Marlon observaba en silencio a Braulio mientras caminaba de un lado a otro, no podía pedirle que se calmara.
— ¿Qué quieres que hagamos? — preguntó al fin, logrando que Braulio lo mirara.
— Tengo que traerlo a mi lado, es la única manera de protegerlo, pero implica tener que decirle quién soy, qué somos y lo que pasó ese día — dijo Braulio, sosteniendo el puente de su nariz, abrumado, cansado, harto y sobre todo ansioso.
— Podríamos inventar algo, no sé... — trató Marlon de ser útil para calmarlo, pero era casi imposible.
— El festejo de aniversario del bufete está cerca — interrumpió Gretel.
— ¡No estamos para fiestas! — vociferó Braulio.
— Pero sería un pretexto para traerlo aquí y podrías hablar con él, explicarle quiénes somos, si en su caso las cosas se ponen ásperas... — Lo último no lo dijo, pero insinuó su pensamiento.
— Si no me acepta, ¿me estás diciendo que lo tome como prisionero aquí?
— Sé que suena tan mal, pero date cuenta que es la única opción si él no te acepta, si él huye de ti, será la presa de quien quiera hacerte daño y la pérdida de todo esto. Hermano, no estoy dispuesta a perder un Manzur más, Antón merece que esta manada perdure, que su sacrificio valga — dijo Gretel, después de suspirar cansada.
— Es mi única opción, hagamos lo que dices... pero si él no me acepta lo dejaré ir, Gretel, no lo tendré a la fuerza — afirmó Braulio por último.
— Si es así, lo protegeré, tenlo por seguro, Braulio, él estará seguro, aunque no esté a tu lado — dijo Marlon con seriedad.
— Eres un buen amigo que tal vez no merezca — respondió Braulio, cansado.
— Te debo mi vida — dijo Marlon con eso, dejándolos solos.
Marlon le creía a Braulio, sabía que sería capaz de dejarlo ir. Se conocían desde jóvenes cuando ambos eran inmaduros, pero pese a ello Braulio siempre demostró ser más centrado. Le debía su vida, cuando perdió todo y quedó a merced del mundo con la muerte de toda su familia, estaba destinado a morir solo. Nadie deseaba acercarse a él, era un apestado entre los lobos, marcado con la desdicha. Cuando creyó que era su fin, fue Braulio quien lo ayudó, pese a que a su padre no le pareció, él no lo dejó solo. Sobre todas las cosas que podía tener desde que estaba a su lado, lo más preciado para él había sido pertenecer. Sabía que Braulio miraba la vida de una manera muy diferente a la de él, desde ese día que Antón fue atacado y tuvo que tomar el lugar como alfa. Las cosas no habían sido fáciles, aún recordaba las conversaciones donde hablaba del destino, del amor, parejas destinadas, todo eso que él se negaba a tener, lo vio en su padre. Recordaba ese día con dolor cuando le arrebataron lo que más amaba, no quería eso para él, no ahora.
Volvió en silencio hasta donde debía estar dormido y se topó con una imagen cálida: Sebastián permanecía sentado afuera de la casa mirando el cielo.
— Deberías de dejar de hablar del destino así...
— ¿Tú por qué no crees en el amor? Pero mi madre me contó que el destino te golpea, la luna brilla sobre la persona que estamos destinados a amar y proteger, aunque reniegues de mí, Marlon, un día el suelo bajo tus pies se volcará contra ti y no tendrás escapatoria...
— ¡Maldito seas, Braulio Manzur! — dijo para sí mismo al recordar esa conversación.
— Has vuelto — dijo Sebastián con una sonrisa al verlo.
— ¿Por qué estás aquí afuera? — caminó como si nada hacia él.
— No podía dormir, estar en este lugar, no me malinterpretes, es una casa muy cómoda, pero estar rodeado de lobos no es precisamente muy acogedor para mi mente — confesó algo nervioso.
— Yo te protegeré — dijo Marlon sin siquiera pensarlo primero. Sebastián lo miró sorprendido, pero esquivó su mirada.
— Creo que puedo dormir ahora — dijo, poniéndose de pie.
— Sí, es lo mejor, ya falta poco para que amanezca, debes dormir — dijo el mayor, despidiéndose.
Braulio no pudo dormir. Al día siguiente llegó a la oficina muy temprano. Marlon le informaba cada paso que daba Adriel; había dejado claro que se dividía las rondas para cuidar de él sin que se diera cuenta. Necesitaba abarcar terreno. Cuando leyó el mensaje de que él ya estaba en la oficina, suspiró, relajando los hombros. Deseaba verlo, pero no entraría corriendo a la oficina. Su puerta sonó y su corazón colapsó hasta ver a su hermana entrar.
— No me di cuenta cuando saliste de la casa — dijo ella, sentándose frente a él.
— Pensé que hoy no vendrías a la oficina, tienes días sin venir — contestó él.
— Sí, pero tengo que ver todos los preparativos para la fiesta de aniversario — dijo ella, encendiendo su tablet. Tecleó algo —. Yo creo que la decoración puede ser así, al ser en la casa lo reducimos a un número de 300 invitados — dijo con mucha tranquilidad.
— ¡300! Es demasiada gente — exclamó agobiado.
— Braulio, el año pasado fueron 600 invitados, claro, fue en un salón... lo estoy reduciendo a la mitad — dijo molesta. Braulio sabía que le encantaba todo eso, pero no podía recibir 300 invitados en su casa.
— Necesitamos hacer otra cosa... algo pequeño, entre menos personas, es mejor... solo empleados...
— ¿Solo empleados, como lo hacía papá? — preguntó ella.
Su padre realizaba actividades con el personal, los recibía en su casa y los convivios eran amenos entre todos, eran buenos tiempos.
— Sí, me parece perfecto, te encargas de todo eso entonces — dijo Braulio, alegre.
— Veré qué hacemos entonces — dijo Gretel, despidiéndose.
Braulio no aguantó más y fue hacia la oficina de Adriel. Este permanecía revisando algunos papeles que necesitaba procesar y agendar para los juicios siguientes, por lo que no se dio cuenta cuando Braulio entró. También el mayor había entrado sin hacer ruido, usando sus capacidades lobunas. Cuando Adriel se giró y se dio cuenta que no estaba solo, los papeles salieron volando.
— Perdón, no deseaba asustarte — dijo Braulio, arrepentido.