Braulio intentó concentrarse, pero los minutos comenzaron a pasar lentamente, y media hora le pareció eterna. Decidido a poner sus pensamientos en orden, buscó la lista de las próximas audiencias y, al no encontrarla, golpeó el escritorio. Frustrado, se puso de pie y abrió la puerta de su oficina.
— ¡Gretel! Necesito la lista con las fechas de la siguiente audiencia — gritó, molesto.
Pasaron unos minutos y no escuchó respuesta de su hermana. Al no verla, decidió ir a buscarla a su oficina. Abrió la puerta de golpe y se encontró con Adriel de pie en el pasillo, asustado al verlo.
— Aquí está... — dijo el joven en voz baja, con los papeles en la mano. Había acomodado todo de inmediato.
Braulio lo miró y tomó los documentos sin decir nada más. Adriel se quedó en el pasillo, mirando a todos lados, sin saber qué más hacer.
El abogado se sentó y abrió el primer fólder. Vio las viñetas que el menor había colocado con fechas, hora y notas sobre el caso. Sonrió satisfecho; el orden era algo que disfrutaba sobre todas las cosas en su vida, y Adriel le había dado ese toque.
Adriel regresó a su oficina y se sentó en el escritorio, sin saber qué hacer. Volvió a ponerse de pie cuando Braulio Manzur entró en su oficina repentinamente. El mayor caminó y tomó el teléfono que estaba frente a él.
— Sara, sube por favor el archivo de audiencias del mes pasado — colgó sin decir nada más, mirando a Adriel detenidamente —. Quiero que hagas lo mismo con los documentos que te van a traer — ordenó secamente, abandonando la oficina.
Adriel balbuceó un: «Sí, señor Manzur», pero la voz no salió como quería. Se sentó de golpe, tratando de controlar los nervios que le provocaba Braulio Manzur.
Cerró los ojos al sentir una punzada en su pierna. Había caminado tanto que le estaba pasando factura. Pasaron unos minutos, y la joven que fue contactada llegó a su oficina con lo solicitado.
— Estos son los archivos de las audiencias del mes pasado — dijo ella con mucho respeto.
Abrió más la puerta, y entraron tres hombres detrás de ella, cada uno con una caja. Adriel se quedó anonadado al ver tantas hojas. No dijeron nada más y se fueron.
Adriel suspiró, observando todo a su alrededor, y comenzó con la primera caja. Se sentó en el suelo; no iba a admitir que en ese momento no poseía las fuerzas para cargarla hasta el escritorio.
Pasó más de una hora, y su pierna le dio guerra, pero era demasiado terco para aceptar que le dolía. No iba a doblegarse y demostrar que aún no podía hacer su vida normal. Unos cuantos clavos no hacían la diferencia, pero se le adormeció la pierna y tuvo que ponerse de pie para apaciguar el dolor.
Caminó de un lado a otro dentro de la oficina, lento, con mucho cuidado. Miró de reojo el reloj de la pared y notó que estaba por llegar su hora de salida. Llevaba menos de la mitad de la primera caja. Suspiró cansado, tomó algunas carpetas y las dejó sobre el escritorio mientras decidía si debía o no llevarse algunos papeles y adelantar el trabajo en casa. Caminó hasta la oficina del señor Manzur con la intención de comentárselo, ya que de Gretel no había tenido ninguna señal. Tocó la puerta levemente y no recibió sonido alguno, dio unos pasos para retirarse.
— Adelante...
La voz de Braulio se dejó escuchar, y Adriel tuvo que controlarse. Con solo escucharlo, su corazón se había alterado y bombeaba a mil por hora. Respiró y abrió la puerta con cuidado.
— Disculpe, señor Manzur...
El mayor seguía absorto en sus papeles sin mirarlo. Adriel se acercó con pasos cortos y lastimeros, víctima de su terquedad de no usar el bastón. Braulio lo observó con disimulo.
— ¿Te duele la pierna? — dijo, ahora mirándolo fijamente.
— ¿Qué? Este... no, no es nada — dijo con nerviosismo —. Me gustaría saber si puedo llevarme algunos archivos para trabajar en casa, ya que avancé muy poco con una de las cajas — dijo, componiéndose la ropa. Braulio no había dejado de mirarlo fijamente.
— No, son archivos muy importantes. Puedes continuar mañana — dijo secamente.
— Sí, señor — dijo Adriel, y se despidió con un intento de reverencia. Se retiró y caminó intentando no dejar notar su dolor. Cuando creyó que estaba lejos de la mirada de Braulio, fuera de su oficina, se recargó en la pared y contuvo un quejido de dolor. Una punzada horrible recorrió toda su pierna y se instaló en la boca del estómago. Intentó caminar y perdió el equilibrio.
— Tenemos enfermería en el edificio — dijo Braulio Manzur, tomándolo del brazo.
— ¡Estoy bien! — dijo exaltado.
— No fue una pregunta — dijo Braulio Manzur mientras seleccionaba el tercer piso en el elevador. Adriel cerró los ojos de golpe, la punzada volvió. Braulio se acercó y lo tomó del brazo cuando la puerta se abrió.
— Señor Manzur, por favor, puedo moverme solo...
Sus súplicas no fueron escuchadas. El silencio dentro del elevador se volvió muy tenso, casi sofocante, por lo menos para Adriel, que no dejaba de mirar la mano de Braulio Manzur, que rodeaba con facilidad su brazo derecho. El mayor miraba con molestia los números que anunciaban los pisos de su edificio. Cuando las puertas se abrieron, jaló a Adriel sin mucha conmiseración, pero con demasiada facilidad.
Entró a la enfermería, tomando por sorpresa a Miriam, la enfermera en turno. Jamás había tenido la visita de Braulio en ese lugar; el departamento solo estaba para cumplir con los estándares adecuados de un despacho líder como Manzur. A lo mucho, había tenido que lidiar con ataques de pánico, momentos incómodos y uno que otro problema de los mismos clientes.
— ¡Licenciado Manzur! — exclamó la mujer, dejando su café de lado.
— Tiene dolor, puedes darle algo...
Braulio lo dejó en una de las sillas no con tanta delicadeza, pero sin hacerle daño. Adriel seguía anonadado por el momento, y el dolor de su pierna lo tenía ensordecido. Hacía tiempo que no sentía semejante dolor; era cierto que el médico le había advertido que si forzaba su pierna, el dolor llegaría a ser insoportable. Su pierna se había roto en tantos pedazos que reconstruirla fue una obra de arte, y tardaría en sanar. Manzur lo miró con el ceño fruncido mientras la enfermera lo revisaba un poco, le preguntó por la medicación que estaba tomando, y él le respondió con cortas palabras, pero con lo que ella deseaba saber.