Capítulo 28
Grace
Me despertó un rayo de sol que se filtró por la cortina del ventanal de mi cuarto.
Escondí el rostro en el pecho desnudo de Ethan para protegerme de la molesta luz que me advertía que el mediodía estaba próximo y que debíamos levantarnos y despedirnos.
Él acarició mi pelo y musitó un “Buen día, amor” que volvió a estremecerme por su tono íntimo y por la intensidad de esas tres palabras que, pronunciadas por su boca, tenían un significado arrebatador.
Me estiré buscando sus labios y lo besé.
* * *
Todo había comenzado ese sábado.
Tras haber dormido casi doce horas, había descubierto el segundo regalo de graduación de Ethan que, desde mi punto de vista, resultaba mucho más prometedor que el primero. Si ésa era su idea de “cortejo”, no tenía nada que objetar, en primer lugar porque me hacía sentir toda una princesa de cuentos de hadas, en segundo, porque prometía ser mucho más que una “noche de ballet”.
Ansiosa y eufórica, programé mi día. Primero, bien temprano, les escribí a mis amigas para que, si alguna de ellas disponía de tiempo, me acompañaran a elegir un vestido adecuado para el teatro, y, como había imaginado, fueron las dos. Aunque no me la hicieron fácil. Tras mucho discutir con ellas por cuánto debía o no mostrar el vestido, y tras escuchar sus consejos pero adaptarlos a mi estilo, elegí uno azul petróleo, con la esperanza de que él recordara mi traje de baño aquél del primer beso. Era largo, elegante, con un escote amplio y hombros descubiertos, entallado en la cintura, de una tela fina con un brillo discreto. Al mirarme en el espejo del vestidor no me reconocí; la imagen que aquél me devolvía era la de una joven sencilla disfrazada de dama de sociedad, entonces me sentí insegura. Yo sólo pretendía estar a la altura de un acompañante del tipo dios griego y no estaba convencida de lograrlo con un vestido que no me representaba.
—¡Estás preciosa! –me aseguró June.
—¡Créeme que tendrá que secarse las babas apenas te vea! –agregó Hazel.
Casi me arrepentí de haberles pedido que me acompañaran porque ellas siempre me veían con los ojos del corazón, pero sus palabras me alentaron a comprarlo y a entregarme a la suerte.
Más tarde, después de comprar zapatos, collar y pendientes y de gastar gran parte de mis escuetos ahorros en cosas que probablemente no volvería a usar, me dirigí a la mansión donde me esperaban las niñas, como todos los sábados.
Allí me aguardaba otra sorpresa.
En cuanto atravesé la puerta principal, me topé con un gran cartel de “Feliz Graduación - Flamante Profesora” que atravesaba de lado a lado la primera sala, y con los rostros felices y la algarabía de Ethan, Noah, Aaron, Alice y Lycia.
No pude evitar que me saltaran las lágrimas ni que me sobrecogiera un fuerte sentimiento de pertenencia, como si ya fuera parte de esa familia.
Tras un almuerzo de celebración en el que fui demandada por todos menos por Ethan, que sonreía en silencio sin dejar de observarme, me marché para prepararme para la noche.
A las ocho en punto sentí los golpes suaves en la puerta y supe que era él, por lo que acudí a abrir de prisa con el corazón alborotado. Y allí estaba, de pie a la puerta de mi humilde apartamento, todo un galán de cine, más apuesto que nunca en su traje azul oscuro que resaltaba el azul cielo de sus ojos, y esa sonrisa seductora capaz de quitarle el aliento a cualquier mujer y detener el mundo. Traía en la mano una rosa roja que me entregó segundos antes de desarmarme con un beso.
* * *
Ethan
El primer impacto que recibí cuando ella abrió la puerta de su apartamento me dejó sin aire. El segundo, aceleró mi corazón hasta desbocarlo. En los dos casos, quedarme mudo y sonreír como bobo fue la reacción visible.
Grace era bellísima, pero esa noche, enfundada con elegancia natural en ese vestido que marcaba suavemente sus curvas, del mismo color de aquel traje de baño de locura -aquel de nuestro primer beso-, se veía mucho más que bella, se veía hipnótica, hechizante, arrasadora. Su sola visión me produjo una sacudida visceral que no había previsto, y de pronto no me sentí seguro de cuánto podría resistir esa noche.
Haciendo un enorme esfuerzo para recuperar el control, le entregué la rosa que había comprado para ella y la besé.
No pude hablar mucho esa noche, las emociones me desbordaban. Conduje hasta el teatro en silencio siendo consciente de que debía decir algo o de lo contrario esa primera cita sería la última, pero mi mente permanecía en blanco.
Tras ocupar el palco que había reservado para nosotros, sólo pude concentrarme en ella. ¡Se veía tan fascinada, que me sentí orgulloso y feliz por mi elección! Sin embargo, algo que hizo me dejó pensando que tal vez no toda su atención estaba centrada en la danza que se desplegaba en el escenario, ya que, de pronto, sin mirarme, tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos, mientras parecía continuar absorta en el espectáculo.
Tras la cena en el mejor restaurante de Flagstaff, conduje hasta el Gran Cañón. Como estábamos en temporada media, confiaba en que encontraríamos un mirador con poca gente, y como al parecer la suerte estaba de mi lado esa noche, el Hopi Point, el que ofrecía la mejor vista del amanecer, se hallaba completamente desierto.