Capítulo 27
Grace
Durante los cuatro meses siguientes, mi vida se movió entre mi casa, la casa de los Beckett, la preparatoria Pine Hollow donde realizaba la práctica y los almuerzos con mis amigas los domingos.
Las actividades eran intensas y me mantenían sumamente ocupada, por lo que cada noche caía rendida en la cama y dormía profundamente.
Aún así, fueron meses felices.
Los almuerzos con mis amigas, ahora con Aaron incluído, continuaban siendo momentos alegres y reconfortantes.
Por otra parte, pasar tiempo con Alice y Lycia, ya sea jugando o apoyándolas en las tareas escolares, resultaba vivificante. La conección con esas pequeñas crecía a cada momento, hasta tal punto que a veces olvidaba que no era su madre y me tornaba extremadamente celosa con ellas. Pero siempre, siempre, quien resultaba beneficiada por la energía positiva de las pequeñas, era yo.
Y ni qué decir de las noches, cuando, después de que sus hijas se durmieran, Ethan venía a mi apartamento con alguna pizza o comida china, y tras obligarme a comer, se sentaba a escuchar mis clases de matemáticas que yo practicaba con él.
Durante todo ese tiempo se comportó como el caballero que era. Jamás demandó nada más allá de lo que yo quisiera permitirle, y por el momento lo único que quería eran sus besos y el calor de sus brazos, y cuando las hormonas se tornaban demandantes, le pedía que se marchara y él lo hacía sin chistar.
En el transcurso de esos cuatro meses intensos, la abuela Ingrid, tras vender los apartamentos al precio que ella pretendía, regresó a Estocolmo dejando a todos en la casa más cómodos y relajados.
Ethan se recuperó de las múltiples fracturas y las lesiones pulmonares, productos de su accidente, por lo que obtuvo el alta definitiva y fue recuperando poco a poco su vida normal, pero con un agregado, esta vez esa vida me incluía y no podía sentirme más feliz por ello.
El rumbo inesperado que había tomado nuestra relación me obligó a contarle a mi madre en una de mis llamadas, descubriendo que para ella no era novedad, que era una situación que intuía desde que conoció a los Beckett en Navidad y que sólo había aguardado a que se concretara.
Al fin, a mediados de Mayo, llegó el gran día. Era la última clase, la que decidiría mi carrera. Había practicado toda la noche con Ethan, y ambos nos habíamos quedado dormidos en el sofá justo cuando amanecía, por lo que, habiendo dormido apenas dos horas, me desperté a las siete de un salto y sacudí a Ethan para que despertara. Y mientras yo corría a tomar una ducha y vestirme, él organizaba mis libros y cuadernos. Faltando quince para las ocho llegué a la escuela.
—Lo harás bien, sólo relájate –me dijo al despedirme con un beso discreto.
* * *
Ethan
Un rato antes de las cuatro regresé por Grace, dispuesto a celebrar su logro, ya que estaba seguro de que aprobaría con honores.
Pasados unos veinte minutos de su hora, salió de la escuela rodeada por un grupo de alumnos que le hablaban animadamente. En su trato se notaba el cariño y el respeto que ella les inspiraba e hicieron que me sintiera orgulloso.
Cuando subió al coche su sonrisa era radiante.
—Felicitaciones –le dije también sonriente.
—¿Cómo sabes?
—Más allá de que estaba seguro de que aprobarías, tu sonrisa de felicidad te delata.
Ella rió.
—Sí, aprobé. Y la directora me llamó para decirme que pronto se contactará conmigo para cubrir las horas del 12° grado, ya que la docente titular tomará licencia por maternidad, y teniendo en cuenta mi rendimiento en estos meses, es probable que la junta escolar me apruebe para la suplencia.
—¡Es una excelente noticia! –exclamé tendiendo la mano para tomar las carpetas y libros que traía consigo.
Al colocarlos en el asiento trasero, los útiles se deslizaron dejando al descubierto parte de una hoja que parecía ser la calificación.
—¿Puedo? –inquirí tomando el papel sin esperar su respuesta.
Tras releer tres veces el 4.0, la nota más alta posible que la ponía en la categoría de “aprobado con el más alto honor”, la miré en silencio, extasiado. Sabía que estaba preparada para ese rendimiento, la había estado escuchando durante los últimos cuatro meses, pero verlo reflejado en ese papel y, sobre todo, reconocido por sus profesores, significaba otro nivel de realidad, significaba el reconocimiento de los demás por su esfuerzo y su talento.
—Estoy orgulloso de ti –musité al cabo del primer impacto de emoción.
—Gracias –susurró ella–. Ahora vamos a celebrar.
—Hoy no –repliqué con una sonrisa, encendiendo el motor de mi nueva Range Rover–. Hoy descansarás y mañana comenzaremos la celebración.
Conduje hasta su apartamento y al llegar, antes de bajar del coche, le entregué uno de los regalos que tenía para ella.
—Regalo de graduación –murmuré tendiéndole una cajita con moño, que Aaron me había ayudado a preparar, con una tarjeta de felicitaciones confeccionada íntegramente por Alice y Lycia.