Una Noche Como el Día

Capítulo 3: Respuestas.

Unas semanas después.

...

       Día tras día volvía al restaurante con la intención de encontrarme de nuevo con él. Me daba la impresión que lo conocía pero fue frustrante el darme cuenta que no lo encontraba en ninguna ocasión. Tenía mucha curiosidad; quería volver al lugar que leía en esa carta y recordar ese sentimiento de felicidad.

       Y así fueron pasando los días. Veinte, si los cuento con exactitud.

 Cada amanecer, cada anochecer; era lo mismo. Por las noches los gritos en mi interior se hacen más fuertes. Y siento una tristeza que no se puede controlar.

     Camino por las calles de la ciudad y veo cómo otras personas se consumen tanto como yo. Mirando a través del mismo espejo que el mío; viéndome reflejada en su desgracia —¿Cómo harán las personas para poder lidiar con algo como esto? ¿Será que es un tipo de maldición con la que tengo que vivir por el resto de mi vida?—. Preguntas absurdas que me hago mientras miro a las personas ser feliz

      En el retorno a casa, paso por un callejón con la intención de acortar el camino. Cubro mi cabeza con la chaqueta, de esa manera nadie puede reconocerme. En lugares como estos, están los secretos más profundos de las personas.

    Recuerdo arduamente cómo llegué a mi adiccion cada vez que camino por ese lugar. Tener dinero a montones. Comer y beber todo lo que deseaba. Sentía el deseo de los hombres que me rodeaban pero ninguno pudo nunca provocar algo único en mí. No tenia limites; el poder lo tenia en mis manos. Sin embargo, al caer la noche estaba sola, sentada al borde de la ventana llorando con lágrimas amargas mientras bebía cerveza.

     Una noche salí a caminar por las oscuras calles de mi ciudad. Divagando entre mis pensamientos. Saliendo del callejón, habia un joven que me ofreció un sobre y me dijo las palabras que deseaba escuchar en ese momento.

   —La veo muy triste señora, ¡tengo algo que le devolerá la felicidad!

   Llamó mi atención completamente. Mi cabeza deseaba probar eso que me llevaría a ser feliz. Por otro lado mi corazón solo gritaba que me alejara de ello pero... Una vez más, la razón le ganó al corazón.

   Así pasaba con todo lo que ocurría en mi vida; sin amor, sin dolor, solo un puesto en el lugar más costoso de la ciudad como la empresaria más buscada y anhelada.

   El costo del sobre no era muy alto. Su precio era más que una noche de placer con cualquier hombre y menos que una bebida en un restaurante de alta calidad.

   Llegué a casa. Apagué las luces. Me lancé a la cama. Abrí el sobre y consumí por primera vez... Así fue como descubrí el placer mismo. Mis pensamientos eran diferentes, mi cuerpo se sentia como nadando en el mar, sentía paz y reía sin parar. Una vez que lo probé, ya no pude parar. Noche tras noche compraba una o tal vez dos... A ese ritmo terminé peor que como comencé. Sola, triste, rica, vacía y, sin mas que agregarle a ello, una adicción.

   No sé por qué recordé eso en un momento como este pero un cortocircuito hace que una de las luces pestañée. Me regresa a la realidad. Llegando al final del callejón, escucho una voz.

   —Hola.

Volteé pero no vi a nadie...

Sigue hablándome la voz.

   —Eres una escoria, tratas de esconderte pero todos te ven.

Miro a todos lados sintiendo una persecución que mis ojos no ven pero que, de alguna manera, mi espíritu sí la siente.

   —¿Dejarte en paz? Siempre estoy contigo; soy producto de ti misma.

Su risa cubre todo a mi alrededor. Tapo mis oídos y corro para terminar de llegar a casa.

   —Jamás podrás librarte de mí.

   —Yo seré tu compañía por siempre. Tengo el control total de ti.

   —Sé hacia dónde vas; sé dónde vives.

   —Sé lo que buscas. Pasas horas pensando en cómo morir.

   —Jamás serás feliz. Estás sola.

   —Nadie te ayudará. Siempre buscarás la forma de destruirte a ti misma.

   —Todo el mundo fue creado para destruirse a sí mismo y tú no eres la excepción.

   —¿Crees que eres especial? ¡Jamás serás especial!

   —Nadie podrá darte nada.

   Podía leer todos mis pensamientos; sentía nauseas. Sabía qué iba responder aun cuando no hablaba. Su voz se hacía más y más fuerte en mi cabeza; no podía evitar escuchar esas verdades que tanto ocultaba dentro de mí. Llego a casa y me coloco en posición fetal, cubriendo mis oídos con más fuerza.

   —¡Basta! ¡Vete! ¡Vete! —grito.

   Lloro, desgarrando mi espíritu; las lágrimas no paraban de salir. Estaba sola y esa era mi realidad. Estaba enloqueciendo. Deseaba morir; deseaba desaparecer.

   Minutos después dejé de escuchar esa voz. Subo a mi habitación exasperada y busco, con gran desesperación, aquello que me calmaría. Dependo cada vez más de ella. Me lleva a tener este gran síntoma de estrés y no puedo controlar las ganas de querer consumirla.




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