Una Noche Como el Día

Capítulo 10: Sueños.

           Ella camina hacia mí y siento como el tiempo se detiene. La abracé inmediatamente. Amaba abrazarla, amaba verla, amaba sentir su cabello en mi rostro. Estaba ahí, pensando en ella. Era la última persona que creí que vería, sin embargo, mi corazón latía fuertemente con tan solo verla caminar en dirección hacia mí. Deseaba con todas mis fuerzas poder sentirla cerca, tenerla junto a mí, protegerla. Los latidos de mi corazón se sentían claros. Lloré, sí que lloré pues tenerla a mi alcance me hacía sentir que siempre estaríamos juntos.

          Fueron interminables los minutos mientras la sentía en mi pecho, diez años estuve deseando amarla de esta manera. Sentir su respirar, su olor... Que ella se sintiera apoyada por mí. ¿Qué sucederá ahora? Muchas preguntas y pocas respuestas. Al parecer el destino no nos quería juntos; algo atentaba contra nuestra felicidad.

         Simplemente la amo como siempre lo he hecho. Y así nos quedamos, de nuevo en silencio, uno al lado del otro. Caminamos, sintiendo apoyo mutuo, sintiendo que había la necesidad de estar unidos.

       Imaginé, mientras caminaba a su lado, que estamos juntos frente al mar. De niños era lo que más le gustaba hacer. Se quedaba mirando el mar por horas y nunca pude preguntarle por qué; así como tampoco le dije lo que sentía. Nos imagino tomados de la mano, sin mediar palabra, sintiendo que nuestras miradas se conectan y nuestros oídos escuchen el sonido refrescante de las olas, el viento y esos ‘te amo’ ocultos que ninguno se atreve a decir. La imagino con un vestido color carmesí recorriendo la playa. Yo solo me quedo sentado en la arena, observando cuán feliz es.

         Miré su sonrisa.

         Cuán feliz soy.

         La veo como siempre: sencillamente hermosa.

...

       Regresé a la realidad. Veo algo distinto. Ella estaba demacrada, cansada y sucia... Nada que me impidiera seguir amándola. Llegamos a lo que fue un estacionamiento, ahora repleto de escombros, restos de autos calcinados y nubes de humo.

   —Holy… ¿Dónde estabas? ¿Qué te pasó? —le pregunto con preocupación.

   —Es una… —se detiene, se voltea y tose—. Historia muy larga.

   —¿Estás bien? Estoy para ti, si me quieres contar.

   —Sí… —noto algo raro—. James…

           De repente, cae desmayada. De alguna manera logro recostarla a unos escombros. Intento despertarla pero es en vano. Su cara estaba pálida y su temperatura comenzaba a elevarse; necesitaba a un médico.

   —Ven, te llevaré a un lugar seguro, Holy… —uso toda la fuerza que tengo para cargarla y movernos.

            Se me hacía muy difícil moverme; me faltaban fuerzas a pesar del poco peso de Holy. Supongo que mi cuerpo está débil por el brazo y la falta de proteínas. Veo, a lo lejos, personas heridas caminar hacia la calle de en frente. Decido seguirlos. Un minuto después, escucho una voz a mis espaldas.

   —¡Déjanos ayudarte! —se acerca un hombre de más o menos la misma edad que yo—. Somos parte de los rescatistas y vamos de regreso a la base, ¿qué le sucedió?

   —¡Ayúdala, por favor, se desmayó de repente!

De inmediato, el más fornido de los dos, se acercó y cargó a Holy. Me hicieron señas para que los siguiera.

            Corrimos por unos 3 minutos y al doblar la esquina estaba una gran carpa médica con varios grupos de personas alrededor. Personas devastadas y lastimadas. Pude ver algunas auras muy oscuras y otras coloridas; muchas de ellas estaban a punto de apagarse. Que el Señor se apiade de todas estas almas perdidas. Tan pronto como llegamos a la entrada, Ignacio, el rescatista de mi edad, llama a Larry, quien era el médico residente.

   —¿Qué tiene? —pregunta Larry, un médico de mediana edad con cara preocupada.

   —Está muy débil… Se desmayó —le digo mirándolo a los ojos.

   —Claro, se ve muy desnutrida. Vamos a realizarle algunas pruebas, quédese tranquilo, ¡camilla, por favor! —veo como la acuestan en la camilla.

            Rasgan y quitan su ropa; pude detallar sus pechos y su cuerpo. No solo me sorprendió ver su cuerpo al desnudo sino su estado. Siempre fue delgada pero ahora se veía huesuda.  Aunque ver la forma de sus senos era sumamente emocionante para mí, logré notar que su estómago estaba disminuido, sus piernas golpeadas y rasguñadas, sus dedos muy delgados y algunas partes un poco bronceadas. No quedaba más que sus pómulos enmarcados en el rostro y sus labios resecos por el alto consumo de morfina. Quería besarla.

   —¿Por… Qué la… Desnudan? —mi sorpresa es mayúscula.

   —Es parte del procedimiento; muchas de las personas que llegan han tenido problemas respiratorios debido a los derrumbes —me dice la enfermera más alta y con anteojos.

          Tomé su mano, aún cálida, por un momento. Estremeció mi corazón. Me quedé viendo como se la llevan a la sala de cuidados intensivos. Mis nervios estaban de punta. Lo único que podía pensar era en que estuviera bien.

           Salí del lugar limpiando el sudor de mi rostro. Busco un sitio solitario y me siento en la orilla de la acera. Alzo la vista y cierro mis ojos; necesitaba descansar.




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