Braulio corría entre los árboles, descalzo. La luna era tenue entre los inmensos árboles, pero ligeras luces, colocadas con cuidado y recargadas por la luz del sol, adornaban el paisaje como luciérnagas. Su andar era suave, aunque a cada paso sus pies se hundían más en la tierra, producto del coraje que su cuerpo emanaba o la necesidad de correr en dirección contraria y llegar hasta ahí, hasta él.
Bufó cansado al cabo de una hora de correr sin parar. Se dejó caer de espaldas contra un árbol y miró sus pies sucios. Sonrió; tenía años sin verse cubierto de tierra. Las obligaciones de ser quien era no le permitían ser libre como él anhelaba secretamente, un sueño de juventud. Se dijo muchas veces que él no sería el alfa, por lo menos sabía que no lo merecía, si no, él, pero él no podía serlo ahora ni nunca. Y esa era su realidad.
Se puso de pie y caminó de regreso a la casa. Vio a Gretel en el balcón observando la luna. Su hermana era hermosa, sin duda más de un hombre la contemplaba, pero seguía negada a seguir su vida. La culpa la atosigaba, aunque no lo decía, lo callaba, pero para Braulio era una verdad abierta. Ella sonrió cuando cruzaron sus miradas; él leyó la nostalgia en sus ojos. Ese día estaba cerca. Gretel siempre fue una líder nata, alguien que sin los prejuicios sería una excelente alfa, pero los lobos estaban condenados por sus terribles reglas absurdas: una mujer como alfa condenaba a la manada a ser atacada, creyéndola débil. Braulio Manzur por eso había forjado su manada, para que nadie mirara a su hermana por encima del hombro. La amaba como a su mayor tesoro y la protegería de quien fuera.
Por su parte, ella sonrió al sentir el frío de la noche. Regresó a la habitación de donde había salido, acercándose a la cama, perfectamente acomodada en el medio, adornada con gardenias en las mesas de noche y brillando por las luces de las lámparas. Algunos sonidos tenues de un par de máquinas que contaban las constantes de una vida detenida por las decisiones del pasado eran el único sonido que ella recibía de ese lugar.
— La noche es perfecta, como te gustaban, perfecta para correr entre los árboles y treparlos sin parar, es tan hermosa, perdóname... — susurró casi al borde de las lágrimas. Contuvo su dolor, apretando sus manos en el pecho — Fue mi error, es mi error que hoy no puedas ver la luna y correr entre los árboles — Se dejó caer contra la cama, llorando amargamente.
Braulio podía escucharla desde las escaleras. Había intentado todo, pero no podía detener su dolor. Simplemente desistió, rendido por su mismo dolor. Se sentía cobarde por no poder estar ahí con ella, pero las cosas no estaban para pesimismos y él no podía darse el tiempo de pensar en el pasado, tenía que seguir luchando ahora más que nunca.
La mañana llegó perturbada entre sueños para Adriel. Abrió sus ojos llenos de lágrimas, junto a un zumbido que taladraba sus oídos y un mal sabor de boca. Contó los días: estaba por cumplir un mes desde que inició su pasantía en el despacho, y era exactamente el tiempo que llevaba sin poder dormir bien. Su pierna estaba mejor, podía caminar sin el bastón, pero no encontraba la manera de tranquilizar a su tía y a su novia por su estado un poco cansado, según señalaban las dos. Después del interrogatorio de todas las mañanas de su querida tía, y él dispuesto a abandonarla lo más pronto posible, salió deprisa. Aprovechó que ella debía tener todo preparado para un evento de ese día, así que se adelantó para irse solo y que no lo atosigara con más preguntas en el camino.
Llegó al despacho y el ambiente estaba sin control. Sebastián lo alcanzó cerca del elevador con la misma mirada de todos.
— ¿Qué pasa? — preguntó Adriel cuando las puertas se cerraron.
— El señor Manzur perdió un caso muy importante... — respondió Sebastián.
— ¿Perdió? Pero no tenía ningún caso activo este mes, no tenía audiencias — expresó incrédulo. Después de los incidentes de los días que entró, no había cruzado nada con Braulio Manzur. Todo lo que debía saber o las órdenes que recibían eran entre Gretel y la secretaria de él, pero del señor Manzur no sabía nada. Su oficina permanecía en silencio total, aunque notó su automóvil varias veces en el estacionamiento.
— No, audiencia no, lo que perdió fue al cliente. Valoya y Asociados se quedaron con el cliente, y al parecer eran millones en juego, por eso todos andan así. Hasta los escuché decir que este era el fin de Manzur — aclaró. Las puertas se abrieron anunciando su piso y lo dejó con cientos de preguntas.
Adriel llegó a su piso y lo que lo recibió fueron gritos desde la oficina de Braulio. Su secretaria permanecía en silencio en su escritorio. Clara le sonrió discretamente; no eran amigos, pero tenían cierta cordialidad entre ellos por el trabajo. Adriel saludó de la misma manera y entró a su oficina. Los gritos y reclamos fueron subiendo de tono hasta un grito estruendoso: — ¡Me robaste! — se escuchó seguido de cristales rompiéndose. Adriel corrió al pasillo y se topó con una mujer de frente que salía de la oficina del mayor, acompañada de un hombre que nunca lo miró a la cara. Gretel salió detrás, junto a Marlon, que los acompañaban. Adriel pudo ver la molestia en sus caras.
Cuando se quedaron solos, los golpes volvieron sin parar. Las cosas salían de su lugar, lanzadas por Braulio. Clara comenzó a temblar asustada por lo que pasaba.
— Ve por la señorita Gretel, yo me quedo aquí — indicó Adriel. Ella dudó, pero salió corriendo cuando escuchó un cristal romperse.
Adriel se paró en la puerta. Braulio destruía todo a su paso, lanzando cada objeto que pareciera estorbarle. Adriel no hizo nada, no lo detuvo, simplemente lo dejó hacer lo que deseaba. Pasaron pocos minutos cuando Braulio se tranquilizó y se dio cuenta de su presencia.
— Mejor — afirmó Adriel con calma. Braulio lo miró y se acercó hacia él. Sin pensarlo, lo abrazó. Eso lo tomó desprevenido, confundido. No supo qué hacer, se quedó estático mientras era abrazado de esa manera. No recordaba haber sido abrazado alguna vez así, con tanta fuerza y necesidad, pero algo ocasionó un flashazo en su mente, tan corto, pero real, remontándolo a ese día que no recordaba. Braulio se separó de él cuando lo creyó conveniente. Se miraron a los ojos por una milésima de segundo.