Capítulo 18
Grace
—¿Tú quién eres? –inquirió, áspera, la señora Ingrid, una anciana elegante y distinguida, con una belleza impactante aún a sus casi 90 años.
—Soy Grace, la niñera de las pequeñas -le respondí, intimidada por su tono autoritario.
—¿Y qué haces sentada a nuestra mesa? Este lugar no te corresponde, niña. Tu lugar es la cocina.
Jamás me había sentido tan humillada y fue tal la sorpresa que no atiné ni a explicarme ni a moverme.
Todos en la mesa dejaron de comer, incluso las niñas quienes miraron asustadas a su bisabuela.
—¡Discúlpate con Grace, abuela! -bramó el señor Beckett.
—¿Por qué debería hacerlo? ¡Es una vergüenza que mi sangre sueca se haya contaminado con las costumbres salvajes de los norteamericanos!
—¡Papá te dijo que te disculparas, abuela! –exclamó Aaron poniéndose de pie y enfrentando a la anciana.
—¡Tú no me hables en ese tono, jovencito! ¡No tienes ningún derecho, ni siquiera eres mi nieto!
Él se acercó a la anciana y la enfrentó con tono áspero y afilado:
—Agradezco al cielo no llevar tu “noble sangre sueca”, pero por más que te pese, soy un Beckett, gracias a tu nieto que es un millón de veces mejor persona que tú.
Dicho esto, Aaron rodeó la mesa pasando por detrás de su abuela, vino a mí, y tomándome del brazo, me dijo:
—Vamos, Grace, ella no merece tu compañía.
Salimos del comedor y, al llegar al pasillo, Aaron me tomó en sus brazos; entonces rompí en llanto.
Me sentía terriblemente humillada y vulnerable, enojada conmigo misma, con los Becket y con la vida, lejos del trato respetuoso y cariñoso de mi madre y mis amigas, inmersa en una casa y en una familia a las que no pertenecía y en las que, tontamente, había comenzado a sentirme cómoda. Si ése no era mi lugar, ¿por qué me había permitido llegar tan lejos y creer que podía compartir los almuerzos y las cenas, o incluso mis vacaciones, con una familia que no era la mía?
Minutos después sentí el abrazo apretado de Alice y Lycia, y supe que no sólo yo era la víctima, sino que esas pobres niñas estaban asustadas y descubriendo por primera vez la soberbia y el insulto, y entonces me aparté de Aaron, sequé rápidamente mis lágrimas y forcé una sonrisa.
—¿Vamos a almorzar a la cocina?
Las dos asintieron en silencio con los ojitos asustados, por lo que las tomé de la mano y así, juntas, fuimos a la cocina, donde Ruth, amable y cariñosa, volvió a servirnos el almuerzo mientras me susurraba:
—La señora es así, pero con suerte se marchará pronto.
Y aunque yo apenas probé bocado a causa del nudo que se había formado en mi estómago, las pequeñas lograron comer algo.
* * *
Ethan
—¡No te voy a permitir que trates de esa manera a las personas que viven en esta casa, abuela! ¡Es nuestra casa y son nuestras reglas! ¡De lo contrario tendré que pedirte que te vayas!
Ella soltó una risita burlona.
—¡¿Me hablas en serio?! ¡Ah, sí, eres el más estúpido de mis nietos, claro! –dijo con desprecio–. ¡Me arrepiento de haberle aceptado a mi esposo venir a América! La familia terminó contagiándose de lo salvaje –agregó arrojando los cubiertos ruidosamente sobre el plato, y tomando su bastón le levantó para marcharse del comedor.
»Por cierto –dijo antes de salir, volteando a mirarnos a Noah y a mí–, regresaré a Estocolmo en cuanto logre vender los diez departamentos de Las Vegas. De ustedes depende. Y no quiero menos de siete millones.
Diciendo esto nos dejó a los dos, sentados a la mesa, ya sin hambre.
—Llamaré al abogado para que prepare el poder para que ella lo firme y mañana partimos a Las Vegas –le dije a Noah al cabo de unos minutos, dispuesto a que nos pongamos en marcha cuanto antes.
—De acuerdo, cuanto más pronto mejor. Voy a la empresa a dejar todo organizado para nuestra ausencia, tú puedes ir llamando también a la agencia inmobiliaria para que comience a ofertarlos.
Antes de realizar las llamadas, fui a ver cómo estaba Grace. Me sentía avergonzado por la insensibilidad de mi abuela y profundamente herido y preocupado por ella.
Los encontré a los cuatro en la cocina.
—Te pido disculpas por la conducta de mi abuela –le dije bajo, sentándome a su lado.
—No se preocupe, señor. Ella sólo me hizo recordar cuál es mi situación en la familia y dónde debo ubicarme.
—¡Al diablo con tu “situación en la familia”! –exclamé molesto–. ¡Tú eres una de nosotros y ella no puede cambiar eso!
—De todos modos, desde hoy nosotros comeremos aquí –intervino Aaron–. Ustedes entiéndanse con ella.
Miré a mi hijo con orgullo. Él también había sido insultado y había actuado con coraje.
—Estoy orgulloso de ti, hijo. Eres un joven valiente –le dije con cariño y admiración–. Eres un Beckett de pura cepa y mereces ser respetado.