Capítulo 20
Grace
—Grace… –dijo Aaron con voz ahogada del otro lado de la línea–. Es papá.
Corté la comunicación. No quería escuchar más. Sólo deseaba salir del infierno y estaba segura de que la llamada de Aaron no me ayudaría a encontrar la puerta de salida.
Esa mañana había comenzado nefasta.
Primero, la acusación directa de la señora Ingrid en mi contra; luego, el medallón encontrado en mi gaveta incriminándome sin que yo lo hubiera visto jamás, la sospecha de la policía, el interrogatorio…
Había entrado nerviosa y asustada al recinto en el que se encontraba sólo una mesa con dos sillas enfrentadas, y la desolación de esa sala no había hecho más que aumentar la de mi alma. Para sumar angustia, minutos después el oficial al dejar sobre la mesa, frente a mí, la bolsita que contenía el medallón, me había preguntado:
—Si hacemos analizar esta joya, ¿encontraremos sus huellas, señorita Whitmore?
—No, señor –había musitado con voz temblorosa–, jamás lo había visto.
En ese momento se había abierto la puerta de la sala y había entrado un hombre de traje, con actitud decidida, y había increpado al oficial.
—¡No tiene derecho a interrogarla sin la presencia de su abogado!
—No la estoy interrogando, sólo conversábamos.
—Buenos días, señorita Whitmore –dijo el hombre de traje dirigiéndose a mí–. Soy John Pierce, su abogado. Ya no responda ninguna pregunta.
—¡Es que yo no hice nada! –protesté.
—La joya fue encontrada en su cuarto –dijo el oficial en tono neutro.
—Eso no prueba nada. Pudo haberla colocado alguien más. Si el objeto no tiene las huellas de mi clienta, ella se retirará conmigo en este momento.
—Será analizada. Por el momento puede irse, señorita, pero le aconsejo no salir de la ciudad.
Afuera me esperaba Aaron, quien al verme vino a mí y me envolvió en sus brazos apretándome contra su pecho.
—Perdón, perdón por no haberte protegido –musitó contra mi pelo.
Me aparté suavemente de él, y le dije con una sonrisa:
—No soy una niña, Aaron, no tienes que protegerme. Nunca me había sucedido esto, pero cada experiencia debe ser un aprendizaje y te prometo que saldré fortalecida.
—Necesito hablar con usted sobre todos los detalles del caso –intervino el abogado.
—¿Puede ir a descansar ahora? –replicó Aaron–. Tal vez más tarde…
—De acuerdo, me comunicaré con usted más tarde –respondió el hombre saludándome con un apretón de manos.
—Vamos –me dijo Aaron con suavidad–. Te llevaré a casa.
—No iré a tu casa. Llévame por favor a la mía. Pero primero dime cómo están las niñas.
—Tú no te preocupes. Lucy se hará cargo de ellas. Papá viene en camino.
—Dile que no hace falta. Yo no regresaré a tu casa pero puedo conseguir a alguien para que me reemplace, y cuando regrese que decida a quién más contratar.
Aaron guardó silencio. Simplemente condujo hacia mi edificio y me sonrió con ternura antes de despedirse. Seguramente pensaría que no hablaba en serio o que cuando me relajara cambiaría de idea. Pero yo estaba decidida. No tenía sentido regresar para sufrir, aún cuando me pesara fallarles a las niñas.
Alrededor de las seis me llamó el abogado y concertamos una cita para el día siguiente, por lo que, tras tomar una ducha, hice lo que más necesitaba: irme a la cama e intentar dormir.
Me acosté sin probar bocado -ya que desde la mañana tenía un nudo en el estómago-, pero no logré dormir. En mi mente daba vueltas la pregunta sobre cuál de mis acciones le habría caído mal a la señora Ingrid para que me acusara de algo tan duro como robar.
También pensé en a quién podía recomendar para que cuidara a las niñas hasta que su padre regresara, y se me ocurrió Sussy. Tendría que preguntarle al día siguiente.
Fue más tarde que llamó Aaron, y al escucharlo, mi primera reacción fue cortarle.
Recién después pensé en cuán mal educada e ingrata estaba siendo. ¡Tanto que había hecho él por ayudarme! Tal vez su padre había dejado un mensaje, o le habría dado alguna orden que quería compartir conmigo.
Entonces tomé mi móvil y le regresé la llamada.
—Disculpa, Aaron. ¿Qué sucede?
—Es papá. Tuvo un accidente –alcanzó a decir con la voz quebrada–. Lo están operando.
Un intenso escalofrío me recorrió el cuerpo. Me quedé entumecida y con la mente en blanco por un momento. Al cabo me incorporé, y sin estar segura de si las piernas lograrían sostenerme, le pregunté con desesperación:
—¿Dónde está?
—En el Medical Center.
—Salgo para allá.
* * *
Sentí que el taxi me llevaba a paso de hombre al hospital.
—¿Puede ir más rápido?