Capítulo 24
Ethan
—Venimos a informarle que ya tenemos los resultados del análisis de huellas en la joya que usted denunció como robada –dijo uno de los detectives dirigiéndose a la abuela Ingrid, a quien había llamado la sala cuando solicitaron su presencia–. Todas son suyas, señora. No se encontró ninguna huella de la señorita Whitmore.
—Habrá usado guantes –replicó ella con altanería.
—¡No tiene sentido, oficial! –exclamé molesto–. ¡Todos en esta casa podemos dar fe de que la señorita Whitmore no es capaz de cometer ningún delito!
—A ese punto quería llegar. Nuestro próximo paso será interrogar a cada empleado de la casa –continuó él, dirigiéndose nuevamente a mi abuela–. ¿Está de acuerdo con que continuemos o prefiere retirar la denuncia?
Era evidente que los detectives sospechaban que el supuesto robo no era más que el delirio o, en el peor de los casos, el capricho de una anciana malintencionada.
—¡Claro que no retiraré la denuncia! –exclamó ella, molesta–. ¡Y no tienen por qué interrogar al personal! ¡Con mi palabra debería bastar!
—No funciona así, señora. Tenemos la obligación de interrogar a los habitantes de la casa. Es nuestro trabajo.
—Abuela –le dije con calma, reprimiendo mi furia–, tú sabes bien que tu denuncia es falsa y que todo el personal hablará bien de Grace. ¿Aún así quieres continuar con esto?
Mi abuela tomó su bastón y se levantó del sillón dispuesta a terminar con el asunto en sus términos.
—La gente decente lleva las de perder en este país –protestó ella.
—No terminamos aún, señora –se apresuró a decir el detective–. Debemos informarle que si descubrimos que la denuncia es falsa, se verá obligada a pagar los gastos operativos de la investigación.
Mi abuela se volvió con una mirada de odio.
—¿Y si retiro la denuncia?
—El gasto puede ser considerablemente menor –respondió el detective.
—¡Pues la retiro! ¡Pero no voy a pagar ni un peso! –dijo marchándose de prisa.
Me comprometí con los detectives a pasar por la estación a pagar los gastos en cuestión -ya que la abuela Ingrid había dejado muy en claro que no lo haría-, y en cuanto se marcharon, tomé mi móvil y le envié un mensaje a Grace, para que lo viera cuando despertara.
»La abuela retiró la denuncia, puedes descansar. Nos vemos mañana.
Luego llamé al abogado para pagarle los honorarios por su trabajo, y aguardé ansioso al día siguiente.
* * *
El viernes por la mañana estaba listo para volver al trabajo ya que, si bien tenía el brazo izquierdo en cabestrillo, como soy diestro podía ocuparme sin problemas del diseño del nuevo proyecto de cabañas para turistas de las afueras de Flagstaff.
No obstante, primero quería ver a Grace antes de que llevara a las niñas a la escuela y asegurarme de que al menos la hubiera tranquilizado la noticia que le había dejado el día anterior.
Para mi sorpresa, fue Lucy quien apareció por mi despacho detrás de mis pequeñas.
—¿Qué pasó con Grace? –le pregunté un tanto decepcionado.
—Eh… Grace renunció, señor –dijo por lo bajo para que no escucharan mis hijas
—¿Qué…? ¡¿Cuándo?!
—Desde el lunes no la veo.
Saludé a mis dos amores, que en cuanto me vieron la tarde anterior con el brazo en cabestrillo comenzaron a mimarme especialmente, y luego de que se fueran busqué a Aaron.
Lo hallé en la biblioteca.
—¡¿Tú sabías lo de Grace?!
—Sí, papá, me lo dijo el lunes, después de lo que pasó con la abuela, aunque pensé que cambiaría de idea, por eso no quise preocuparte.
Di media vuelta decidido a buscarla.
—¡No te enojes con ella! ¡Ha pasado por mucho! –escuché que me gritaba cuando yo ya iba por mis llaves.
Pero tuve que regresar. La furia me había hecho olvidar que ya no tenía carro.
—¡Préstame tu coche! –le dije con brusquedad a mi hijo.
Él me entregó la llave con gesto preocupado, mirando mi brazo, pero le resté importancia porque otra vez me había cegado y había dejado de pensar con claridad, y tras buscar la dirección de Grace en el legajo que tenía en mi ordenador, me dirigí al garaje.
* * *
Llegué al edificio donde vivía Grace y no me sorprendió que me miraran con sorna al bajar del Subaru deportivo azul de mi hijo. El coche no se adaptaba a mi edad, pero en ese momento era lo que menos me importaba.
Aproveché la puerta abierta del edificio, busqué de prisa el elevador y presioné el botón que indicaba el quinto piso. Al llegar al apartamento C golpeé con furia.
Al cabo de unos minutos, una Grace más hermosa que nunca y con mirada triste me abría la puerta.
Ese primer impacto casi me hizo olvidar el enojo que me había llevado hasta allí, pero me recuperé casi de inmediato.