A la mañana siguiente, me despierto con la primera alarma del despertador. Me dirijo a la ducha y luego a desayunar. Me siento fatal, pero aguanto. No voy a mostrarle a Artur lo agotada que estoy. Apenas es mi segundo día de trabajo.
Le cuento a Liza lo que pasó, y ella no escatima en epítetos para referirse a Artur.
—En serio me dijeron que Artur es una persona normal y sensata. ¡No entiendo qué le pasa! —se justifica.
—¡No te preocupes! Me las arreglaré —trato de tranquilizarla—. Sobreviví el primer día, sobreviviré el segundo.
De camino a la oficina, compro un café y me siento en un banco frente a la entrada. Aún tengo diez minutos y necesito animarme un poco, ya que me siento como una mosca soñolienta.
—¡Hola! —se sienta a mi lado Sandra con una sonrisa alegre—. ¿Cómo fue tu primer día?
—Horrible —le cuento sobre los documentos, y la chica me toca el hombro con simpatía.
—A cualquiera le pasa —dice—. No te pongas triste. Si necesitas más ayuda, solo pídemela.
Es bueno que Sandra sea tan agradable y me apoye. Si tan solo Artur no me torturara, pero eso es poco probable.
Cuando me dispongo a entrar a la oficina, noto un Mercedes blanco brillante y flamante estacionando. Ni siquiera me sorprende cuando sale Artur del auto. Definitivamente puede permitirse un coche así.
Primero pienso en apresurarme para entrar a la oficina antes, pero luego me doy cuenta de que eso se vería raro. Así que espero en el banco, y cuando se acerca, me levanto y le sonrío de manera forzada.
—¡Buenos días, señor Artur Viktorovich! —suelto rápidamente.
—Buenos días —responde secamente. Entra en la oficina y yo le sigo. Miro su amplia espalda e imagino que tropieza, cae y se rompe la nariz. Aún no puedo perdonarle por hacerme trabajar hasta tarde.
Entramos juntos en el ascensor y subimos en silencio. Al llegar a la recepción, Artur echa un vistazo esperando ver un desastre, pero está impecable.
—¿Hay algún problema, señor Artur Viktorovich? —pregunto con contención.
—¿Dónde están los documentos? —pregunta—. No me digas que no hiciste el trabajo.
—No lo diré. Los documentos están en su mesa —indico con la cabeza hacia la puerta.
Artur mira hacia allí, luego vuelve a mirarme y entra en su oficina. Mientras tanto, enciendo la computadora, la cafetera y me siento en mi escritorio.
—Realmente hiciste todo —declara, volviendo hacia mí.
—Sí —asiento—. No suelo dejar las cosas a medias. ¿Hay alguna otra tarea?
—Tráeme un café —ordena y regresa a su oficina.
Parece que Artur está sorprendido. Bueno, que sepa que no estoy bromeando. Gasté todas mis energías ayer, pero su reacción de hoy lo vale.
Preparo el café y entro en su oficina. Coloco la taza en su mesa y espero nuevas instrucciones. No se apura en hablar. Toma un sorbo y solo entonces levanta la mirada hacia mí.
—Hoy tengo una reunión en un restaurante. Vas a venir conmigo —anuncia—. Encuentra el contrato con "Meta Plus" y llévalo contigo. Hay que discutir y cambiar algunos puntos.
—De acuerdo —me gusta la idea. Si vamos a un restaurante, podré comer a costa de la empresa. Espero que luego Artur no descuente eso de mi salario.
Hasta la hora del almuerzo atiendo llamadas y organizo reuniones para la próxima semana. Artur no sale de su oficina y toma su tercera taza de café. Parece que también tuvo una noche sin dormir, dado que se está llenando de café. Aunque, a diferencia de mí, no estuvo redactando contratos...
Después de que el jefe de uno de los departamentos sale de la oficina de Artur, me llama de nuevo para que le prepare otro café. El cuarto. Entiendo que es un poco exagerado y, arriesgándome, hago té verde.
Entro en su oficina y coloqué la taza junto a él. La reacción del jefe no tarda en llegar.
—¿Qué es esto? —mira dentro de la taza y huele la bebida.
—Té verde —respondo.
—¿Tienes problemas de audición? —se enfada Artur—. Te pedí café.
—No quiero que después de la cuarta taza te dé algo. ¿Quién será mi jefe entonces? Así que mejor toma té —le sonrío dulcemente a Artur y espero que tire la taza contra la pared.
—Puedes irte —responde inesperadamente y toma la taza. Da un sorbo y ni siquiera hace una mueca—. En media hora nos vamos para la reunión.
Asiento y me voy contenta de la oficina. Al fin y al cabo, Artur no es tan malo. Bebe té y no se enfada.
Tal vez logremos trabajar juntos. Lo principal es no cometer más estupideces. Y eso es una tarea bastante difícil.
A la hora indicada, mi jefe sale de la oficina y nos dirigimos al ascensor. Bajamos en silencio y de la misma manera caminamos hacia su precioso coche. Esta mañana lo admiré desde lejos, y ahora me siento en su lujoso interior, donde todo brilla como en un avión.
—Bonito coche —no puedo evitar el cumplido.
Artur arranca el motor y me mira. No responde nada, y yo tampoco espero una respuesta. Nos ponemos en marcha y realmente me siento como en un avión. Estoy feliz, como una niña.
—¿Tienes licencia de conducir? —me pregunta inesperadamente Artur.
— ¿Yo? — repito. — Sí, tengo. ¿Por qué? ¿Quieres dejarme conducir?
— Ni en sueños — responde con desdén. — Me dolería entregar mi pequeño tesoro en tus manos.
¡Vaya, esto es el colmo! ¿Para qué pregunta entonces? ¿Para darme esperanzas y luego aplastarlas?
El restaurante me gusta. Al menos algo bueno después de la desagradable charla con Artur. Todo es muy lujoso y caro aquí. Supongo que los platos deben de ser exorbitantes. Tal vez debería preguntarle a Artur quién va a pagar antes de ordenar. No quiero quedarme sin sueldo a fin de mes.
— Es por aquí — señala Artur y se adelanta hacia una mesa donde dos hombres mayores ya nos están esperando. Nos saludan y estrechan la mano de Artur. También me saludan a mí.
Nos sentamos y el camarero nos trae los menús. Apenas empiezo a revisar el mío cuando Artur vuelve a interrumpir todo.