Adriel bajó a la recepción y, cuando estaba a punto de salir, escuchó que alguien lo llamaba. Giró y no podía enfocar bien hasta que, detrás de una pila de papeles, se asomó Sebastián, quien fuera su compañero en la carrera. Sebastián era un muchacho alegre, aunque un poco reservado. Siempre cumplía con todo y era, sin duda, el favorito de más de un maestro. Vestía de una manera muy formal para su edad, parecía un adulto con sus lentes y pantalones de vestir. Era una persona adorable, amante de los animales y, sobre todo, un nerd de cabello negro azabache que solía mantenerlo corto en la universidad por lo rizado que era, pero que ahora se le veía un poco largo. Lo saludó animado.
— Sebas, hola — saludó Adriel, acercándose a él.
— Adriel, me da gusto verte, me da gusto verte así de recuperado — comentó Sebastián con una sonrisa.
— Gracias, tenía tiempo sin verte. ¿Qué haces aquí?
— Estoy haciendo mi pasantía. Empecé hace un mes en el área de archivo, bueno, hoy es mi último día. Ya mañana inicio en una de las áreas de abogados con algunos casos — anunció con mucha alegría.
— ¡Me parece genial! Hoy es mi primer día, voy a ser asistente de la señorita Manzur — confesó Adriel, algo apenado al final.
— ¡No puede ser! ¡Qué bien, es un puesto importante! — exclamó Sebastián, muy animado. Adriel miró a los lados, sintiéndose algo avergonzado, pero Sebastián era así. Aún recordaba el primer año, donde todos los abusivos se concentraban en el pobre, recién llegados de la preparatoria con la arrogancia a tope.
— Gracias — murmuró Adriel, acomodando su cabello.
— Ya te vas, yo también he salido. Podemos irnos juntos — propuso rápidamente. Adriel solo asintió, algo abrumado. Sebastián salió corriendo por sus cosas y regresó con él. Aunque no quisiera admitirlo, era agradable encontrarse con alguien conocido en todo ese edificio.
Ambos esperaban a las afueras del edificio, justo en una pequeña cafetería. La tía de Adriel estaba retrasada por un pedido que había tenido al otro lado de la ciudad. Adriel nunca se había dado el tiempo de conocer a profundidad a Sebastián, pero en ese momento le parecía una persona muy agradable y con mucho tema de conversación. De repente, su acompañante se quedó callado.
— ¿Qué sucede? — preguntó Adriel, al ver cómo Sebastián intentaba esconderse un poco.
— ¡Esa persona que está ahí! ¡No voltees! — advirtió antes de que Adriel se moviera —. Trabaja en el despacho, no sé si es abogado, lo he visto muchas veces. Pero hace días tuve un pequeño percance con él, no me fijé y le vacié medio vaso de café sobre su traje.
A Adriel le causó gracia lo que le contaba. Disimuladamente, miró a la persona que señalaba; era un hombre vestido de traje negro. Empezó a caminar hacia ellos y Adriel tuvo que girarse.
— Viene hacia acá — susurró en voz baja.
— Sebastián, ¿puedes pagar mi café? — inquirió el hombre mientras se sentaba con ellos. Sebas lo miró por encima de sus lentes —. Me debes uno, te recuerdo — afirmó, sonriendo con malicia. El menor asintió y caminó hacia la barra a pagar —. Yo soy Marlon y trabajo para Braulio, me mandó para ver si te encontrabas bien — explicó, tomando un poco de su café. Mintió, claro que no lo había mandado, pero tenía que empezar a socializar con el rubio.
— Gra-gracias, estoy bien. El señor Manzur no tiene de qué preocuparse — aseguró Adriel, nervioso. Sebastián regresó y le entregó el recibo a Marlon; este solo sonrió y tomó el papel.
— Bueno, los dejo. Cualquier cosa que necesites, Adriel, cuenta conmigo. Nos vemos mañana — se puso de pie y comenzó a salir de la cafetería. Sebas lo siguió con la mirada hasta que estuvo totalmente seguro de que ya no estaba cerca. Se dejó caer en su silla, abrumado.
— ¿Qué pasa? — le preguntó Adriel.
— Es muy apuesto y me pone nervioso tenerlo cerca — replicó Sebastián. Adriel lo vio confundido.
— Sebas, eres... ¿Tú eres... te gustan los hombres? — preguntó con duda al final.
— Sí, bueno... sí. ¿No lo sabías? Bueno, tampoco es que anduviera por la universidad gritándolo, pero sí, me gustan los hombres. ¿Tienes algún problema con ello? — respondió con una sonrisa amena.
— No, por Dios, no, claro que no tengo problema con ello, solo que no lo esperaba, porque no pareces... bueno, eso es caer en estereotipos, pero sí, no pareces gay, te vistes muy gris — comenzó a reír, dándose cuenta de lo que había dicho. Sebas hizo lo mismo.
— Lo sé, no soy precisamente la representación del arcoíris en persona — arguyó, tomando café —. No encajo ni en este lado del arcoíris ni en el otro. Es algo que tuve que aceptar hace tiempo — manifestó al dejar su taza en la mesa. Adriel notó un poco de melancolía en sus palabras.
— No creo que tengas que encajar en ningún lado, deben aceptarte como eres — sentenció con empatía el rubio. Sebas brindó con su taza por el comentario y la conversación terminó ahí.
Se despidieron a las afueras cuando la tía de Adriel llegó por él. Su tía lo atosigó con preguntas sobre su pierna, el dolor, el trabajo, su pasantía y si todo, absolutamente todo, había estado bien. Después de dejarla convencida, o por lo menos eso fue lo que él creyó, llegaron hasta su casa y él se encerró en su habitación, excusándose con que tenía sueño, pero en realidad la pierna le estaba comenzando a doler de nuevo.
En cambio, a kilómetros, en la soledad de su casa, Braulio caminaba entre los pasillos. Su personal más cercano estaba algo sorprendido por su estadía, se había vuelto común encontrarlo cerca del fin de semana. Su ritmo de vida le exigía dormir cerca de sus oficinas o viajar y quedarse en diferentes lugares. Gretel, en cambio, estaba ahí; ella siempre estaba ahí, nunca abandonaba su hogar. Pasara lo que pasara, si estuviera en el otro lado del mundo, ella volvía a su casa, una actitud que Braulio dejó de señalar. Gretel no podía aún perdonarse no haber estado el día que su padre murió.