Una noche sin luna

6

La mañana llegó de golpe para el pobre de Adriel, que no había pegado ojo en ningún momento. Su celular mostraba un sinfín de mensajes y algunas llamadas perdidas de su novia. No había podido hablar con ella. Se sentía culpable, aunque él no había buscado lo que pasó, se sentía como el peor de los hombres. Una parte de él le decía que dejara todo eso en paz, que podía actuar como si no hubiera pasado, pero otra parte le gritaba en la cara. Sus sentimientos eran un nudo, uno sobre otro.

Buscó tomar las cosas de la mejor manera, por lo menos era lo que se decía mientras caminaba por la calle, estaba a pocos pasos de llegar al edificio. Suspiró cuando se paró frente a la gran puerta, miró de un lado a otro y entró cabizbajo, sin mirar a nadie, en modo automático. Entró al elevador solo. Se sintió aliviado por un momento, pero al ver los números avanzar su corazón comenzó a palpitar en su garganta. "Todo saldrá bien", se repitió en su cabeza.

Cuando el elevador se abrió en su piso, las piernas le flaquearon. Ahí estaba, parado en medio de todo, Braulio Manzur. El mayor lo observó. Las puertas estaban por cerrarse de nuevo, pero él no dejó que eso pasara. Braulio Manzur entró al elevador, pausándolo. Las puertas se cerraron detrás de él. Un nudo en su garganta no dejó que protestara o diera los buenos días.

— Te estaba esperando — dijo el mayor.

— Perdón, se me ha hecho tarde — contestó. Vaciló en sus pensamientos y eso fue lo más congruente en contestar. ¿Qué le diría? "¿Perdón, es que no pude dormir por el beso de ayer y hoy no deseaba llegar a la oficina, mucho menos verlo"?

— Lo que pasó ayer, seré claro contigo, Adriel. Primero, recibe una disculpa de mi parte, lamento lo que pasó... — Escuchó con atención Adriel —. Fue un comportamiento inaceptable, te pido perdón y te prometo que no volverá a pasar. He atravesado una línea muy delgada, me siento realmente mal por ello.

Adriel parpadeó vacilante ante esas palabras. Se sintió extraño al escucharlo y sobre todo algo amargo bailó en su corazón. Era extraño para él, pero ahí estaba.

— Acepto sus disculpas, señor Manzur, gr-gracias — titubeó.

Braulio asintió en respuesta. Oprimió el botón, haciendo que las puertas del elevador se abrieran. Adriel esperó a que él saliera primero, pero el mayor siguió de pie. Braulio dio un paso, saliendo del elevador, y después se giró hacia él.

— Segundo... pese a mis disculpas, no me arrepiento de ello — afirmó, mirándolo a los ojos y despidiéndose con una sonrisa casi perceptible en sus labios.

Adriel se quedó estático, su estómago se volcó como cuando subes a la montaña rusa y después bajas a toda velocidad. Tuvo que controlarse después de eso, caminar hasta su escritorio y sentarse para divagar en sus pensamientos. Era una confesión, ¿podía él considerarlo algo así? Le gustaba a un hombre, principalmente le gustaba a Braulio Manzur. Apiló sus pensamientos y recordó su conversación con Sebastián. ¿Acaso le disgustaba lo que estaba pasando? Su teléfono sonó, sacándolo de sus pensamientos, y ahí estaba su respuesta. Era la quinta llamada del día, Cristel, su novia.

Braulio se dejó caer en su sillón. Todo había salido como lo había planeado. Pese a esas últimas palabras, no se arrepentía, era cierto. No era su plan decirlo, tampoco, pero se sentía mal al negarlo en voz alta. Realmente le gustaba el chico, aunque fuera un hombre, era su pareja, era lo más especial que podía recibir en esta vida, un regalo, por lo menos su madre así lo llamaba. Podía intentarlo.

Marlon miraba a Sebastián mientras manejaba hacia la oficina. Habían recorrido casi media ciudad para recoger sus cosas, se había cambiado rápido en una estación de gasolina y ahora se peinaba un poco. Entraron al estacionamiento privado.

— Aún no puedo creer que tú seas un Astorga — dijo Marlon.

— Ni yo...

— Ellos son sin duda lo peor que le puede pasar a una manada — expresó el mayor, mirando a la nada.

— Son lo peor que te pueden pasar, sé que tu alfa está haciendo mucho al aceptarme aquí, yo solo quiero seguir mi vida normal. Aunque ya no pueda ser así... estoy cansado de huir.

— Entonces está decidido, te quedas, me traes el café, haces todas tus labores y al terminar el día nos vamos juntos — concluyó Marlon al salir del auto. Sebastián caminó detrás de él tratando de detenerlo.

— Espera, Marlon, no tienes que cargar conmigo, yo no quiero causarte problemas, espera...

— No es un problema, no eres un problema... eres algo despistado, introvertido y hasta raro, pero no eres un problema... — contestó, girándose hacia él. Sebastián tropezó, pero logró no caerse.

— Marlon...

— Te debo mi vida, te la debo, esta es mi manera de pagarlo, sé que tienes miedo, yo también he vivido lo que son los Astorga, no tienes que decirlo, he visto las marcas que deja.

Sebastián abrazó su propio cuerpo, las había visto, su piel se teñía de rosa en ciertas zonas de su espalda por algunas cicatrices viejas.

— Algún día puedes decirme, te escucharé, si no deseas hacerlo también lo entenderé...

El menor no dijo nada más. No podía. Caminó detrás de Marlon hasta que dividieron sus caminos. Entró a su pequeña oficina y se sentó. Era difícil para él, no pudo decirle al mayor que sus heridas significaban quién era. Le ha costado aceptarse, fue fácil para él decírselo a Adriel, por lo menos ese día se sintió libre. Ahora debía ahogar todo de nuevo. Su vida era una farsa que él mismo construyó a su alrededor, y se ha venido abajo.

— Ok, este sándwich promete ser algo maravilloso, esto es un té, ya que el café aún no estaba — La voz de Marlon lo sacó de sus amargos pensamientos. El mayor dejó todo frente a él.

— ¿Qué haces? — preguntó con duda.

— Dándote algo que desayunar, por las prisas no comimos nada y son cerca de las diez, debes tener hambre, yo muero de hambre — dijo con calma.

— Marlon, no tienes por qué...




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