Una noche sin luna

1

Un mes después...

Adriel se preparaba para su primer día en el despacho Manzur. Las pesadillas lo habían abandonado por un tiempo, y él había intentado retomar su vida normal. Ahora ya no usaba muletas y podía moverse con un bastón, aunque lo odiaba; pero eran las indicaciones del médico. Su tía Anel había insistido en llevarlo y traerlo, así que vería a Cristel hasta la noche.

— Estás listo, corazón. Son casi las nueve y media — dijo Anel en voz alta, llamándolo desde la puerta. Adriel, como pudo, logró bajar cada escalón.

— ¿Ves? Ya puedo caminar mejor — le dijo. Habían tenido una larga discusión, pues ella quería que esperara más para presentarse a su pasantía, pero él insistió en que estaba bien, que podía moverse solo. La verdad era que unos días más y se volvería loco sin hacer nada; además, sabía que no podía perder la oportunidad de estar en ese bufete de abogados, sería un error imperdonable.

— Dejaremos de discutir el tema, pero si te sientes mal, me puedes llamar en cualquier momento — dijo ella, moviendo las llaves. Anel trabajaba desde casa, tenía un negocio de pasteles que le iba muy bien y con el que estaba satisfecha.

— Está bien, tía, te llamaré, lo prometo — dijo, señalando su pecho en señal de promesa.

— Confiaré en ti — dijo ella, no muy convencida.

El viaje fue tranquilo. Adriel disfrutó de ver las calles, se sentía tan extraño después de haber estado encerrado. Cuando llegaron al inmenso edificio, sonrió de felicidad. Salió del coche, despidiéndose como veinte veces de su tía por las incontables recomendaciones. Al entrar, pensó que subiría al departamento de Recursos Humanos, como cuando dejó sus papeles, pero ya alguien lo estaba esperando.

— Adriel, hola, mi nombre es Gretel Manzur — dijo, tendiéndole la mano a modo de saludo. Adriel se sorprendió de estar frente a una de las dueñas del despacho y se trabó un poco al saludar. Ella solo sonrió.

— Es un gusto conocerla, señorita Manzur. La verdad, no me esperaba esto — dijo con mucho respeto. Ella sonrió ante su gesto.

— Por favor, dime Gretel. Quise esperarte para darte una noticia... Realizarás tu pasantía conmigo, serás mi asistente. Investigué tu historial en la universidad, el maestro Ruiz tuvo el gesto de enviarme tu currículum estudiantil y estoy muy satisfecha con lo que leí. Quiero corroborarlo yo misma — dijo, moviendo un poco su cabello al hablar. Adriel estaba encantado con la imagen y sintió una extraña nostalgia que no podía entender. Gretel Manzur, además de ser una excelente abogada, se distinguía por su particular belleza: sus ojos verdes claros resaltaban por el color de su cabello y su tono de piel clara.

— Me siento honrado, muchas gracias — dijo solamente. Las palabras no fluían muy bien después de esa noticia; pensó que empezaría como todos, siendo el mandadero.

— Sígueme, te mostraré dónde trabajarás — señaló el elevador. Gretel se encargó de darle un tour por todas las oficinas.

Adriel estaba maravillado por lo enorme que era el despacho. Le dolía la pierna de tanto caminar, pero no quería quejarse, así que no dijo nada. Gretel lo miraba de reojo en cada oportunidad, sintiendo una calidez en su pecho al saber quién era. Aunque temía lo peor cuando su hermano se enterara de que él trabajaría con ella y que su oficina estaría a pasos de la de ambos, tenía que hacerlo. La seguridad de la manada dependía de ello.

— La vista es maravillosa desde aquí — dijo Adriel, como un niño, sin dejar de mirar los edificios vecinos y la magnificencia del cielo.

— Qué bien que te guste, ya que esta es tu oficina — dijo ella, alegre. Adriel se giró para verla.

— ¿Mi oficina? — dijo con duda.

— Sí.

— No, no puede ser. No me malinterprete, es una oficina muy grande y elegante, pero no creo que sea para mí; soy un pasante.

— Lo sé, pero a mí me gusta tener privacidad en mi oficina y a mi hermano igual... entonces, esta es la única oficina disponible en este piso — dijo ella con calma.

— La oficina del señor Manzur ¿está aquí?

— Sí, detrás de esa puerta — contestó ella mientras tomaba asiento, invitándolo a hacer lo mismo. Adriel lo agradeció, ya que su pierna le estaba dando guerra.

— ¿Él lo sabe...?

— No, de momento no, pero no tendrá inconveniente — dijo ella, aunque sabía que tendría un pequeño encuentro con su hermano mayor, y no precisamente por la oficina.

Por su parte, Braulio Manzur entraba por el estacionamiento privado. Bajó de su automóvil fastidiado por la pequeña reunión matutina que había tenido con uno de sus peores clientes. Lo maldecía por obligarlo a pasar horas escuchando sus tontas excusas de cada problema en el que se metía por culpa de su forma de beber, pero gracias al dinero que tenía se libraba de todo. Ahora tenía que defenderlo por atropellar a una joven que terminó en el hospital por su culpa.

Tenía que encontrar la forma de beneficiar a su estúpido cliente y a la víctima. Tomó el ascensor y pulsó el botón de su piso. Estaba más que fastidiado, insoportable como todos los días. No aceptaría que era por frenar sus instintos. Desde ese día que su realidad lo golpeó en la cara, no había puesto ni siquiera un pie a metros de él. El ascensor se abrió, anunciando su piso. Dio un paso hacia el pasillo y sus instintos se dispararon: un olor que reconoció de su infancia, el que reinaba en toda su casa... el olor a gardenia, la flor favorita de su madre.

Pero tenía algo diferente, algo que lo estaba impacientando: ese toque a tierra mojada que reconoció ese día. Caminó hacia donde el olor era más fuerte y entró de golpe a la oficina. Gretel platicaba animada hasta que lo vio entrar. Adriel se giró de igual manera, sorprendido. Braulio lo miró a los ojos. Adriel sintió un golpe de emoción en la boca del estómago, que lo obligó a llevar una mano allí por inercia. Braulio Manzur le parecía conocido, claro que sabía de él, pero la manera en que se sentía era algo diferente, sentía conocerlo... se sentía familiar estar frente a él.




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