que comenzó a germinar la idea, que no se concretó hasta la mañana siguiente.
El día de Navidad, las niñas se levantaron muy temprano y corrieron al árbol a ver qué les había traído Santa. Y tras abrir sus paquetes y abrazar las muñecas de trapo que les había comprado, repararon en otros dos regalos que nadie había tomado.
—¡Mira, papi! –gritó Alice al leer la tarjeta–. ¡Santa le dejó dos regalos también a Grace!
Recién entonces me di cuenta de lo que tenía que hacer.