Una Noche Como el Día

Capítulo 7: ¡Espera! No te vayas...

            Por un pequeño instante, todo ante mis ojos se volvio lento. Mientras caminaba hacia el exterior de la carpa, recordé esos días que estuvimos atrapados en aquella casa. La fuerte lluvia nos impedía salir. Cuatro días de supervivencia agridulce. Me estaba gustando pasar tiempo con él pero su herida empeoraba con cada hora y mi preocupación también.

            No escuchaba lo que el doctor me decía, solo podía percibir el sonido de pájaros a mi alrededor que, al extremo, jugaban en un charco de agua.

           Súbitamente subí la mirada y noté el cielo más denso; mucho más opaco de lo normal. Ya habían pasado dos semanas desde que todo el desastre comenzó. No había sonrisas, no había personas comiendo en restaurantes, no había niños jugando en los parques; todo era color sufrimiento.

   Y cuando menos lo esperaba, todos los sonidos vuelven a mis oidos; todo vuelve a ser natural, poco a poco vuelven todos mis sentidos.

  —Disculpe, señorita Holy, el brazo de ese joven está en principio de gangrena —el doctor me mira con cara de asombro.

   —¿Gangrena? —inocentemente pregunto.

   —Sí, es la muerte de los tejidos. Se produce por la falta de riego sanguíneo o por la infección de una herida.

   —¿O sea que su brazo está muerto?

   —Lastimosamente debemos cortarle parte del brazo.

              En ese momento quedé impactada; me sentía culpable. Sabía que su brazo había terminado así en el momento en el que me salvó. Escucho bulla desde el interior de la carpa y pasos de alguien acercándose.

   —Doctor, doctor, el joven del brazo herido tiene la presión arterial baja y está ardiendo en fiebre —Dice la enfermera.

   —¡¿Qué le harán, doctor?! —le digo con suma preocupación.

   —Debemos amputarle el brazo. Como te estaba diciendo Holy; su brazo está podrido y sale de él un olor fétido... Sería un milagro si lo recuperamos.

   —Por favor haga todo lo que pueda hacer —le suplico al doctor.

   —¿Usted cree en Dios?

   —No.

   —Comience a creer en él —me dice mientras se da la vuelta y se va.

   Nervios y ansiedad que consumen hasta los huesos; el sudor recorriendo mi cuerpo; ése silencio aturdidor que hacen que los oídos suenen. Momentos como éstos me hacen querer drogarme... —¿Qué tonterías piensas, Holy?—. Me siento descontrolada. Jamás me había preocupado por alguien, excepto por mí.

            Junté mis manos que estaban heladas. Caminé hasta una pared rota cerca de la entrada. Me siento en el suelo recostando mi espalda a la pared; bajo mi rostro y, después de tantos años, comencé a hablar con Dios.

            Cerré mis ojos.

   —Hola…

           Guardé silencio por un momento, sonriendo de manera irónica.

  —La verdad no sé cómo hablar contigo pues sigo pensando que no eres real… Pero… Ese chico, cree que sí lo eres. Sé que no soy la persona... Más indicada para pedirte... Pero debido a su situación…

            Las palabras se me hacían más difíciles de expresar.

   —Necesito que lo ayudes. Él sí cree en ti; te busca y te ama. No permitas que le corten el brazo. Si de verdad existes, ayúdalo.

   Esperé durante una hora. Mis pensamientos estaban jugando con mis emociones. Todo se volvió gris. Me trasladé al centro de todo ese caos; los derrumbes, los gritos, las muertes, gente corriendo de un lado a otro si esperanza. Fue cuando apareció él, extendiendo su mano, brindándome su apoyo, sonriéndome...

Corrí a tomar su mano…

   —¿Holy? ¿Estás bien?

...

El doctor llega y toca mi cabeza. Vuelvo a la realidad.

  —Sí... ¿Qué...? ¿James?

   —Lamento decirle...

   —¿¡Qué!?

   —Tuvimos que amputarle parte del brazo a James. De resto se encuentra estable.

          ¿Por qué Dios no contestó a mi oración? Me sentí muy molesta de saber que ignoró lo que le pedía... ¡Qué idiota fui al creer que él me respondería! Quise tener alguna esperanza pero, como siempre, obtuve silencio.

   —¿Puedo verlo?

  —Sí, aunque sigue inconsciente —contesta el doctor mientras da media vuelta y se retira al baño.

               Me quedé algunos minutos esperando del lado fuera de la persiana. Pensando en si debería entrar o no.

               Una vez adentro, lo veo dormido. Noté que su brazo estaba ensangrentado y cubierto de vendas.

               Me senté a su lado.

   —No sé por qué insistes en que crea en un Dios que ni siquiera pudo sacarte de aquí con tu brazo.

             Lágrimas corren de mis ojos. Después de largos años reteniéndolo: Intenté. Hablé con él, pidiéndole que te ayudara pero decidió ignorarme.




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