Marcellus
Muevo mi cabeza negando. No debí acceder a conversar con la embaucadora, tremenda sorpresa, me llevé al enterarme de que la roba niños, es la mismísima Luna con la que mi padre me quiere casar, me sigo negando, pero, escucharé que tanto tiene que decir, también le puse una prueba de lealtad, si me entero de que le dice a mi padre una sola palabra, la descartaré y tendrá que buscar una nueva víctima.
Observo mi reloj, tardo menos de tres minutos en llegar, sin más la veo entrar al coche, sus labios tiemblan a causa del frío que hace afuera, rodé los ojos al escuchar sus dientes tiritar, pero como un tonto me preocupé enseguida, por alguna razón no deseo que se enferme. En esta época del año, la brisa fría es implacable y helada, pero ¿por qué debería importarme? Mi hija se encuentra en su silla, separándonos, diría que ella es la mediadora de ambos, quité mi saco y se lo ofrecí, es tan terca que se niega.
¡Orgullosa!
—No gracias, después no digas que también quiero robar tu ropa —gruñí y se lo coloqué en los hombros sin tocarla, se está muriendo del frío y aun así continua de altanera.
La observo con rudeza, son de esas miradas que congelan a más valiente, pero ella parece inmune o se hace la inmune. —Ahora te haces la ofendida… cuando realmente quieres robarte a mi hija, mi apellido y utilizarme para permanecer en mi país —sus labios continúan tiritando, ahora desconozco si es de frío o de rabia.
Chilla a voz baja mostrándome lo frustrada que se siente por mi culpa, es un chillido casi inaudible, cuida de no despertar a mi hija, quiere decirme hasta de qué mal me voy a morir, pero se contiene y eso me causa mucha gracia. —Detén el coche, pensé que podríamos conversar como adultos. —Me lanza una mirada de mala gana, me barré arriba abajo con sus ojos marrones oscuros, casi negros y esas largas pestañas que le realzan la mirada, moviendo algo dentro de mí. —Debes estar cerca de los cuarenta y te comportas peor que copito. Me bajaré, le pediré al cartero o al conserje de mi edificio que se case conmigo, no es por tu dinero, soy una mujer que trabaja por tener lo suyo, no una colgada como piensas. —suelta enojada. —Eres detestable, insufrible y… —Me mira con intensidad, buscando eliminar mi indiferencia con sus palabras vacías.
Sonrío, aunque ella piense que es una respuesta a su insulto. Es simplemente una reacción automática a su persistencia.
—Por favor detengan el coche. —Pide, pero la ignoran, solo acatan mis órdenes.
—No lo harán, no tienes por qué ordenar ni pedir absolutamente nada. —Resopla, me acusa de infantil, pero ella actúa de la misma manera, es malcriada, demasiado para mi desgracia, latina y terca, tenía que ser.
—Quiero bajar del coche ¿No lo entiendes? ¡Detén el coche!
Obvio sus palabras una vez más, ignoro su presencia, realmente su mal humor me importa un rábano, decidí que hablaríamos y eso haremos, si tiene mucha rabia, que se muerda un dedo, o varios, que sé yo. Una pregunta se atora en mi garganta y debo sacarla. —¿Eres la amante de mi padre? —Pregunte con falsa indiferencia, es claro que su respuesta la necesito con urgencia, lo sé por el palpitar frenético de mi corazón, pero mi mascará de frialdad me queda muy bien y no pienso quedar expuesto ante sus ojos.
—¿Es en serio? Que tonto eres. Si fuera amante de tu padre no estaría aquí, no soy una trepadora, solamente tengo una necesidad, pero te haces el interesante cuando tú también me necesitas, así no lo aceptes, yo lo sé. Copito de nieve necesita una ma… —Busqué su mirada, las mejillas se le tornan carmesíes y mordió su labio aguantando la palabra. —Niñera —Completa aferrándose a la tela del saco. —Deja de estar a la defensiva y bajaré la guardia, no es justo que me trates mal.
Esto último lo susurra, respiré profundamente asimilando lo que pensaba decir. ¿Cómo puede creer que sus palabras tienen algún poder sobre mí? Soy un hombre desconfiado, y, no hay nada que ella o cualquier otra persona pueda hacer para cambiar eso, por culpa de una mujer soy esto y aunque Luna, ni nadie más tengan la culpa todas son iguales, no es generalizar es decir la verdad. Te adoran cuando necesitan sacarte algo, después de obtenerlo, te patean el trasero y te cambian.
Solo me derrite mi hija, solo ella tiene el don de hacerme sonreír y ser ese respaldo que necesito. No le doy la satisfacción de tener el control. En lugar de eso, mantengo la mirada fija en el camino, sin prestar atención a sus palabras, ni a su presencia en general.
—Me da igual lo que pienses de mí. —Soy tosco al soltar estas palabras.
—Dile a tu chofer que detenga el auto, lo intente, pero contigo no se puede. —Ella sigue hablando, pero las palabras se desvanecen en el aire como el humo. Soy indiferente a sus intentos desesperados de hacerme sentir culpable de algo.
A medida que el coche avanza por las calles, el frío se vuelve más intenso. Puedo sentirlo filtrándose a través de los cristales y el metal del vehículo, así que cubrí muy bien el cuerpo de Astra, ella no deja de mirarla y acariciar sus mejillas.
Finalmente, llegamos a nuestro destino, mi casa. —Chao copito, espero verte pronto. —Imprime sus labios en la frente de mi hija. Baja del coche sin ni siquiera hablarme, pero eso ya lo esperaba de alguien como ella.
—Estrellita esa mujer está demente, tiene un tornillo zafado, nena escoge mejor a quíen defiendes. —La tomé en mis brazos, cubro bien su cuerpo una vez más y baje del coche, como dije está loca, caminaba hacia la salida, el portón se encuentra cerrado, no tiene salida a menos que intente saltar y me carcajeo cuando efectivamente lo intenta, se aferra como un chimpancé en la reja. ¡Mujeres! Sigue de orgullosa. —Tráiganla así sea cargada, pero primero intenten ser civilizados, sin lastimarla. —Les ordeno a mis muchachos y Astra abre sus ojitos acusándome, es lo que digo me reclama y la defiende a ella… —Princesa, tu papito no hace nada, no defiendas a una desconocida, así ya la hayas adoptado. —Bese su mejilla, se queja reclamándome, que niña, sin más me adentre a la casa.