Capítulo 19
Aaron
La semana siguiente hizo crecer mi admiración por mi padre. No podía entender cómo hacía todo. La empresa, sus proyectos de arquitectura, sus hijos, la casa, los salarios de los empleados… Yo, con apenas la universidad, las escasas consultas de la señora Hensley y controlar que mi abuela no moleste demasiado a las niñas o a Grace, me sentía desbordado.
Lo único positivo de la semana fueron nuestras horas de estudio con Grace. Ella llevaba a mis hermanas a la escuela, ordenaba sus cuartos, y entonces nos recluíamos en la biblioteca a estudiar hasta la hora del almuerzo. Comíamos juntos en la cocina y un poco más tarde la perdía, ya que, tras retirar a las niñas, se dedicaba completamente a ellas.
Al cuarto día me atreví a abordar el tema que me tenía inquieto, justo cuando estábamos en silencio y ella concentrada en un ejercicio matemático.
—¿Aún prefieres las líneas paralelas, Grace?
Ella levantó la vista de su cuaderno y me miró confundida por un momento, luego pareció comprender y me sonrió.
¡Por todos los dioses! Estaba loco por esa muchacha y aunque casi había perdido toda esperanza con ella, aguardé ansioso su respuesta.
—No estoy tan segura ya, Aaron.
—Entonces… ¿puedo tener alguna esperanza?
—Eres un buen chico, Aaron, y te quiero mucho, pero no de esa manera.
—Es mi padre, ¿verdad? ¿Es él quien conquistó tu corazón?
—Creo… que es mejor que ya no estudiemos juntos, Aaron –musitó ella con las mejillas sonrosadas y una sonrisa tímida, mientras comenzaba a recoger sus útiles.
—¡Por favor no te molestes conmigo! ¡No volveré a mencionar el tema!
—No me molesto, sólo creo que es mejor así. Eres una persona maravillosa y mereces lo mejor, pero no de mí, al menos no de esa manera, y probablemente que estemos tanto tiempo juntos te confunda.
Desde ese día sólo comenzamos a encontrarnos a la hora del almuerzo y de la cena, y, como continuábamos sintiéndonos bien juntos, al menos pudimos reforzar nuestra amistad, y yo centré mi atención en lo que mi padre me había encargado.
Mi madre había desaparecido, ya no la encontraba por la casa y Lucy me dijo que en su cuarto ya no estaban sus cosas, así que la única que debía preocuparme por el momento era la abuela Ingrid, sobre todo durante las horas en que tenía que asistir a mis clases, que en este año era de lunes a jueves por la tarde.
* * *
Grace
El sábado jugábamos con las niñas en el patio posterior arrojándonos bolas de nieve y riendo, cuando escuché a la señora Ingrid llamándome desde la puerta.
—¡¿Qué hacen?! ¡¿Qué son esos gritos?! –me increpó al acercarme.
—Jugamos en la nieve –le respondí insegura, sin saber si ella lo vería bueno o malo.
—¡Pues jueguen adentro, como señoritas y no como salvajes! ¡¿Que no sabes que las niñas de clase no gritan?! ¡No, cómo podrías saberlo!
Tras ese nuevo exabrupto, volteó y volvió a entrar en la casa dejándome sin palabras, dolida y avergonzada.
Les pedí a las niñas que entráramos y, bajo sus protestas, nos encerramos en el cuarto de juegos.
Esa noche, a la hora de la cena, le dije a Aaron:
—¿Qué opinas si mañana los cuatro almorzamos con mis amigas? Podemos elegir un restaurante con patio de juegos para las niñas.
—¡Excelente idea, Grace! ¡Al fin conoceré a tus amigas!
El domingo nos reunimos en el Eat n’ Run, un diner-café desenfadado, donde pudimos disfrutar de una comida ligera, muy diferente de la que acostumbrábamos en la mansión, con el agregado de una invitada más: la hermana pequeña de Hazel, una joven de 18 años, tan encantadora como mi amiga, que se acababa de mudar a Flagstaff para preparar su ingreso a la universidad.
—¿Qué carrera estudiarás? –le preguntó Aaron.
—Ingeniería civil –respondió ella con timidez.
—¡Pero qué casualidad! –exclamó él–. ¡Yo estoy en segundo de esa carrera!
Sussy y Aaron se entendieron enseguida. Él era un joven muy agradable, y Sussy, aunque tímida, se mostraba fuerte y decidida, sin dejar de lado esa humildad innata de los nacidos en Sedona, y esas cualidades impresionaron a Aaron.
Esa reunión fue todo un éxito, no sólo porque me libré de contarles a mis amigas los detalles de una semana horrorosa, sino porque Aaron acababa de encontrar una nueva amiga, que para él era tan importante, y las niñas almorzaron y jugaron distendidas, lejos la mirada severa y crítica de su abuela.
Sin embargo, si creía que esquivarle al infierno sería así de fácil, el lunes comprobaría que estaba equivocada.
* * *
Al cabo de una media hora desde que Aaron se marchara a la universidad, me dirigía a la cocina por un vaso de leche cuando vi a la señora Hensley acudir nerviosa al cuarto de la señora Ingrid. Al salir le pregunté qué estaba sucediendo.
—Es la policía –me dijo con claros signos de ansiedad–. Buscan a la señora.