Arthur no rechaza el café. Hasta la comida ya ha tomado tres tazas, y yo tengo que abrir todas las ventanas para que se ventile el aroma. Esto me empieza a preocupar. Antes nunca me molestaron los olores, pero ahora es un sinsentido.
Voy a almorzar con Sandra. Ella me invita. De paso, decido preguntarle sobre mis predecesoras. Después de la pregunta de Roberto, también me da curiosidad saber por qué Arthur cambia tan seguido de asistentes.
– Arthur es muy exigente – cuenta Sandra –. Puntual. Le molesta cuando las personas no lo son. Puede que esa sea la razón. No se llevaba bien con las anteriores asistentes, así que las despidió.
Así que Arthur tampoco se lleva mucho conmigo. Es evidente que a veces lo irrito, pero lo aguanta.
– Ayer conocí a su madre – le digo –. Es una mujer interesante.
– ¡Oh, Clara es así! – sonríe Sandra –. No soporta a Agatha. Creo que si se encontraran, Clara arrancaría a la ex de su hijo de los pelos.
No lo dudo. Clara es realmente una mujer combativa.
Después del almuerzo, estoy de buen humor. Regreso a la recepción, riego las plantas y cuento las horas que quedan para el final de la jornada laboral.
El timbre del teléfono me hace saltar. Ni me sorprende cuando oigo la voz de Arthur. Probablemente no fue a almorzar.
– ¡Ven a verme!
– A sus órdenes – murmuro y cuelgo el auricular.
Tomo mi cuaderno y me dirijo a su oficina. Arthur está sentado a la mesa y tamborilea con los dedos. Algo ha pasado...
– ¿Algo salió mal? – pregunto con cautela.
– Hay un problema – suspira cansado –. Hoy es el cumpleaños de mi hermana menor y lo olvidé. Necesito comprarle un regalo.
– ¿Quiere que lo haga yo? – me sorprendo.
– Bueno, tú entiendes mejor esas cosas femeninas – tuerce la boca.
– Interesante argumento – sonrío –. ¿Puedes contarme más sobre ella? ¿Qué le gusta?
– Bueno... Se llama Mila. Veinte años. ¿Qué le gusta? No tengo idea – se encoge de hombros.
– Muy esclarecedora respuesta – comento sarcásticamente –. Buscaré yo misma algo. ¿Qué presupuesto tengo?
– Ilimitado – responde Arthur y pone una tarjeta de crédito en la mesa frente a mí. ¡Vaya! Buen hermano.
La tomo y salgo de la oficina. Ahora tengo que pensar en qué comprarle a una chica de veinte años. Aún no tengo ideas, pero no estoy dispuesta a rendirme tan fácilmente.
Recojo mi bolso y dejo la recepción. Bajo en el ascensor y saludo a Sandra, que está en el mostrador explicándole algo a un hombre con una carpeta en las manos.
El clima es maravilloso afuera, la oficina está en pleno centro, así que tengo la oportunidad de pasear por las tiendas.
Primero pienso en comprar algo de ropa, pero no sé su talla, y además no creo que a esta chica le falten cosas de marca. Luego veo una joyería. Mis pies me llevan directamente allí. Y no sin razón. Hay tantas cosas hermosas que no sé dónde mirar. Finalmente elijo un brazalete con piedras preciosas. Luce fantástico. Yo no me negaría a un regalo así.
Con el permiso de la vendedora, lo fotografío y se lo envío a Arthur. No quiero hacer una compra tan cara sin su aprobación.
Arthur revisa el mensaje casi al instante y responde: “Está bien”.
Compro el brazalete, espero a que lo empaquen bonito, y feliz, salgo de la tienda. Apenas doy unos pasos, cuando llega otro mensaje de Arthur:
“A Mila le gustan las rosas rosadas. Compra también un ramo.”
Leo y resoplo. Por un lado entiendo que Arthur es un hombre ocupado y no tiene por qué recorrer la ciudad buscando regalos, pero por otro... creo que a su hermana le gustaría saber que Arthur compró las flores y la joya él mismo.
Elijo un ramo de veintiún rosas y regreso a la oficina. Veo a Arthur junto al coche y me acerco. Parece que va a ir a ver a su hermana ahora mismo.
– Aquí tienes – le entrego las flores, y Arthur las pone en el asiento trasero. Guarda la tarjeta en su billetera, y coloca el brazalete en el tablero del coche. – ¿Puedo volver al trabajo?
– Irás conmigo – declara inesperadamente y se sube al coche.
– ¿Yo? – lo miro sorprendida –. ¿Por qué? ¡Es una fiesta familiar!
– Justo ahí está el problema – hace una mueca –. Odio las fiestas familiares. Irás conmigo para que todos piensen que tenemos otra reunión importante programada. Pasaremos media hora en la fiesta y nos iremos.
¡Plan perfecto de mi jefe! No entiendo por qué odia tanto las fiestas familiares. Es genial cuando todos se reúnen alrededor de una mesa.
– ¿No me contarás por qué no te gustan las fiestas familiares? – pregunto mientras el coche arranca. – Es genial reunirse todos.
– No en mi caso – frunce el ceño –. Ayer conociste a mi mamá, pero también está mi abuela. Esa sí que es para temerle.
– ¿En serio? – suelto una risita –. ¡Una abuela no puede ser mala!
– Yo no dije que fuera mala – sonríe –. Pronto lo entenderás todo.
¡Estoy intrigada, para ser honesta! No entiendo nada, pero es interesante. Y aún más interesante conocer más sobre la familia de Arthur. Ya conocí a su madre. Sé que tiene una hermana y una abuela. Su padre es ucraniano. ¿Quién más será?
Artur ha estado callado todo el camino. Parece que está reuniendo fuerzas. Yo no lo molesto. También necesito mantener la compostura. Estas personas son muy ricas y posiblemente no estarán contentas de ver a la asistente de Artur en la celebración.
Llegamos al restaurante, y Artur me entrega las flores mientras él toma la caja. Entramos y yo me mantengo detrás de mi jefe. Simplemente no tengo idea de cómo será esta reunión. Tantas cosas pasan por mi mente.
– ¡Por fin! – escucho una voz femenina alegre, y entonces una rubia menuda abraza a Artur. Ella me mira con interés. – ¿Y esta quién es? ¿Tu novia?
– Es la asistente de Artur, – responde Klara. Ella está sentada en la mesa junto a un hombre de cabello oscuro y está bebiendo un cóctel. – ¡Hola, Rita!