— ¡Adriel, corazón, despierta! Estás soñando de nuevo...
Abrió los ojos tras escuchar la tenue voz de su novia. Al volver a la realidad, reconoció el espacio a su alrededor. El sonido de la máquina que marcaba sus signos vitales, alterado, volvía poco a poco a la normalidad, al compás de su pulso. La habitación blanca y la sonda en su mano le recordaban que estaba en el hospital.
Adriel había tenido un accidente hacía dos meses: un automóvil a toda velocidad lo arrolló, dejándolo tirado en medio de la calle con los pulmones colapsados y la sangre brotando sin control. Eso es lo que le habían dicho, ya que él no recordaba nada de ese día. El que estuviera vivo era un milagro y algo médicamente imposible. Cayó en coma durante un mes y, desde que salió de él, despertaba por culpa del mismo sueño.
— ¿Grité? — preguntó, incorporándose en la cama como pudo. Una de sus piernas estaba totalmente reconstruida, sujeta por clavos que daban soporte a sus huesos mientras sanaban.
— No, te desperté antes de que eso pasara. Estaba leyendo un libro — dijo ella, acomodándole la almohada.
— Gracias, Cristel — tomó su mano y la palmeó con suavidad, secando el sudor de su frente con la otra.
— No tienes que agradecer nada...
— Sí, sí lo tengo... Llevas dos meses a mi lado: un mes completo con la angustia de si despertaría, y otro mes soportando mis pesadillas. Te mereces el cielo... Por eso y muchas cosas más es que te amo — dijo con calma, mirándola a los ojos. Tenían cuatro años de relación, desde que ingresaron a la carrera de derecho en la universidad local.
— Porque te amo, tonto, es que hago todo esto — besó sus labios rápidamente —. ¿Recuerdas qué estabas soñando?...
— No, no puedo, de nuevo. Cada vez que despierto, todo se borra, como ese día — dijo algo nervioso.
— No te presiones, no hace falta recordar cosas malas... Hoy te dejaron un documento. El despacho donde solicitaste la pasantía se enteró de que estás bien y que pronto te darán de alta, así que en cuanto puedas, puedes presentarte.
— ¡Esa es una buena noticia! Pensé que había perdido la oportunidad — dijo, aliviado.
— Influyó un poco que haya sido cerca del lugar. Gracias a la ayuda de algunos de ese bufete es que tú estás vivo — dijo, palmeando su mano.
— Sí, me gustaría saber sus nombres para agradecerles en persona — dijo, bostezando.
— Todo a su momento. Ahora descansa, que mañana es un buen día: tendrás tus últimos estudios y, por fin, la libertad — dijo, besando su frente.
— Sí, mañana será un buen día — dijo, acomodándose en la cama. Tal vez ahora podría dormir un poco.
La mañana llegó junto a los últimos estudios. Para las cuatro de la tarde, estaba recibiendo su alta junto a las indicaciones. En un mes más, su pierna quedaría liberada. Para sorpresa de todos, había regenerado muy rápido y podría moverse con más facilidad. Por ahora, tendría que lidiar con un par de muletas. Salió del hospital ayudado por una silla de ruedas, abordaron un taxi hasta su casa. Adriel se había quedado sin padres a los siete años y vivía con su tía Anel desde entonces. Ella había sido como una madre desde el primer día; siendo hermana de su mamá, el parecido era notable. Anel fue diagnosticada infértil, así que depositó todo su amor maternal en él, algo que Adriel agradecía: tenerla era un regalo.
Anel los esperaba con un letrero gigante de bienvenida junto a su novio, algunos amigos de él y de Cristel. Él sonrió, contagiado por la escena.
— ¡Bienvenido a casa! — gritó la eufórica mujer del letrero, a punto de las lágrimas.
Adriel abrazó a su tía y contuvo un poco las lágrimas al verse en casa. Todos entraron y disfrutaron de una rica comida preparada por ella. Él solo pudo estar una hora con todo ese alboroto a su alrededor. Se disculpó para irse a su habitación, ayudado por su amada novia.
— ¿Estás seguro de que no quieres que me quede? — dijo, acomodando las muletas cerca de él.
— Sí. Necesitas descansar. Si llego a necesitar algo, te aseguro que mi tía vendrá en mi auxilio — dijo, acomodándose en la cama.
— Muy bien, amor. Te dejo solo porque tengo que ir mañana a primera hora a la universidad a checar lo de mis materias pendientes — dijo, sentándose frente a él.
— Muchas gracias, amor.
— Sabes que te amo, ¿verdad? Eres lo más importante en mi vida y doy gracias cada día de que estés vivo y conmigo — dijo, aguantando unas lágrimas en sus ojos.
— Yo también te amo, eres el amor de mi vida, Cristel — acarició su mejilla y la jaló hacia él para besarla, un beso más propio, no como los que se daban en el hospital. El beso subió un poco de tono, y él se detuvo de golpe al sentir una opresión en el pecho.
— ¿Estás bien? — dijo ella, angustiada.
— Sí, solo creo que necesito dormir, me he mareado un poco — mintió. Había sentido un pinchazo en el pecho. Cristel se despidió y lo dejó solo.
La casa se quedó sola dos horas después. Anel entró a checar que estuviera bien y, al verlo profundamente dormido, se fue tranquila a su habitación sin darse cuenta de la figura en la ventana que se escondía en la oscuridad, velando el sueño de Adriel.
A kilómetros de ahí, una mujer de cabellos negros tecleaba un correo. Atenta, esperaba que su celular sonara con el único mensaje que esperaba esa noche. La pantalla se iluminó y estuvo satisfecha con la respuesta.
— Será una buena noche — dijo en voz alta al hombre parado en la ventana, que movía el vaso en su mano derecha.
— Mmm — un sonido negativo y molesto fue lo único que recibió de él.
— Deja de pensar en ello. Sé que para ti no es fácil, pero tomaste una decisión. Las consecuencias no serían tan terribles si decidieras aceptarlo — dijo ella, cerrando la laptop.
— No puedo, Gretel, y no lo haré. La Luna me ha jugado una cruel broma — dijo, aventando el vaso a la chimenea detrás de él. Gretel en ningún momento se asustó, conocía a la perfección a su hermano.