Una noche sin luna

7

Adriel observaba en silencio a Braulio mientras él revisaba su pierna. Era un corte leve a la altura de la rodilla, el pavimento había raspado parte de su pantalón de vestir. Adriel estaba abrumado. Braulio huía de su mirada, incapaz de verlo a los ojos, se concentraba en todo lo demás.

— ¿Crees que puedas caminar? — preguntó Braulio, mirándolo a los ojos después de varios minutos.

— Fuiste tú — contestó en cambio Adriel.

— Adriel...

— Ese día, eras tú, ¿verdad?

— Te llevaré a tu casa, aunque preferiría llevarte al hospital para que revisen tu pierna — huyó de lo que decía. Intentó ponerse de pie, pero Adriel le sostuvo de una de sus manos.

— Por favor, de ese día recuerdo pocas cosas... aunque todo lo veo en penumbra en mis sueños, solo escucho una voz... — murmuró casi en tono de súplica.

— Prometo contarte todo, pero no puedo ahora, no aquí... no es el momento, por favor confía en mí — dijo, tomando sus manos entre las suyas. Adriel asintió solamente.

Se dejó ayudar a ponerse de pie. El dolor fue soportable y pudo caminar, siendo apoyado por Braulio. No muy lejos de ellos, Marlon los observaba junto con Sebastián; al ver a Braulio correr, lo siguieron.

— Bueno, estarán bien — dijo Marlon, volviendo.

— Adriel es su pareja — afirmó Sebastián sin dejar de verlos; ahora todo tenía sentido para él.

— ¿Sabes de eso...? — cuestionó el mayor.

— Leí en un libro, en uno de los tantos que hablaba del comportamiento de las manadas, nos obligaban a leerlos, aunque a todos les molestaba leer esa parte, a mí me pareció algo extraordinario — explicó. Marlon lo observó con curiosidad.

— ¿Qué te parece extraordinario?

— Que exista alguien destinado a amarte, que pueden pasar años o siglos, pero al final se encontrarán y serán muy felices porque ese es su destino: amarse — dijo con una sonrisa nostálgica.

— Pero es doloroso cuando lo pierdes... — comentó Marlon levemente. Sebastián reconoció esa mirada.

— Imagino que las descripciones del libro no se pueden comparar, en ellas hablaba que son el punto débil, que puede ser el detonante de una guerra, de la ruina de una manada y de la muerte de un alfa — dijo, caminando de regreso.

— Sabes demasiado de nosotros, debería preocuparme — dijo Marlon con un tono de burla, tratando de cortar la conversación.

— Créeme, no...

— Yo creo que sí — afirmó nada más, guiñándole un ojo.

El corazón de Sebastián palpitó de golpe ante el gesto, fue sutil, pero algo a lo que no estaba acostumbrado. Palmeó su pecho tres veces antes de seguir su camino detrás del mayor.

Braulio conducía con precaución. Adriel seguía en silencio, mirándolo en ocasiones de reojo. Se sentía extraño con su compañía, pensaba en lo que había pasado, trataba de reconocer algunas cosas. La angustia de Braulio Manzur se repetía una y otra vez: había corrido hacia él sin importarle su seguridad, le había salvado la vida. Llegaron a su casa. Adriel comenzó a divagar en qué decir.

— Gracias...

— ¿Puedes caminar?

Se interrumpieron, rompieron el silencio al mismo tiempo. Adriel sonrió y Braulio suspiró, se miraron fijamente por un par de segundos.

— Sí puedo caminar, gracias por... ¿Eso es sangre? — preguntó Adriel, señalando su muñeca. Por el impacto al caer, Braulio se había raspado la muñeca. Braulio se miró la mano y notó que la herida aún no cerraba, eso llamó su atención.

— Estaré bien, no es nada...

— No, mi tía debe tener un kit de primeros auxilios, por favor déjame limpiar tu herida, no te puedes ir así — pidió. Aunque quisiera negarse, Braulio no lo podía hacer, realmente no deseaba separarse de él.

Bajaron ambos del auto. La casa se encontraba completamente sola. Adriel buscó el kit y regresó con algunas cosas. Braulio se quitó el saco y recogió la manga de su camisa. Se sentaron en el sillón de dos plazas en la sala. El silencio reinaba mientras el menor limpiaba la herida con cuidado. El mayor le miraba solemnemente, detendría el tiempo si pudiera. Adriel no podía verlo, se sentía intimado de cierta manera, pero no incómodo.

— Gracias — dijo Braulio cuando Adriel terminó de colocar el vendaje.

— Me salvaste la vida, es lo mínimo que puedo hacer — respondió, acomodando las cosas sobre la mesita del centro.

— Es una casa acogedora — comentó el mayor a modo de plática.

— Sí, mi tía tiene un buen gusto, es como ella, cálida — dijo Adriel con alegría y eso contagió al mayor.

Braulio separó el cabello de su frente y acarició levemente su mejilla al bajar la mano. Adriel, al contacto, no supo cómo reaccionar, se quedó helado mirándolo sin saber qué decir. Braulio se acercó con cuidado y depositó un ligero beso en sus labios. El rubio parpadeó al sentirlo.

— Perdón — murmuró Braulio, cerca de él.

Al no ver que el rubio se alejaba de su toque, volvió a besarle. Adriel cerró los ojos esta vez, dejándose guiar, el beso se profundizó un poco más. Braulio lo tomó por el cuello, acercándolo más a él. Adriel correspondió el beso, tan levemente como si fuera el primero en su vida. Braulio cerró el espacio, atrayéndolo más, pasando su mano a la espalda y envolviéndolo en un cálido abrazo. El ruido de un auto llegando les interrumpió. Se separaron. Adriel se puso de pie y recogió las cosas de la mesa, perdiéndose del campo de visión del mayor. Braulio compuso su ropa y se puso el saco. Cuando el rubio regresó, el mayor estaba listo para irse. Se miraron cortamente a los ojos.

— Adriel, cariño, ya estás en la... ¡Ay, perdón, tenemos visita! — exclamó su tía.

— Sí, él es mi jefe... Braulio Manzur — dijo torpemente.

— Un gusto — saludó. — Yo ya estaba por retirarme, permiso — dijo, despidiéndose de ella.

Adriel salió detrás de él hasta la puerta. Braulio regresó dos pasos cuando sintió que el rubio se detenía.

— No sé qué decir — confesó al fin Adriel. — Lo que pasó, lo que está pasando, yo... esto es...




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