Capítulo 22
Ethan
Ella inició el beso con enojo, pero casi de inmediato se tornó tan suave y dulce que me supo a bendición, a bautismo.
La gama de matices fue deliciosa. Primero probó mis labios con timidez, como explorando sensaciones, y no tardó mucho en tornarse más atrevida, más confiada. De pronto su lengua inició vacilante el roce de mis labios y esa sensación fue tan intensa que solté un gemido de placer provocando que ella se apartara de inmediato.
—Perdón –musitó–. ¿Le dolió?
—No –susurré–, por favor no te detengas.
Su boca volvió a buscar la mía, y esta vez el beso inició intenso, atrevido, invasivo. Fue entonces que me rendí, ya no me fue posible evitar devolverle el beso, horadar su boca, explorar su intimidad y revelarle la mía.
Los besos anteriores habían sido sólo míos; esa noche ella me daba permiso para conectarme, para volver a sentirme vivo y volver a entregarme en cuerpo y alma a una mujer, porque ella también había decidido entregarse.
Me sentí el hombre más afortunado del mundo: esa joven sencilla, noble y desinteresada, que desde hacía casi un año removía en mí sentimientos olvidados desde hacía tanto tiempo, se estaba atreviendo a besarme como si yo valiera algo por el hombre que era y no por lo que me rodeaba.
Era consciente de que yo ya no era el chico popular ni el heredero rico de la preparatoria, me había convertido en un hombre maduro con una gran familia a cargo, amargado, desconfiado, nada fácil, nada placentero, y sin embargo ella parecía no notarlo, parecía descubrir algo más en mí.
Y ¡por todos los dioses!... ¡Qué excitante era ese beso! ¡Cuántas sensaciones despertaba! Y si eso sentía con un beso… ¡qué clase de éxtasis sentiría si ella y yo…! ¡tan sólo si ella y yo…!
Moví mi único brazo libre y la tomé por la nuca para que no se apartara, baja que no dejara de besarme aunque por el momento no parecía que esa fuera su intención.
Llegados a ese nivel de excitación, mi corazón desbocado y mi respiración entrecortada provocaron que todos los aparatos a los que estaba conectado comenzaran a emitir un pitido enloquecedor.
Grace se apartó asustada segundos antes de que un enfermero entrara como una tromba, se dirigiera a mí y me colocara la boquilla mientras me tomaba el pulso.
—No permitas que tu papá vuelva a quitarse la boquilla. Aún la necesita –dijo dirigiéndose a Grace con tono alarmado.
La miré avergonzado y ella me devolvió una pícara sonrisa reprimida.
El enfermero ajustó los aparatos, aguardó un momento hasta que las señales recuperaron el ritmo normal, y volvió a tomarme el pulso.
—No es mi padre, es mi novio –dijo de pronto Grace, levantando la barbilla, desafiante.
El enfermero volteó a mirarla de manera indescifrable, y luego de unos instantes volvió a fijar la vista en el monitor que marcaba el ritmo cardíaco.
—Entonces pórtense bien los dos, así se recupera pronto -dijo serio.
Luego salió de la habitación sin agregar nada.
—¿Soy tu novio? –inquirí volviendo a quitarme la boquilla.
—Pórtese bien –me respondió ella colocándola de nuevo.
En ese momento el enfermero volvió a entrar con una jeringa en la mano.
—Lo ayudaremos a dormir –dijo mientras pinchaba el sachet de suero e inyectaba un líquido.
—No quiero dormir –protesté detrás de la boquilla, mientras veía cómo el enfermero hacía su trabajo y me ignoraba.
Después volvió a dejarnos solos.
Grace se sentó nuevamente junto a la cama y tomó mi mano. A decir verdad, a pesar de los dolores que sentía en todo el cuerpo, sentí que todo había valido la pena y que no había otro lugar en el que habría querido estar, ni con otra compañía.
* * *
Grace
Tomé su mano y esperé a que se durmiera, mientras mi corazón aún latía con fuerza en mi pecho. Había sido una experiencia excitante. Descubrí de pronto que besar al señor Beckett era algo que se me había dado natural, como si fuera la pieza correcta que encajaba perfecto para armar el puzzle de mi vida. Yo, que había jurado no volver a mirar a un hombre al menos por mucho tiempo, había permitido que éste me hiciera tirar por la borda mi juramento y aún así sentía que valía la pena.
Al cabo de un rato, viéndolo dormir tranquilo bajo el efecto del calmante, y aún tomada de su mano, apoyé la cabeza a su lado y me quedé dormida.
Me despertó el sonido suave de la puerta al abrirse a mis espaldas y volteé a mirar quién entraba. Era Noah.
—¿Cómo está? –preguntó quedo pero con evidente ansiedad.
—Duerme tranquilo. Le administraron un calmante.
Él lo miró serio por largo tiempo. Había preocupación y cansancio en su mirada.
—Acabo de llegar. Vi la Range a un costado de la ruta –dijo al cabo–. Quedó destruída; es un milagro que esté vivo.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y me erizó la piel. No quería imaginar lo que Noah decía, pero no podía evitarlo.